‘No es lo mismo ser solidario de intención que de hecho.’
José Luis Martínez Holgado
Por Juan C. Fernández Hernández
Solidaridad con esto, solidaridad con aquello. Hoy en el mundo esta palabra es de las más utilizadas en todos los medios de comunicación, eventos, documentos, declaraciones y hasta en las conversaciones más intrascendentes que se tengan, por tanto y ante tanto uso desmedido se corre el riesgo de desvalorizar el verdadero contenido de tan loable actitud.
Nuestro país no se queda atrás del uso y abuso de ella. No pasa un día que no se haga alusión a la solidaridad de nuestro y con nuestro pueblo, se machaca hasta el cansancio de lo solidarios que somos los cubanos con cuanta causa justa se levante en el mundo y más y más y más…
¿Pero nos hemos detenido en algún momento para pensar en la esencia de esta palabra?
¿Estamos conscientes de la responsabilidad que implica ser solidario?
Esta palabra procede del latín solidus, que designaba una moneda de oro de los antiguos romanos, que comúnmente valía 25 denarios. Pero también significa: firme, macizo, denso y fuerte.
De ahí se derivaron en castellano los términos: soldada, soldado, soldar, consolidar, y aproximadamente a mediados del siglo XIX, solidario y solidaridad. Este término se refiere a una realidad firme, sólida, afianzada, lograda a través del ensamblaje de seres diversos. Este ensamblaje constituye una estructura y esta a su vez es fuente de dinamismo, solidez y levedad.
Por ejemplo: Un inmenso edificio, si está bien estructurado, no pesa, se hace acogedor. Una sinfonía, si está bien configurada, es dinámica internamente y esto la hace mantenerse viva en todo momento y nunca produce tedio o aburrimiento, por el contrario, nos entusiasma de tal manera que nuestro deseo es formar parte de ella.
Así también ocurre con las personas, estas, debidamente vertebradas y articuladas, son inexpugnables debido a la firmeza y energía que poseen.
Esta mezcla de levedad y dinamismo se obtiene en la vida social mediante la vinculación solidaria de cada persona con los demás. Tal vínculo lo realizan los seres humanos porque saben que no son meros individuos (aislados de los otros), sino personas (abiertas, interrelacionadas e interdependientes), ya que la persona se desarrolla creando vínculos con otras realidades, fundando vida comunitaria.
Este importante paso vinculante se logra cuando las diferentes personas se unen en torno a unos mismos valores. Nada nos une tanto como el compromiso libre de cada persona con algo valioso.
Cuando contemplamos un coro polifónico se admira la unidad que adquieren en cuanto al tono, ritmo, intensidad. Esta armonía surge como un milagro de las más diversas voces. El director no los obliga, simplemente les sugiere el camino. Este es el de la fiel interpretación de la obra, que de por sí encierra un gran valor. Es este valor el que actúa y aúna las diversas voces de los intérpretes, ellos son solidarios porque responden a un gran valor (la obra).
Pero la solidaridad siempre debe ir unida a la responsabilidad, y esta depende en gran medida de la sensibilidad que tenga la persona para los valores.
Para hacerse solidario, cada persona debe hacerse cargo por su cuenta de las riquezas que encierran los valores, es decir: de las reales posibilidades que le abren para su vida, y asumirlos. Los valores nunca se imponen, ellos enamoran y piden ser realizados. Nosotros debemos escuchar esa llamada y asumirlos consciente y voluntariamente.
La solidaridad solo es posible entre personas que en su interioridad (conciencia) sienten la interpelación de algo que realmente vale la pena asumir y se apuesta por ello. Por tanto la solidaridad es verdadera cuando las personas que tienen conciencia se unen libremente a algo valioso, nunca es por decreto alguno. Cuando la realidad que nos circunda ha sufrido una grave lesión, la voz de la conciencia activa nuestro sentimiento de solidaridad o sea: nuestro compromiso activo. Ella se manifiesta en el acto de adhesión porque guardamos la esperanza de que sea posible salvar el valor amenazado.
La solidaridad siempre implica generosidad, desprendimiento, participación y espíritu de cooperación.
La persona generosa es la que tiene la virtud para dar y darse. Si esto lo realiza con grandeza se dice que es magnánima. La generosidad se opone al egoísmo y es contraria a todo lo pusilánime. Es un compromiso creador de convivencia.
La generosidad es un valor porque nos ofrece las posibilidades de conformar nuestro propio ideal como personas y crear con ello modos elevados de unidad, no monolítica y cosificada sino diversa en la libertad de cada persona que la asume. Cuando nos unimos a otros solidariamente y en actitud generosa y desinteresada va surgiendo en nuestro interior una energía que no sospechábamos poseer. Vamos creando gradualmente modos de convivencia basados en el respeto, la libertad y la tolerancia en las diferencias del y de los otros, nunca viendo en ellas obstáculos, sino más bien riqueza, aporte, creatividad y sobre todo, estado de pertenencia. Amamos lo que otros aman y nos encontramos en el compromiso yendo por nuestro propio camino, nuestro propio cauce, viendo a los demás acercarse por sus propios caminos, con sus particularidades sin ver en ello una amenaza hacia el nuestro.
Por eso día tras día me cuestiono si en mi país se potencia la solidaridad verdadera o, por el contrario, es una represa donde aprisionar las riquezas de los diversos cauces personales y convertirlos en tranquilas aguas que nunca corran y fertilicen el suelo, de la casi seca vida del cubano, hipotecando el porvenir, ignorando los valores de base de la sociedad y con ello faltando a la defensa de los derechos humanos fundamentales de los que la solidaridad forma parte indisoluble.
Muchos cubanos y cubanas del pasado, pasado reciente y del presente se empeñan en ser solidarios con Cuba y sus problemas, pero constantemente se les trata de impedir, por cualquier medio, su aporte, riquezas y creatividad, encasillando la solidaridad en un decreto o ley de Estado. Con esto lo único que se logra es distorsionar el verdadero sentido de la fraternidad haciéndola insípida, despojada de la mística que la rodea y convirtiéndola en un televisor de pantalla plana, un horno micro- ondas o un dinerito extra, en cuc, supuestamente de por vida, por ser solidarios. Estas son cosas necesarias pero no son valores. Esto es lo que lamentablemente está sucediendo con la solidaridad, se ha desvirtuado tanto como la vida de millones de cubanos que buscan afanosamente, entre otras cosas, el decreto que los haga ser solidarios, olvidando que todos tendemos a ser fraternos por el hecho de ser humanos y esto, los únicos capaces de decretarlo somos cada uno de nosotros en lo más profundo de nuestro ser.
¿No es hora ya dejar correr los ríos?
Juan Carlos Fernández Hernández. (1965).
Ex- Corresponsable de la Hermandad de Ayuda al Preso y sus Familiares
de la Pastoral Penitenciaria. Diócesis de Pinar del Rio.
Animador de la Sociedad Civil.