Entrevista – Cuba: El sueño perdido de Rafael Rojas

Por Waldo Fernández Cuenca
Rafael Rojas.

Rafael Rojas.
Cuando descubrí su apasionante prosa y prolífica obra con tan solo 43 años, no pude menos que cautivarme y asombrarme. A Rafael Rojas me gusta compararlo con un “volcán” o un “terremoto” que con una teluricidad incontrolable viene arrasando con viejos y anquilosados preceptos eternamente establecidos. Su obra y su persona han sido descalificadas más de una vez en la tierra que lo vio nacer, aunque muchos no dejan de reconocer su innegable aporte al panorama académico insular. Libros como Motivos de Anteo, Patria y nación en la historia intelectual de Cuba y Tumbas sin Sosiego. Revolución, disidencia y exilio del intelectual cubano, estudian al nacionalismo cubano desde una plural cosmovisión, ensayos dotados de una prosa sencillamente brillante. Este intelectual cuenta además con otros libros dedicados a la historia de América Latina y México, pero yo he querido descubrir al Rafael Rojas que sueña, padece y extraña. Él, gustoso, accede a develarse más allá de sus ineludibles libros y filoso verbo. Descubrimiento que ahora comparto.
Usted procede de la ciudad de Santa Clara ¿cuáles son los más gratos recuerdos de su infancia y adolescencia en esa ciudad?
Cuando nací, en 1965, mis padres ya vivían en La Habana, pero buena parte de la familia de ambos aún residía en Santa Clara. Mi madre acostumbraba a pasar los últimos días de embarazo en esa ciudad, acompañada de su familia. Fue por ello que, al igual que mis dos hermanos mayores, nací en Santa Clara. Aunque no viví nunca allí, viajé con frecuencia de niño y mis recuerdos se confunden con los recuerdos de mis padres que, a pesar de haber vivido casi medio siglo en La Habana, siguen sintiéndose muy villareños.
La Habana como capital y ciudad más populosa de la nación ha sido tema de algunos de sus ensayos ¿cómo se manifestó en usted el proceso de su descubrimiento y cómo la evoca hoy?
La Habana es una de las principales ciudades de América y una de las más hermosas también. Quien se interese en la historia de Cuba y, en especial, en la historia intelectual de la Isla tiene, a fuerzas, que dar con ese personaje en algún momento de su itinerario. Yo diría que La Habana es ineludible, no solo para los estudios cubanos, sino también para los estudios americanos en general. Sin ese puerto, de fuerte tradición atlántica, es inconcebible la historia moderna del hemisferio occidental.
Usted ha escrito casi una decena de libros sobre historia, política y literatura sobre Cuba, todos fuera de su país ¿Qué se siente al escribir e investigar fuera de la tierra que lo vio nacer?
Cuando apareció mi primer libro en México, en 1996, El ocaso de la Nueva España, en colaboración con Enrique Florescano y publicado por la editorial Clío, que dirige Enrique Krauze, ya sabía que una parte considerable de mi trabajo, por no versar sobre Cuba específicamente, se publicaría fuera de la Isla. Sin embargo, como siempre aspiré a escribir también sobre Cuba, nunca perdí la esperanza de ser publicado, algún día, en mi propio país. Con el tiempo, comprendí que era saludable no hacerme demasiadas expectativas y protegerme de la inevitable frustración que representa que el trabajo por tu cultura no sea reconocido y hasta sea tildado de “anticubano”. Me alivia pensar que las instituciones que otorgan o niegan ese reconocimiento pertenecen a un Estado, cuyo diseño está concebido para asegurar la exclusión de quienes no compartimos su sistema político.
Todos los años asistimos a la presentación de un libro suyo casi siempre sobre Cuba o sobre América Latina ¿cómo distribuye su tiempo para mantener siempre despierto a sus lectores?
Desde mis años de estudio en la Universidad de La Habana y El Colegio de México, me establecí la disciplina de mantenerme siempre ligado a algún proyecto de investigación en bibliotecas y archivos. Cuando concluyo un proyecto, me siento inactivo, me deprimo y lo único que me saca del malestar es una nueva investigación. La investigación y la escritura son las actividades de mi disciplina que más disfruto.
Tres premios marcan su exitosa trayectoria: el Matías Romero de la Cancillería Mexicana, el Anagrama de Ensayo y el Isabel de Polanco recién obtenido en el 2009 ¿Qué significa cada uno de ellos en su carrera?
El Matías Romero y el Isabel de Polanco son premios a dos investigaciones académicas que marcan el inicio y la madurez de mi trabajo. El primero fue concedido a mi tesis doctoral, en El Colegio de México, Cuba mexicana. Historia de una anexión imposible (2001), y el segundo a una investigación sobre el primer republicanismo hispanoamericano que realicé entre 2007 y 2009 en la ciudad de México, Nueva York, Filadelfia y Austin, siendo profesor e investigador permanente del Departamento de Historia del CIDE. El premio Anagrama, me parece, fue de otra naturaleza: fue otorgado a Tumbas sin sosiego. Revolución, disidencia y exilio del intelectual cubano (2006), un libro de ensayos más libres que, aunque producto de una investigación, posee un formato menos académico.
Manuel Moreno Fraginals y Jesús Díaz son dos de los intelectuales cubanos que más admiró y siguió ¿Cómo recuerda a ambos?
A Manuel Moreno Fraginals debo el tránsito de la filosofía, que fue mi carrera universitaria, a la historia, disciplina en la que hice mi doctorado en El Colegio de México, gracias, también, a una recomendación personal suya. Jesús Díaz fue, en cambio, quien más me animó a alternar mi trabajo académico con una escritura ensayística, más propia de un intelectual público. Mi deuda con ambos es impagable.
Hace más de una década que no visita la Isla ¿qué es lo que más añora de ella?
Pronto harán dieciséis años de mi último viaje a la Isla. Lo que más extraño es mi familia.
¿Qué lugares recuerda con más cariño?
La Universidad de La Habana y los parques del Vedado.
Usted estudió en la antigua Unión Soviética ¿Cómo recuerda aquella experiencia cuando el sistema socialista estaba en su más completo ocaso?
No estoy seguro de que el breve período que viví en Moscú, entre 1983 y 1985, y luego un viaje de varios meses que hice en 1990, puedan ser catalogados de “ocaso”. Aquellos fueron años de gran dinamismo y transformación de la vida cultural y política rusa, que afianzaron, en muchos miembros de nuestra generación, la esperanza de que el socialismo cubano experimentaría una apertura intelectual, económica y política, todavía inútilmente postergada.
Usted ha sostenido encendidas polémicas con intelectuales cubanos residentes en la Isla como Julio César Guanche y Carlos Alzugaray ¿qué experiencias ha sacado del debate con estos intelectuales?
Siempre he pensado que la polémica con respeto es señal de vitalidad en un campo intelectual moderno. Cuando la polémica es rebasada por la descalificación o el malentendido, como sucede con frecuencia en tantos medios cubanos, de la Isla o el exilio, salen a flote el autoritarismo y la intolerancia como valores constitutivos de una cultura política. La censura es tan dañina como un debate sin respeto.
Recientemente ha creado un blog sobre reseñas de libros de filosofía, historia y literatura ¿qué se propone con este blog?
Desde que era estudiante me acostumbré a llevar cuadernos de apuntes, donde anotaba ideas a partir de mis lecturas. Ahora, a través del blog, hago públicos esos apuntes.
Por último le pido un ejercicio de futurología posible ¿Cómo se imagina usted caminando de nuevo por las calles de La Habana?
Me gusta imaginar que camino por las calles de La Habana y me vuelvo a enamorar de la ciudad, como cuando era joven. Me gusta imaginar que, cuando llegue el momento del regreso, tendré la suficiente humildad y la suficiente lucidez para descubrir lo que ignoro de mi propio país.
Waldo Fernández Cuenca

Estudiante de periodismo

Scroll al inicio