Por Henry Constantín
Prólogo. La fiesta.
El 31 Festival del Nuevo Cine Latinoamericano. Martí, Bolívar y Che, gays en un afiche. Dos personas que NO pueden entrar a una fiesta a la que el resto de la humanidad SÍ puede entrar. Un festival de cine latinoamericano, y las colas más grandes junto a un filme concebido en la nórdica Dinamarca. Oliver Stone augurando un Chávez chicano como presidente de Estados Unidos. Un largometraje cubano de repulsivo erotismo sobre unos campesinos perversos…
El 31 Festival inundó La Habana. Montones de películas hechas en América del Sur y Central, y oportunas dosis de cine polaco, español, noruego, finés y alemán, obligaron a miles de cubanos a correr desesperadamente de cine en cine, para aprovechar la más emocionante de las fiestas artísticas habaneras.
Parte 1. Notas sobre cine.
Hubo una película realmente asombrosa, a juzgar por las constantes colas en todas sus presentaciones. Anticristo, producida enteramente en Europa, escrita y dirigida por ese asiduo perseguidor de la originalidad fílmica que es Lars von Trier. Esta vez, y a pesar de su apellido de nobiliario mohín (trier es lo que se usa para probar un alimento durante su fabricación, o sea, un experimentador), y del Dogma 90 que tanta artificialidad quería quitarle al cine, el autor danés ha hecho un filme lleno de recursos cinematográficos, con bien colocados artefactos explosivos que estimulan continuamente la atención del espectador: personajes muy bien montados e interpretados, uso hábil -nada improvisado- de la cámara, música externa, intempestivas escenas de sexo, violencia crudísima…, todo en una imagen de calidad perfecta. A Von Trier, que se considera a sí mismo el mejor director de cine vivo, le ha pasado como a algunos que llegan al poder: una vez en él, su gran habilidad consiste en usar mejor que nadie los mecanismos contra los que dijeron luchar. La película es un homenaje explícito a Tarkovski, e implícito a Bergman -la exhibida autoamputación del clítoris de la atormentada Charlotte Gainsborough nos recuerda la herida que se inflige el personaje de la hermana mayor, en Gritos y susurros, del padre del cine sueco; la influencia de este se reconoce también en la alusión a símbolos cristianos, y en la estructuración narrativa (recordemos Persona). Por cierto, es el Prólogo de Anticristo posiblemente el instante de más lujo audiovisual en todo el filme. Willem Dafoe, el mismo que hizo la polémica La última tentación de Cristo, es el protagonista.
Krysztoff Zanussi es un valioso director de cine polaco del que se exhibió Con el corazón en la mano, una comedia impecable, enfilada contra el suicidio, en la que los dos personajes principales luchan, uno por la vida, otro por su propia muerte. Wajda, el icono de la cinematografía polaca, envió El cálamo, filme denso, a juzgar por sus fans, y aburridísimo, de acuerdo al sueño acogedor que permeó al resto de la concurrencia. Desde Australia vino un largometraje protagonizado por el mutismo irónico de John Malkovich, que se terminó justo cuando parecía llegar al clímax, para dejarnos la digestión a medio hacer en torno a una idea tenue que cala muy lentamente en la conciencia del espectador, solo si este se toma la molestia de reflexionar.
Argentina inauguró el Festival con El silencio de sus ojos, de Juan José Campanella, que ha sido el filme más visto en su país en los últimos 25 años; melodrama y thriller a la vez, brillante en casi todo, merece que se le perdonen ciertos desvíos de la historia. El guión se coló en el Buenos Aires corrupto y violento generado por el peronismo, en el amor contra el tiempo y la amistad contra todo peligro –Guillermo Francella hizo una actuación secundaria y asombrosa- y, a pesar de un final de tono muy simplón si se lo compara con el resto de la historia, el filme cuenta con un gran momento de trabajo de cámara: el impecable, vertiginoso, espectacularmente sísmico, plano secuencia en el que los investigadores –Ricardo Darín y Francella- persiguen, a través de un estadio de fútbol, al esbirro homicida.
La teta asustada, de marcadísimo sabor peruano, recibió el Gran Premio del jurado. El filme, de otro Llosa célebre, la directora Claudia Llosa, es conciso y agradable, y su protagonista, una joven traumatizada por los relatos de cuando las guerrillas terroristas, logró una caracterización perfecta del personaje.
La uruguaya El niño pez no fue lo que definitivamente todos esperaban de la segunda película de Lucía Puenzo, que el Festival pasado presentó la perfecta y dificilísima XXY. Aunque
Lisanka y El premio flaco fueron los dos filmes cubanos que compitieron por el Coral de largometraje de ficción. El último de ellos, del más original, en cuanto a temas, de los directores cubanos en acción, Juan Carlos Cremata, es un filme que ni con la avalancha de premios recibidos logra ocultar el gravísimo exceso de primeros planos y close-ups, así como el tono teatral de la mayoría de los diálogos, que convirtieron al filme en una versión calcada de la obra original de Héctor Quintero. En cuanto al tema del largometraje, me atrevo a asegurar que hubiera sido un éxito de taquilla en los años cincuenta. Hoy, a nadie le interesa ese raro hábito que contrajeron algunas empresas de nuestro pasado capitalista, de regalar casas a los consumidores afortunados de sus productos.
Lisanka, de Daniel Díaz Torres (el de la ultracensuradísima Alicia en el pueblo de Maravilla), también viajó al pasado, pero a los primeros sesentas, los de los rebeldes contra la Revolución, la Crisis de los Misiles y la penetración soviética. En permanente tono de comedia –Eduardo del Llano fue coguionista- el filme se atreve a mucho, aunque le pesan demasiados personajes jóvenes de poca alma.
Parte 2. Samizdat.
Al Festival llegó también, en la sección de cine en construcción, Molina´s Ferozz, filme de Jorge Molina, un realizador cubano de antigua aunque poco divulgada presencia en el cortometraje de ficción –silencios que debe a la censura mojigata- ahora exhibe una historia bien construida y narrada con un cuidado fotográfico realmente digno. Molina´s Ferozz es una traslación al campo cubano de la infantil La Caperucita Roja, aunque no es apta ni siquiera para algunos adultos. La película, llena de sexualidad obscena, tiene grandes virtudes que emanan del propio estilo del autor. La coproducción, cubano-costarricense, evade los lugares comunes del erotismo dulce, mientras que, con un atrevimiento inusual en el arte cubano, toma el ambiente campesino, sus bohíos, paisajes, ríos y atardeceres de visualidad idílica, y los salpica de violencia doméstica, morbo sexual, sangre y todo aquello que ha existido, y existe, en ciertas ruralidades nuestras. Además, y lamentablemente, carece de música, que aunque es otra de las marcas de agua del director, se torna un tanto caprichosa e injustificada: pierde posibilidades de acentuar en la mente del espectador ciertos momentos dramáticos. En este sentido, especialmente árida luce la escena final; nosotros coincidimos con el ruso Sokurov en que “las imágenes son los pies de un filme, el sonido las alas”. Pero Jorge Molina, que se confiesa seguidor de la estética del cine porno y de los coágulos repulsivos del nipón Takashi Miike, de todas formas ha hecho una película excepcional, verdaderamente distinta, aunque su estilo sea su mayor barrera ante las instituciones que tienen el poder de divulgar su obra. Lo importante es que la sola existencia de Molina´s Ferozz basta para señalar con el dedo acusador a tanto audiovisual esquemático y soso que se filma en Cuba.
Parte 3. Notas de viajeros.
Un señor de mirar erguido, alto y con aire de ejecutivo exitoso (lo que evidentemente era) llegó a hablarnos de música en el cine. Robert Kraft, productor musical en la Twentieth Century Fox y autor del celebérrimo y oscarizado tema “Bajo el mar”, de La Sirenita Ariel, recordó cuánto más impresiona al espectador una escena fílmica si se le agrega música, aunque a decir verdad lo conmocionante de su exposición estuvo en la extraordinaria calidad sonora de los materiales que trajo.
Otro visitante norteamericano célebre (y ya a estas alturas me había dejado pensando la cantidad de gente de allá que había asistido este año, en comparación con los cuatro anteriores festivales), fue Curtis Hanson. Su filme L.A. Confidential (Los Ángeles al desnudo, según la traducción más extendida) amenazó el Oscar de Titanic, y se llevó el premio a la mejor actriz -Kim Bassinger- y el mejor guión adaptado-. Curtis Hanson nos contó, traducción imprecisa mediante, cómo había llegado hasta el cine desde el periodismo croniquero, con algún truco en el camino, como alabar en un artículo su propia película. De la conversación que mantuvo con el público fue notable, además, el empeño de un par de periodistas oficiales cubanos por sacarle alguna declaración fuerte contra las leyes norteamericanas que impiden los viajes de sus ciudadanos a Cuba. Cuando Hanson contó cómo para algunos otros artistas de allá fue imposible venir al Festival por impedírselo sus leyes, yo recordé a Carlos Sotuyo, un poeta cubano, de mi Camagüey, que hace unos cuantos años tuvo que irse, y había regresado días antes para ver a su padre gravemente enfermo: llegó a un aeropuerto cubano de donde no pudo salir, porque las autoridades cubanas le impidieron entrar a su propio país. Carlos Sotuyo volvió a Estados Unidos sin caminar su ciudad y sin ver a su padre… Magda Resik, moderadora del conversatorio con Curtis Hanson, logró tras cierto esfuerzo que los puntillosos periodistas hicieran silencio.
La 31 edición cerró con un apologético documental de Oliver Stone sobre los actuales mandatarios latinoamericanos cuyo único factor común es el peligroso complejo de inferioridad frente a Estados Unidos. Vimos a Hugo Chávez montando en una zigzagueante bicicleta enana, a Evo Morales masticando hojas de coca, a una muy jocosa Cristina F. de Kirchner, al más sereno Lula y, finalmente, a Raúl Castro y el ecuatoriano Correa, ambos en La Habana, en un concurrido salón en el que solo se veía un uniformado: Ramiro Valdés. Stone, admirado por el movimiento de naciones latinoamericanas que han seguido el ejemplo del gobierno cubano en sus proyecciones políticas, le preguntó admirado a Raúl: Entonces, ¿usted viene siendo como el Padrino de todos? Finalmente, el autor muestra un mapa de América en el que una enorme flecha roja sube hacia el norte, y termina especulando con la posibilidad de un líder, semejante a los ya mencionados, que surja entre la inmensa población latina en Estados Unidos.
Epílogo. Notas sobre… ¿notas el apartheid?
Poco después fue la fiesta de clausura del 31 Festival, el Festival de todos. Era notable cómo las personas ubicadas para controlar la entrada al lugar no miraban las invitaciones sino las caras de quienes las entregaban. Adentro, alguien de la seguridad del Festival me confesó después, con la condescendencia de quien se siente poseedor de misterioso enigma, que a esa fiesta podía entrar toda La Habana, menos dos personas. ¿Son delincuentes?, le pregunté, ingenuamente. “No, nada eso, es un matrimonio que escribe en Internet lo que le da la gana. De ninguna manera pueden pasar”. “Con todos y para el bien de todos”, habría dicho Martí, pintado inútilmente en el afiche del 31 Festival.
Henry Constantín Ferreiro.
Periodista, escritor y fotógrafo.
Expulsado de los estudios de Periodismo en dos ocasiones, ambas por problemas
políticos. Único representante de Cuba en el II Concurso Hispanoamericano de Ortografía Bogotá‘2001.
Graduado del Curso de Técnicas Narrativas del Centro Onelio Jorge Cardoso.
Colaborador de la Revista Convivencia. Textos suyos han sido publicados en medios de prensa cubanos,
incluso oficiales.
Hace el weblog Reportes de viaje.
(www.vocescubanas.comReportes de viaje).
Dirige la revista La Rosa Blanca. email: henryconstantin@yahoo.es Esta dirección de correo electrónico está protegida contra los robots de spam, necesita tener Javascript activado para poder verla Esta dirección de correo electrónico está protegida contra los robots de spam, necesita tener Javascript activado para poder verla .
Reside en Camagüey.