Dormiré tranquila

Por Livia Gálvez
Me hice el propósito de dormir tranquila. Hoy no estoy feliz, pero tengo cierto gozo. No estoy nerviosa, pero tengo un cosquilleo. ¿Qué siento? Satisfacción y pena. Satisfacción por mí y los míos. Pena por ellos y los suyos. No la he pasado bien. Tengo padres viejos y tres hijos que vieron todo. Padres muy valientes y niños que nunca olvidarán el día de hoy, a los que ya en la escuela no podrán confundir.
Creo que ya, a su corta edad, han empezado a aprender a diferenciar el bien del mal. Cada martillazo, el ruido de la barrena, los rostros, permanecerán dentro de nuestro recuerdo de una manera especialmente dolorosa. El momento le arrancó a mi pequeño de 11 años preguntas muy difíciles de responder para una madre: “¿dónde estarán mis palomas ahora que ya no tienen palomar?, ¿dónde vamos a jugar si no tenemos patio?”. La injusticia tiene un feo rostro. Mis hijos lo vieron. ¡Pero, qué distinta será mi conversación nocturna acostumbrada con ellos, a la que quizás tenga otra madre u otro padre! A la pregunta de ¿Qué hiciste hoy, mami?, yo podré responder: hice lo que tenía que hacer, estuve del lado de los justos, así quiero pasar a la historia. Y puede ser que en otro cuarto, un padre o una madre respondan a la misma pregunta, a lo mejor abochornados, mientras la conciencia los tortura porque saben que hoy están del lado de la injusticia: “descansa, hijo, no he tenido un buen día”. Y pondrá la cabeza en la almohada. Yo dormiré tranquila.
Livia Gálvez Chiu
Correctora de la revista “Convivencia”
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