José H. Garrido Pérez: a 30 años de su despedida

Por Dagoberto Valdés
José H Garrido con sus padres, a los 4 meses y medio de edad.

José H Garrido con sus padres, a los 4 meses y medio de edad.
Era la década de los 70 en Cuba. Unos pocos jóvenes perseveraban en las Iglesias. Se había celebrado el primer Congreso del Partido Comunista en 1975 y la Constitución socialista era aprobada en 1976. Subía el telón de lo que se llamó institucionalización. Aquellos jóvenes que habíamos nacido unos escasos años antes del 59 nos preguntábamos si una revolución puede institucionalizarse sin dejar de serlo. Era época en que las dudas y las certezas pugnaban en todos los aspectos de la vida. Se hacía muy necesaria la fe y también la razón.
José H. Garrido Pérez, nacido un 13 de abril de 1952 en Pinar del Río, hijo de pinareña y santiaguero, ambos católicos, era uno de esos hombres que supo conjugar ambas cosas: razón y fe, poesía y arquitectura, juventud y profundidad de vida.
Fue un joven católico de aquella época. Cuando el testimonio callado era la forma de vivir el cristianismo en Cuba. Él se adelantó al callar y trabajar ejemplarmente. Y habló, apostó por el diálogo, que es una apuesta validada desde la ética cristiana según la mentalidad de hoy. Y todo el que habla con sinceridad lo que cree, produce polémica. Creyó en “los otros”. Se arriesgó a adentrarse en un mundo complejo y desafiante, con la ingenuidad y la ternura propias de su sereno e inteligente carácter. Y todo el que se adentra en el bosque corre el riesgo del entramado.
Pero encontró lo que siempre consideró un claro en la espesura de su existencia: la espiritualidad de una comunidad sencilla, así peregrinó entre las oblatas, sus hermanas y amigas, los hermanitos y hermanitas de Jesús, sus compañeros de viaje, y un pequeño grupo de pertenencia que nos reuníamos en la casa de María Antonia Sojo, en Vélez Caviedes, a pocos pasos de la Catedral para hacer revisión de hechos de vida a la luz del Evangelio y rezar unos por otros y todos por Cuba.
Muchos creían que era posible la reforma desde dentro, intentábamos el diálogo entre la fe cristiana y el marxismo teórico, como si lo que ocurría aquí fuera la tesis, o por lo menos, la aplicación de una filosofía tan dialéctica en la teoría y tan dogmática en la práctica. Todo lo contrario de la religión católica. Y así, tanteando por este punto de coincidencia, empatando aquella otra rasgadura entre aspectos convergentes y dejando por el momento, decíamos, a un lado lo que nos desune, consumíamos el tiempo que pasaba inexorablemente sin darnos cuenta. Era nuestra vida que pasaba.
Pepe Garrido tenía también, como muchos de aquellas décadas, ese sentido de urgencia, de la fugacidad del tiempo, de la pasión por acelerar la historia. Eso lo llevó a vivir con intensidad cada minuto de su existencia. Quizá haya algunos que a la altura de estos tiempos no entiendan sus posiciones, o sus palabras, ni siquiera su tiempo… porque han pasado dos generaciones tras su muerte, y aquellas ilusiones no pueden ser juzgadas a la luz de nuestra experiencia con toda la carga de todo lo vivido hasta el presente.
A treinta años de su tránsito accidentado en tierras orientales, pudiera, y debiera, hacerse una edición crítica de su poesía completa. Pudiera y debiera hacerse un estudio de sus ensayos martianos, que en esa fuente sí coincidíamos todos los que caminábamos juntos por aquel laberinto. Se pudiera incluso escribir un libro sobre sus concepciones acerca de cómo poner a la arquitectura más cerca de un humanismo personalista y comunitario. Podríamos investigar sobre su forma de ser vice presidente provincial de la entonces naciente Brigada Hermanos Saíz, o sus obras de teatro,… tantas fueron las fecundas facetas de su corta vida.
Sin embargo, como al paso del tiempo, los que se fueron comienzan a perder sus rasgos de humanidad para ceder al mito, como se fosilizan las posturas hasta el rigor mortis; como amigo de Garrido quisiera recordar su memoria más íntima, más flexible y dubitativa, más humana y sensible, más fraterna y frágil, en fin, su naturaleza más auténticamente humana.
En efecto, creo que Pepito Garrido fue ante todo un hombre desbordado de dudas existenciales y de extraordinaria sensibilidad por el detalle de la vida. Estas dos aristas determinantes de su vida interior no eran bien vistas en la década de los 60 y setenta.
Eran en Cuba, los tiempo de las certezas sin pliegues, de la epicidad machista, de la parametración fundamentalista, de los proyectos mastodónticos, de la conversión no personal, sino de los reveses en victoria, concebida esta, no como la resurrección crucificada del Jesús de Garrido, sino como la torcedura del cuello de la adversidad a fuerza de voluntarismo histórico. No tenían carta de ciudadanía ni la subjetividad, ni la religión, ni el espíritu, mucho menos la trascendente visión griega de la polis, ni la babilónica forma de vivir en la cívitas venida de Roma. Entonces ni hablar de sublimes sensibilidades calentadas al Trópico, o apasionados intimismos de una espiritualidad caribeña. Tabú.
Garrido, impávido y sereno, “como quien ve al Invisible” -era una de sus frases favoritas, tomada de uno de sus maestros espirituales-, rompió con esos tabúes, transgredió con su vida la concepción chata y monocorde de aquella concepción del mundo. Fue distinto, por eso sufrió mucho. Fue tratado como raro, por eso dudó mucho. Fue segregado como transgresor por tirios y troyanos, por eso buscó una pequeña comunidad de pertenencia. Intentó penetrar en las estructuras y le abrieron la puerta, no sabemos con cuánta condición o cuidado. Lo que sabemos es que entró y sirvió en unas y en otras, con afán de tender puentes. Por eso pudo escribir: “tengo al cabo el premio de no tener nada, más que lo que he dado.”
Quiero compartir mi convicción de que lo verdaderamente profético, lo auténticamente novedoso, lo único inmarcesible en la vida y el testimonio de José H. Garrido y Pérez fue su subjetividad, su manera de concebir el mundo, su vida interior, en fin, su espiritualidad. Todo lo demás fue rama y fruto. He aquí su raíz y su trascendencia. El Reino en que vivió y ayudó a construir y su eternidad hecha de polvo terrenal. Él mismo lo llamó su “Conjugación vertical”.
A tres décadas de aquel 1ero. de junio de 1979, quiero que escuchemos su original despedida, que sean sus propios versos, y no mis pobres palabras, los que terminen este sencillo homenaje a un hermano entrañable, tan diferente a este amigo en la hojarasca, tan diverso en estrategias y tácticas, pero tan igual en la esencia, la utopía y la meta.
Hermano en la fe y el amor a Cuba: no te cerraremos los ojos, míranos desde donde estás. Y “levanta tu mano sobre el mar” para que el Dios en que creíste haga para la Isla que amas lo mismo que Moisés en el Mar Rojo.
LES DEVUELVO MIS COSAS, LAS PALABRAS.
José H. Garrido Pérez
Les devuelvo mis cosas, las palabras…
Como un recuerdo del sitio de la infancia
será el día en que vuelva a la tierra, absorto, nuevamente.
¿Qué obstinado esplendor podrá bastarme?
¿El musgo,
el helecho al borde del cantero,
los libros que marqué, con rojo, enfurecido,
lo que dije, lo que no,
lo que me inventen si quisieran aumentar un tanto el dato,
podrán bastarle al aprecio que aquí pongo?
Ahora que me fui —perdón, sin despedida—
permítanse olvidar cierto brillo aparente
que viene del más allá sobre las fotos en que logré
el estar callado, quedo eternamente,
lo que más bien pude ahorrarles, junto al rato.
Me voy, hermanos, amigos que me padecieron
la costumbre de no cerrar los ojos siquiera el día final
en que me muero. ¡Qué no me cierren los ojos!
Les miraré encima
lamentar que dejo sólo una llovizna de palabras dichas
cuando estaba en vida. En fin, aquí tienen todo:
zunzunes y flores, mínimos poemas que grandes no pude,
y un tenaz desaire para quien escuche ecos en la cima.
Como si asomara a una casa en la memoria
a la tierra palabra y aire le devuelvo,
nunca fueron mías a mas que prudente le oculté la puerta.
Así que desnudo de tiempo y palabra
tengo al cabo el premio de no tener nada
más que lo que he dado.
Vengo a ustedes, vuelvo:
veo raicillas rompiendo el terrón húmedo,
raicillas hundiéndose en mis ojos que no podrán, no,
ver esa mañana en que ya no andaré yo sobre la vida.
3-1-79
DATOS BIOGRÁFICOS CONFECCIONADOS POR SU FAMILIA.
José H. Garrido Pérez nace en la ciudad de Pinar del Río el 13 de abril de 1952. Comienza a la edad de cuatro años (1956) sus estudios en las Escuelas Pías de esta ciudad, donde mereció las distinciones «Mención Honorífica» y «Cuadro de Honor». A partir de cuarto grado es trasladado para la escuela pública «Pelegrín Barnet» donde obtiene el sexto grado. Cursa la enseñanza media, participando en su primer año en la movilización hacia la siembra de árboles en Malas Aguas, Santa Lucía.
Matricula en 1967 en el I.P.U. «Hermanos Saíz» donde cursa toda la enseñanza pre-universitaria, participando en todas las jornadas «Escuela al Campo» programadas por este Centro. Aficionado desde muy niño al ajedrez, compitió en campeonatos de Primera Categoría, Juveniles y Escolares en los que obtiene varias medallas para su provincia. En 1969 participa en el Concurso literario «26 de Julio» y obtiene el 1er. Premio y la mención en género Cuento, dicho concurso fue auspiciado por el I.P.U. «Hermanos Saíz».
A partir de esa fecha se destaca por sus escritos literarios, y entra a formar parte del Taller Literario dirigido por el C.N.C. en la provincia.
Ingresó en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de La Habana haciendo sus estudios como becado en la CUJAE.
De enraizados sentimientos martianos, amó y sintió a Martí profundamente, sobre el cual escribió varios trabajos. Participaba en los Seminarios Juveniles de Estudios Martianos, siendo premiado durante cuatro años consecutivos, del V al VIII Seminario, por los trabajos: «Acerca del significado de la crítica estética martiana», «Correspondencias Ético-Estéticas en las concepciones de José Martí en su ensayo sobre Francisco Sellén», «Las Ruinas Indias: notas sobre la función de la Cultura y de la Historia latinoamericana en La Edad de Oro», y «O Sarmiento o Martí: en la encrucijada ideológica de la América Latina» (publicado por el Centro de Estudios Martianos en 1981).
A partir de 1972 desempeñó el cargo de alumno-ayudante en la Sección de Historia de la Arquitectura del departamento de Diseño de su Escuela, trabajando durante los tres últimos años como responsable del Equipo que bajo la dirección del Profesor de Arquitectura Roberto Segre, confeccionó los textos siguientes: Historia de la Arquitectura y del Arte. Tomos I y II (Edad Media y Renacimiento). Fue elegido varias veces Joven Ejemplar como parte del proceso de la Juventud Comunista de la FEU.
Mientras estudiaba Arquitectura en La Habana participó activamente en el grupo de Universitarios Católicos de «Las Catalinas» en el Vedado. Mantuvo estrecha amistad con diferentes familias religiosas como las «Oblatas y las Misioneras de la Inmaculada Concepción» en cuya Casa se escribió la mayor parte de su tesis de Grado. Frecuenta el Seminario de San Carlos y San Ambrosio de La Habana donde mantiene una fructífera amistad e intercambio espiritual con los profesores de Sociología y Teología.
Se gradúa de arquitecto en 1975 defendiendo la tesis de grado: «Estudio sobre Unidades Cementeriales y Técnicas Necrológicas».
Regresa a su ciudad pinareña, siendo ubicado, en febrero del 76, en la delegación provincial del DESA, pasando (al desintegrarse este Organismo) a la Empresa de proyectos Nº. 1 Ingeniería y Arquitectura -MICONS. Entre algunas de sus obras se destaca la construcción del Hotel Central del P.C.C. en la ciudad, por la que mereció un diploma de reconocimiento que recibió del Buró Ejecutivo del Comité Provincial del P.C.C. a su destacada labor; también la construcción de la Casa de la Trova Pinareña. También trabajó en proyectos de varias ESBEC de Guane, Círculos Infantiles, la Universidad de Pinar del Río, y en la restauración de la Catedral de San Rosendo.
Al incorporarse al trabajo en Pinar del Río sigue participando en el grupo de jóvenes católicos de esta ciudad impartiendo en él varias conferencias, animando también algunas actividades preparatorias a la celebración, en Puebla de los Ángeles, México, de la III Conferencia Latinoamericana del Episcopado Católico.
Su espíritu radical y, en ocasiones, adelantado a su tiempo, daba a sus intervenciones, tanto en ámbito eclesial como laboral y social, un aire interesante y polémico.
Fue en el año 1977 pre-candidato a delegado al XI Festival de la Juventud y los Estudiantes.
Formó parte del Jurado del Concurso «Pedro Junco in Memoriam» que se efectuó en esta ciudad.
Escribió, dirigió y presentó obras de teatro en la Catedral de Pinar del Río con un grupo de jóvenes católicos aficionados. Entre sus obras teatrales se destacan: «Abba, Padre» y «Conjugación vertical», ambas de contenido religioso actualizado en nuestro contexto social.
Al ocurrir el accidente que provocó su desaparición física el primero de junio de 1979, era Secretario Ideológico de los C.D.R. de su cuadra, desde 1975, y Vice-presidente de la Brigada «Hermanos Saíz»; por otra parte era miembro del Comité de Dirección de la Federación Cubana de Ajedrez Postal (FECAP) adscrita al INDER, y formaba parte del Consejo de Dirección de la Revista Telejaque.
Durante el año 1978 publicó ensayos en la Revista Universidad de La Habana, revista Matanzas de Arte y Literatura, y Juventudes (Pinar del Río), Cascada (Candelaria) y Vanguardia (Cienfuegos). Fue premiado por su trabajo presentado en el encuentro programado con motivo del centenario de la Protesta de Baraguá.
Al morir, dejó inéditos varios poemarios: «Mi sombra en la escalera» y «Poemas de tiempo y sol». Además de un ensayo sobre costumbres necrológicas cubanas y una monografía acerca de Tranquilino Sandalio de Noda. Invitado por su amigo, el P. José Conrado Rodríguez Alegre, para dar un recorrido por la zona oriental del país, animó una reunión con el grupo de universitarios católicos de Santiago y se puso en contacto con algunos profesionales de aquella región. Encuentra allí su muerte. Había dicho al despedirse de una amiga: «Voy a Santiago a llenar las maletas», refiriéndose al aporte que para su vida personal y espiritual significaba aquel que sería, sin él saberlo, su último viaje.
N.R. La Comisión Católica para la Cultura y Ediciones Vitral publicaron su poemario “Le devuelvo mis cosas, las palabras…” el 31 de mayo de 1999, en la víspera de cumplirse 20 años de su partida.
La Revista Convivencia se une al homenaje y la plegaria de su familia y amigos a 30 años de aquel día.

Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955)

Ingeniero Agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004 y “Tolerancia Plus”2007. Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años. Es miembro fundador del Consejo de Redacción de la revista Convivencia y su Director. Reside en Pinar del Río.
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