El mercado no es perfecto: ¿lo sabemos bien en Cuba?

Mercado de valores, Bolsa de Madrid.

Mercado de valores, Bolsa de Madrid.
Aunque parezca lo contrario, los cubanos necesitamos que nos desmitifiquen la economía de mercado. La falta de credibilidad en el discurso oficial en Cuba que solo la ataca y la culpa de todos los males económicos del mundo, hace que sea posible en nuestro país, imaginarla como algo perfecto. Si queremos que se sostenga en el futuro un sistema de libre mercado debemos, desde ahora, decir sus debilidades, para que no nos sorprendan y la sorpresa provoque rechazo.
Por Karina Gálvez Chiu
Es increíble cómo afecta la falta de credibilidad en el discurso oficial la perspectiva desde la que los cubanos analizamos la realidad y vislumbramos el futuro. En Cuba actualmente todos sabemos que no se dice lo que es y los más conservadores saben que, por lo menos, no se dice todo, ni tal cual es. Me atrevo a asegurar que la gran mayoría de los cubanos no cree en la información brindada por los medios oficiales. Naturalmente ese es el fruto de años y años de artistas y deportistas “desaparecidos” o que simplemente dejan de “existir” en sus ambientes, de respuestas prefabricadas a las preguntas o de secretos de estado que todo el mundo sabe, e información “clasificada”, que muchos conocemos.
Por eso no necesitamos los cubanos que nos digan lo “malo” que resulta el sistema económico descentralizado, lo ineficiente de las empresas estatales o lo injusto de la distribución igualitaria. A pesar de lo monolítico y apologético que es el discurso gubernamental, de la propaganda exclusiva de los medios a favor del sistema cubano, (tal vez, precisamente por eso) los cubanos, que vivimos en la Cuba real, sabemos, y sabemos cuándo nos mienten y sabemos sobre qué mienten. Tampoco me parece prioritario dar a conocer cómo funcionan las leyes del mercado porque cada cubano lo sabe o cree saberlo por haberlo experimentado en pequeño o porque nos lo han contado, pero sobre todo porque es lo contrario de lo que sabemos que no es verdad. Según una lógica formal, lo contrario de lo que no es verdad debe ser la verdad.
Por eso, muchos cubanos, ya casi no creemos en verdades tan grandes como el hambre en África y la pobreza en América Latina, el subdesarrollo de Haití o lo injusto de las medidas económicas restrictivas impuestas por unos países a otros.
Tenemos amigos que ofrecen su ayuda a Cuba en el plano académico o, simplemente de comunicar lo que conoce y no conocemos nosotros, pero, en muchas ocasiones, al escuchar el discurso oficial por televisión, continuamente destacando las “ventajas” del sistema centralizado de la economía cubana o, en términos más generales, del totalitarismo de Estado, creen que lo mejor para los cubanos es conocer las ventajas del mercado como sistema para organizar la economía de un país. Por otra parte, algunos amigos, al escuchar las opiniones de cubanos, contrarias al gobierno, centran su apoyo en comunicarnos los problemas que enfrenta el mundo y que no tenemos que enfrentar en Cuba, aún reconociendo las dificultades de la falta de libertad y de irrespeto a los derechos fundamentales.
Por eso es muy importante que encontremos el equilibrio en la información que nos llega, de modo que podamos ser lo más objetivos posible y lograr en el mediano plazo, después del cambio en Cuba, un modo de hacer economía que logre combinar en la medida de lo posible, la eficiencia para lograr el crecimiento, con una ética de mínimos cuyo fin sea el desarrollo humano integral.
Algunas ideas para buscar el equilibrio.
Libertad de iniciativa personal y propiedad privada no significan falta total de regulaciones.
Los cubanos que llevamos años y años de trabajo en empresas estatales sabemos que prevalece la indolencia, la indiferencia, el subempleo y la indisciplina. Eso que el periodista cubano Luis Sexto llamó “estrategia de la indiferencia, un código de pasividad”. La costumbre generada por el paternalismo de estado que ha provocado una “visión rígida, solemne, casi litúrgica, que aguarda por que alguien, de más arriba, levante el dedo para actuar”. Es lógico que, conociendo solo el mecanismo de trabajo “socialista” de Cuba, creamos que en un sistema de economía de mercado, las cosas son completamente distintas. Y es verdad. Pero lo distinto no significa todo lo contrario. En una empresa privada, las decisiones no tienen que esperar por alguien de muy “arriba”, los de “abajo” tienen autonomía en diferentes grados, según su capacidad y su puesto de trabajo, pero esto no significa que cada cual pueda hacer lo que le parezca siempre sin consultar, o que no se necesite autorización para determinados asuntos. En una empresa privada los trabajadores deben ser capaces de decidir en un momento determinado lo mejor para la empresa y también de dilucidar si la cuestión en sí debe consultarla con otra instancia para tomar una decisión. Pierde el trabajador que no sepa decidir sobre lo que debe, como aquel que intente decidir cuestiones para las que no tiene competencia.
En un país donde la mayor parte de las empresas son privadas existen muchas oportunidades para la creatividad y la iniciativa personal. Pero también existen regulaciones y normas que cumplir para obtener el permiso de emprender un negocio. La libertad de oportunidades que quisiera para Cuba debe ser lo más abarcadora posible y eso solo se logra protegiendo de alguna manera el espacio de cada uno con regulaciones y límites a la libertad de emprender. Es posible que ante la avalancha de propaganda en la que se dice que el control estatal es el que asegura la igualdad de oportunidades, algunos cubanos piensen que en una economía de mercado no se controla ni se regula nada. Que basta con el dinero y el trabajo.
¿Qué necesitaríamos desde ahora? Contrario a lo que se pueda pensar, no necesitamos que nos convenzan de que la economía de mercado ofrece mayores libertades económicas, sino, que alguien nos diga cuáles son las restricciones y los límites a la libertad en un sistema de economía de mercado para que, al vivir en ella no nos sorprenda la cantidad de exigencias y requisitos necesarios para emprender un negocio o para trabajar.
Sería lamentable que las empresas privadas en Cuba (en el futuro cercano) padezcan la tenencia, por una parte, de trabajadores capaces y emprendedores, pero sin sentido de la disciplina y del respeto al espacio de cada cual, queriendo comportarse como si estuvieran en una empresa estatal de las actuales y viendo una injusticia en toda exigencia; y por otra parte, propietarios que, estrenándose como tales, crean que tienen el derecho de abusar de las necesidades de los empleados.
Participación no significa decidir por mayoría
Quisiera para Cuba una economía en la que se promueva la participación de los trabajadores en las decisiones de las empresas. En la medida de lo posible, sin afectar la eficiencia en la gestión, más bien al contrario, solo cuando ayude a elevar la eficiencia en la gestión. Pero una empresa no puede funcionar como una democracia. Cuando hablo de la participación de los trabajadores en los dividendos de las empresas mediante distintos mecanismos no significa que la empresa funcione sin normas establecidas por los que más arriesgan, ni significa que las decisiones se tomen por votación en la que gane la mayoría. Que los trabajadores participen quiere decir que sean parte, que cultiven sentido de pertenencia a la empresa. Asegurar la oportunidad de todos a ascender según las condiciones de cada uno, garantizar que la opinión de los que están directamente vinculados con el trabajo, más cerca de la actividad fundamental de la empresa, llegue a la directiva y se considere (muchos son los casos en los que un simple obrero descubre el secreto del éxito), pagar salarios adecuados y lo más justos posibles.
Si el trabajador sabe que de su trabajo depende su salario, que de su capacidad y preparación depende el puesto que ocupe, que él puede influir en los resultados de la empresa, irá creciendo su grado de pertenencia y por tanto su interés en mejorarla. Esto puede resultar obvio para los que han vivido en países libres y trabajado en empresas privadas, a los que las relaciones que se establecen resultan naturales. Pero si se trata de Cuba, donde la participación de los trabajadores en las decisiones y gestiones de las empresas se ha manipulado abiertamente, el rechazo de empleadores a escuchar la opinión o a dar cierto nivel de autonomía a sus empleados puede ser mayor de lo aconsejable y esta no llegar ni a los niveles mínimos.
Las exigencias educan para la responsabilidad, no son ataques personales.
Estamos marcados por la mala educación laboral y por subempleo, así como por el empleo según un título universitario aunque este no ampare muchos conocimientos. Todo respaldado por unos salarios injustos y de los que no depende nuestra vida. Esta situación ha traído como consecuencia que las exigencias de las administraciones, aun cuando sean mínimas, siempre estén por encima de nuestro salario y que veamos bien (éticamente hablando) que tratemos de evadirlas o cumplirlas al mínimo. Considerando además que los que exigen son los que quieren hacernos daño y no dejarnos “escapar”.
Esta costumbre que ha pasado a ser una mentalidad del trabajador cubano y la protección paternalista del Estado a los trabajadores nos lleva a creer que en una empresa privada también podremos evadir responsabilidades o resolver con un “no pude” “me fue imposible” y que una reacción fuerte por parte del propietario será tan injusta como la de los actuales administradores que nos exigen sin pagar lo suficiente.
Los empleadores tienen responsabilidades en las condiciones de trabajo y protección para sus empleados.
No es porque el gobierno cubano, como propietario de casi todas las empresas, se vanaglorie de proteger a los trabajadores, que los mismos se sienten seguros en los puestos de trabajo. Las condiciones no son idóneas en la mayoría de los casos y los medios de protección escasean cuando la empresa no genera ingresos en divisas. Esto puede hacer pensar que la protección de los trabajadores a cargo de la administración de la empresa es cosa de las empresas estatales. Sería conveniente que los cubanos que son actualmente o se conviertan en un futuro cercano en propietarios legales de un negocio, sean informados de la cantidad y calidad de las protecciones que reciben los empleados de grandes empresas privadas y sus familias. La libertad de empresa no convive con la despreocupación por los trabajadores y sus familias, lo que puede influir negativamente en su rendimiento.
Los impuestos son un deber social.
Solo conocemos en los últimos años los impuestos injustos, verdaderos atracos. También conocemos el estar exentos de impuestos si trabajamos por un salario. Pagar impuestos en Cuba no se rechaza con la dosis normal de rechazo que recibe la obligación de aportar al bien común, sino con una dosis adicional sustentada en la falta de correspondencia de los mismos con la capacidad de pago del contribuyente y con los beneficios que se reciben del Estado. Va a ser difícil que dejemos de considerar el hecho de hacer trampas al fisco como un derecho.
En cualquier país del mundo la evasión de impuestos es un delito fuertemente castigado por la ley. ¡Cómo se asombran mis alumnos cuando se los digo! Pero después de saberlo, la práctica les impulsa a aprobar que se haga en Cuba todo lo posible por no pagar los impuestos según la ley. Porque no es posible, sencillamente.
Por eso creo que resultará provechoso que nos afiancen la conciencia sobre el pago de impuestos y su justicia, así como del derecho que implica el pago puntual de los impuestos para cualquier contribuyente.
A lo mejor algunos creen que me asusto por gusto, que todo funcionará como ha funcionado siempre, que los cubanos saben cómo actuar en un sistema de economía de mercado. Y tienen razón. Pero lo que me impulsó a escribir este artículo fue la actitud que he notado en trabajadores por cuenta propia que han corrido mejor suerte y se han mantenido e incluso tienen lo que pudiera llamarse en Cuba pequeñas empresas privadas que han superado el concepto de trabajo por cuenta propia y ocupan lugares importantes en el mercado: albañiles que producen bloques o lozas de piso pulidas (de mejor calidad que las de las tiendas por divisas), dueños de “paladares”, dueños de varios autos de alquiler que emplean choferes, propietarios de “tarimas” en el mercado agropecuario que a veces ocupan casi todo el mercado de un producto, artesanos. Frases como: tu seguridad en el trabajo es cosa tuya, yo pongo el capital, tú buscas los medios para protegerte; estamos de vacaciones ¿ustedes creen que somos de goma? cerramos el negocio y ustedes esperan a que terminen mis vacaciones, si quieren; resiste y acepta mis condiciones porque hay muchos detrás de este trabajo…
Lo mejor para Cuba sería que aprendiéramos pronto lo que es trabajar en un sistema de economía de mercado porque ya tenemos suficiente atraso.
Los cubanos nos caracterizamos por un gran espíritu emprendedor y por ser muy laboriosos. Son características que refuerzan nuestras esperanzas en que la recuperación de la economía cubana, una vez que cambie el gobierno actual, no se demore un tiempo que esté en correspondencia con los años de atraso y con la miseria y el desorden imperantes en ella. Pero no quisiera que en esa loca carrera hacia el desarrollo olvidemos a las personas, porque más temprano que tarde extrañaremos el modelo de estos cincuenta años aunque solo sea por la sensación (que no es real) de estar seguros. La tierra prometida hay que mostrarla desde ahora con sus defectos para que no nos sorprendan y comencemos a pedir volver a las ollas de Egipto.
En esta tarea de mostrar la economía de mercado tal cual es: solo con la justicia posible, con una ética de mínimos, pero sin ser el paraíso terrenal, es propia de los que la viven día a día y quieran ayudar desde ya a la recuperación de la economía cubana. Informen, escriban, enseñen los defectos del sistema. Desmitifiquen. No es el discurso oficial el que convence ya a los cubanos. O sí, pero de todo lo contrario, que tampoco es verdad.

Karina Gálvez Chiu, Pinar del Río, 1968.
Licenciada en Economía, Universidad de P. del Río, 1994.
Profesora de Finanzas en IPE Rafael Ferro.
Fue responsable del Grupo de economistas del Centro
Cívico.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de
Convivencia.
Vive y trabaja en Pinar del Río.

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