Un acercamiento a la filosofía y el cristianismo de los filósofos Julián Marías, español (1914-2005) y Józef Tischner (1931-2000) en la búsqueda de un sentido para la vida de la persona y remedio para la crisis de la civilización occidental a ambos lados del muro: Hacia una nueva antropología y una ética de la solidaridad.
Por el P.Witold Dorsz*
En los primeros días del noviembre de 1981 tuvo lugar en Roma un simposio internacional sobre “Las raíces comunes cristianas de las naciones europeas”, promovido por el papa Juan Pablo II bajo el patrocinio de la Pontificia Universidad Lateranense y la Universidad Católica de Lublin. En su discurso a los participantes en el congreso -en la mayoría procedentes de Europa del Este- Juan Pablo II subrayó el objetivo del mismo: en el plano académico „la investigación de las raíces cristianas de las naciones europeas para ofrecer una indicación a la vida de cada ciudadano individual y dar un significado general y directriz a la historia que estamos viviendo, a veces con alarmante angustia, y en el plano más amplio „buscar los fundamentos espirituales de Europa y de cada nación para encontrar una plataforma del encuentro de varias tensiones y varias corrientes del pensamiento para evitar tragedias ulteriores, y sobre todo, para dar al hombre, al ‘individuo’ que camina por varios caminos hacia la Casa del Padre, el sentido y la dirección de su existencia”. El discurso acabó con una llamada fuerte a descubrir la necesidad de Cristo y del Evangelio, la importancia del sentido cristiano del hombre – imagen de Dios – como raíces más profundas de toda Europa, también de la parte de ella separada por el telón de acero, como fuente de su unidad y como remedio para la crisis y el declive de la civilización occidental.
Entre los hombres de la cultura europea y del pensamiento, invitados a participar en esta amplísima reunión se encontraban Julián Marías y Józef Tischner que vino a Roma directamente del Primer Congreso de „Solidarność” en Gdańsk donde actuó como „la voz” de Juan Pablo II. El filósofo español describe así su experiencia de este acontecimiento y su encuentro con Tischner: „Para mí significó una experiencia nueva y sumamente interesante. Aprendí muchas cosas que no sabía, y aún más que las conferencias y coloquios, me interesó la presencia personal de hombres de un mundo que no me era familiar. Era impresionante, sobre todo, el apasionamiento, la sinceridad, la valentía de tantos polacos que vivían en Polonia, que iban a volver a su país al cabo de unos días, que hablaban con plena libertad, decían lo que pensaban, sin tener en cuenta las posibles consecuencias. Me pareció ejemplar la claridad de un profesor de Filosofía de la Universidad de Cracovia, sacerdote, Józef Tischner, que ‘se tomaba la libertad’ de expresar su pensamiento, como si viviese en un país libre. Tuve una larga conversación con él durante una cena, y me impresionó su veracidad, su falta de ambigüedad, su voluntad de ir al centro de los problemas”.
Julián Marías (1914-2005) y Józef Tischner (1931-2000), fueron cristianos y filósofos que tomaron en serio su fe y su vocación filosófica, también liberales en el sentido más profundo de esta noción. Ambos coincidieron en la convicción de que la filosofía es siempre asunto personal y que hay que filosofar en el lugar en que se está, es decir, descubriendo las preguntas hechas aquí y ahora para pensar. Como escribe Julián Marías: “Se filosofa en una circunstancia determinada, por ciertos motivos que obligan a hacerse preguntas, aceptadas o rehuidas, según los casos. No se puede entender una filosofía de manera abstracta, prescindiendo de la situación personal e histórica del filósofo, como si fuese un mero conjunto de enunciados o tesis”. De acuerdo con esta convicción, los dos, cada uno en su circunstancia, desde dos lados opuestos del telón de acero que hasta 1989 dividía Europa en dos partes, intentaban responder, como cristianos y como filósofos, a la situación de la crisis de la cultura europea, oponiéndose a los intentos de cosificación de la persona y buscando la manera de salvar al hombre, no al hombre en general sino un hombre concreto que es persona, ayudándole a encontrarse a sí mismo después de las experiencias terribles del siglo XX. Para ambos la perspectiva cristiana y la búsqueda de una nueva antropología, más que un punto de partida, fue un proyecto vital sostenido. Estamos convencidos que, en lo que corresponde, también a Julián Marías se puede referir las palabras escritas por Juan Pablo II después de la muerte de Józef Tischner: „Muy profundamente siento la pérdida de este sacerdote, que era hombre de la Iglesia, siempre preocupado para que, en la defensa de la verdad, no se pierda de vista al hombre, que Dios había elegido, amado y redimido, y que espera la salvación. Fue dotado de un extraordinario talante para la observación del mundo y de la vida. Todo lo que percibía, lo refería a Dios, que es amor. En esta perspectiva preparaba el fundamento para la realización de la idea del diálogo con todos los hombres de buena voluntad, incluidos los que no han experimentado la gracia de la fe. Filósofo y teólogo, que era abierto al hombre, y a la vez, nunca se olvidaba de Dios. Creó los fundamentos espirituales de la ética de la solidaridad, que hoy indica la dirección en la difícil lucha de la nación polaca por una forma de democracia en que sea respetada la dignidad de cada persona humana”.
El objetivo de esta comunicación no es crear relaciones artificiales o hacer comparaciones „académicas” entre el pensamiento de Marías y Tischner, sino un intento de establecer los fundamentos del diálogo con ellos sobre cómo la filosofía en su relación con la fe cristiana puede ayudar a la superación de la crisis de Europa, esperando que pueda contribuir a la mejor comprensión de su empresa filosófica y marcar el camino de su continuación. Queremos hacerlo tomando como punto de referencia el simposio romano en que se cruzaron sus trayectorias vitales y desde la perspectiva y circunstancia polaca actual, convencidos de que el pensamiento de Tischner, en un cierto sentido, preparó y abrió el camino de la recepción de la filosofía de Marías en Polonia, no sólo como continuador del proyecto filosófico de Ortega sino también como filósofo y pensador cristiano de primera fila.
1. La crisis de Europa desde los dos lados del Muro
En la reunión romana -en la parte de la sesión general dedicada al diálogo con el marxismo- Tischner leyó la ponencia sobre la crisis polaca del trabajo. Fiel al núcleo del pensamiento hermenéutico, en la convicción de que hay que filosofar en el lugar donde se está, el filósofo polaco cuya Ética de la solidaridad recién salida de imprenta fue entregada a todos los delegados en el mencionado Primer Congreso de Solidaridad y que, sorprendentemente para el autor, tuvo muy pronto un éxito inesperado en otros ambientes y otros países, también en España, intentaba ordenar y analizar filosóficamente las experiencias polacas y dar una interpretación hermenéutica de los hechos que iban a llevar a la caída del comunismo en 1989.
Introduciendo el tema, Tischner empezó por la consideración de la situación de la crisis de Europa: “El punto de partida de nuestras reflexiones sobre la unidad cultural de Europa es un hecho fundamental: Europa hoy en día está muy profundamente dividida. No se trata sólo de la división política en dos bloques opuestos. Esta división existe también en el nivel de la cultura. En realidad, pertenecemos a dos mundos muy diferentes. Sobre todo, diferentes en nuestros dolores y nuestros sufrimientos. Nada determina tanto la manera de pensar del hombre como su dolor y su sufrimiento. Por esta razón, es diferente la jerarquía de los problemas que están delante de nuestra filosofía, nuestra ciencia, nuestro arte. Incluso nuestra manera de vivir el cristianismo es diferente. Tenemos los mismos dogmas, los mismos principios éticos, parecidos son los textos de nuestras oraciones litúrgicas – en cambio, la manera de vivir la religión es profundamente diferente en una y en otra parte. El abismo que separa las dos partes de Europa no disminuye, sino aumenta (…). El hecho que una parte de Europa se hunde en la riqueza y otra en la miseria no ayuda a la unidad de la cultura. La economía en el fondo también forma parte de la cultura”. Esta situación cultural de Europa fue, como advirtió Tischner, el fruto de una serie de acontecimientos que empezó con la victoria de Hitler en las elecciones libres y democráticas en Alemania en el 1933 y terminó con la entrega de una parte de Europa por los Aliados bajo el poder de Stalin al final de la Segunda Guerra Mundial. “Para los hombres de Europa del Este el verdadero final de la guerra todavía no ha llegado. El Este todavía sigue esperando ‘cualquier cosa’. La gente del Oeste, al contrario, no sabe qué más puede esperar del futuro. Este hecho tiene no sólo sentido político, sino también cultural. No es un factor de unidad, sino más bien de división. La política en el fondo también forma parte de la cultura.
También Julián Marías al final de su comunicación filosófica con el título Towards a new anthropology se refirió a la situación de Europa empobrecida por la pérdida u olvido de mucha parte de sus tesoros que formaban parte de su tradición común constituida sobre tres pilares: la idea griega de la razón, el concepto romano de la autoridad y la judeo-cristiana relación personal con Dios que puede ser llamado Padre, que conoce mi nombre y en cuya vida interior el hombre puede participar. Esta crisis aumentó por la división -“por la voluntad de los hombres”- de Europa en dos partes separadas que Marías comparó con la experiencia que había tenido durante la guerra civil, cuando España estaba escindida en dos zonas incomunicables, mutuamente prohibidas, de manera que una zona cercana a Madrid resultaba más lejana e inaccesible que Australia. En esta situación el filósofo español formuló las siguientes preguntas: „¿Cómo la creación puede ser inteligible? ¿Cómo la unicidad e irreductibilidad de cada persona (hombre, mujer, niño, incluso un niño antes de nacer) puede ser significativo para una mentalidad cuyo único fin es la reducción? ¿Es el hombre de nuestro tiempo, alimentado por prevalecientes científicos y eruditos, capaz de entender la declaración que Dios es amor? ¿Cómo se puede pensar, anticipar, imaginar, desear la vida después de la muerte y la resurrección? ¿Es posible dar un significado real a los conceptos como sacramento, pecado, penitencia, salvación?”. Habían sido las preguntas por la posibilidad de hacer llegar el mensaje cristiano al hombre contemporáneo, devolver al cristianismo, relegado a lo privado e incapaz de influir en la vida de las personas, su vitalidad, y en el fondo, por la posibilidad de la anunciada por Juan Pablo II “segunda evangelización” de la cultura europea.
En 1981 el intercambio de las experiencias entre las dos partes de Europa, unidas por una historia y una tradición común pero arbitrariamente separadas por un telón de injusticia, era muy difícil si no imposible. De la misma manera que las experiencias de Europa del Este podían parecer incomunicables para la parte occidental, las preguntas formuladas por Julián Marías podían dar la impresión de no tener mucha importancia para la Iglesia en Polonia que en ese período era la Iglesia de los oprimidos, perseguidos y cautivados, pero que demostraba gran vitalidad y cuya mayor preocupación era el combate del comunismo y la defensa de la libertad y de los fundamentos éticos de la convivencia social y política. El comunismo, paradójicamente, provocaba la renovación continua de la religión, forzándola a demostrar su autenticidad, lo cual hacían los mártires, testigos y símbolos de la fidelidad heroica y de la libertad espiritual. El principio de la fidelidad heroica dejaba fuera del interés las controversias teológicas del Occidente y trasladaba a un segundo plano la necesidad de repensar y profundizar en la comprensión de los contenidos de la fe cristiana.
2. Un cuarto del siglo después – la fusión de horizontes
La esperada derrota de los regímenes comunistas y derrumbamiento del Muro de Berlín que simbolizaba la división de Europa -que fue una victoria de la ética, aunque hoy, lo que tiene su significado, se interpreta más bien como la victoria absoluta del liberalismo económico y político- había revelado las consecuencias de años de la dominación totalitaria. El comunismo dejó como herencia no sólo el vacío, sino también las huellas en el hombre que durante años fue indoctrinado y sujeto al comunismo. Tischner expone estas huellas bajo el concepto, un tipo ideal de homo sovieticus, es decir, la encarnación de la forma postcomunista del miedo y de la huida de la libertad descrita por Fromm. Para homo sovieticus, un esclavo que en el momento de la liberación de una esclavitud inmediatamente busca la nueva, ser uno mismo significa vender la libertad por el pan. Le caracteriza la falta de la responsabilidad y la actitud consumista; es el hombre “unidimensional” para quien no existe la dimensión vertical de la vida humana y cuya vida interior está limitada a la conciencia determinada por la realidad social, contrariamente al hombre que intenta subordinar la realidad de su vida a la conciencia libre. En su “huida de la libertad” a menudo había buscado también el asilo en las estructuras de la Iglesia que, luchando por la libertad y derechos de la persona, no se dio cuenta cómo el germen del totalitarismo se infiltró en su interior. Por el otro lado, en la nueva situación de la confrontación, no ya con el comunismo sino con la civilización liberal, muchos católicos se encontraron en la situación de falta de razones convincentes -el comunismo fue la prueba de valentía y no de la razón-, lo que había producido en muchos el resentimiento. La Iglesia que en el pasado mantenía y vivificaba la esperanza, se vio en el peligro de cerrarse al mundo y al hombre. Quedó claro que para mantener viva la fe, capaz de llenar con esperanza y orientar la vida de la gente, la fidelidad sola no basta. Es necesaria una nueva forma de heroísmo, la valentía del pensamiento y de la búsqueda de la verdad en el diálogo con toda la tradición filosófica del Occidente.
Muy pronto después de la recuperación de la libertad, el ethos de solidaridad que llevó a la victoria, había sufrido una fuerte degradación y corrupción, y la esperanza de que la ética de la solidaridad iba a constituir el fundamento de la futura vida social y política se fue desvaneciendo. La razón de esta crisis de la ética de solidaridad no fue la pérdida de su actualidad en nuevos tiempos. Respondiendo a las preguntas por la actualidad del ethos de la solidaridad, en el Prefacio a la nueva edición ampliada de Ética de la solidaridad en 1992 Tischner escribió: “La ‘definición’ del principio de la solidaridad está en San Pablo: ‘Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo’. El momento del olvido de esto hubiera sido el momento de nuestro suicidio”. Según él, la razón por la que la derrota del comunismo provocó una cierta disolución del ethos de la solidaridad fue el hecho de que su justificación y vitalidad estaban en la existencia del enemigo, y la victoria sobre él, paradójicamente, causó la crisis. Sin embargo, la idea de la solidaridad tiene sus raíces en el principio de la dignidad de la persona humana. Tischner reconoce este olvido y al mismo tiempo muestra el camino de la salvación del ethos de la solidaridad y de la curación de los males del hombre: „Nuestra comprensión de la idea de solidaridad fue distinta: para nosotros, la idea de la solidaridad fue el comienzo y el fin. No hemos visto bien su arraigo. La atención fue fuertemente atraída por las circunstancias exteriores.(…) Salvar el ethos de la solidaridad significa mostrar que en él y a través de él se manifiesta el más profundo respeto por la dignidad de la persona y sus irrenunciables derechos. Relacionar lo que está relacionado: el personalismo y la solidaridad, la solidaridad y el personalismo. Hay que volver a la experiencia más simple: el respeto al hombre.
Ahora bien, el derrumbamiento del Muro de Berlín abrió los horizontes e hizo ver por un lado que el comunismo con su afán de apropiarse del hombre, de ser su señor y dueño – él quiso tener al hombre como, según su manera de entender, lo tiene Dios-, y con el proyecto de la destrucción del carácter personal del hombre y hacerle susceptible de toda manipulación fue en el fondo también el fruto de lo que Julián Marías llamó el rencor contra la excelencia y el producto del proceso de descristianización, o mejor dicho, de la eliminación de la dimensión religiosa del hombre y del proceso paralelo a él, de despersonalización, creciente en nuestra cultura desde el siglo XVIII. Constata que: “Se ha legado a una imagen del hombre, aceptada en mayor o menor grado por millones de personas, como una cosa similar a otras, sin libertad, sin posibilidad de decisión o elección, consecuencia de la herencia, de reflejos psicofisiológicos o de estructuras económico-sociales, sin horizonte ni posibilidad de innovación, consagrado a la destrucción orgánica, a la simple aniquilación, cuyos proyectos y esperanzas son necesariamente vanos y sin fundamento”. Por el otro lado, aunque el proyecto totalitario nunca llegó a su plena realización, para llevarlo a cabo, las atrocidades y crímenes cometidos demostraron a dónde puede llegar el hombre. Como escribe Tischner: ”Si después de Auschwitz pudo aparecer la pregunta de cómo es posible creer en Dios, después de los crímenes comunistas –crímenes cuyo símbolo es Kolyma-, otra pregunta sale a la vista: ¿si, y cómo se puede todavía creer en el hombre?”. La caída del comunismo reveló la profundidad y el carácter universal de la crisis contemporánea que en el fondo es la crisis de la esperanza, y como tal, afecta a los mismos fundamentos de Europa. En la nueva situación las preguntas formuladas por Julián Marías en el simposio romano mostraron su gran importancia y actualidad también para Polonia; se pudo comprobar también la perspicacia intelectual y la capacidad de previsión de Juan Pablo II. El programa formulado por Tischner en el diálogo con el pensamiento del “Papa polaco” tiene valor tanto para Polonia como para toda Europa: la evangelización, el personalismo y la solidaridad.
3. El cristianismo y la filosofía – hacia una nueva antropología
El cristianismo, como advertía Tischner, fue la única fuerza espiritual interesada en y capaz de superar el comunismo, y por eso hay razones para esperar de él que pueda contribuir eficazmente a la superación de las tendencias despersonalizadoras de nuestra cultura. Sin embargo, es muy importante tener presente que, como subraya Julián Marías, “el cristianismo es primariamente una religión, y me parecen indebidas sus utilizaciones para otros fines, que pueden ser valiosas y estimables, pero no son sino algo subordinado”. Reconociendo el papel social, cultural y político que cumplía la Iglesia durante el tiempo comunista en Polonia, también Tischner reconoce el peligro de convertir el cristianismo, si las esperanzas relacionadas con él no serán las esperanzas puestas en Dios, en una ideología que promete la solución de problemas temporales. Ahora bien, si tiene razón Julián Marías sugiriendo que el hecho que la religión es un atributo exclusivo de la vida personal, explica la convergencia o el paralelismo de los intentos de la eliminación de la dimensión religiosa del hombre con el proceso de despersonalización, se puede dar un paso más y afirmar que el cristianismo será capaz de oponerse a las tendencias despersonalizadoras de nuestra cultura sólo si es vivido auténticamente como una religión y no como una ideología.
El núcleo del cristianismo como religión es Dios, definido como amor, y Cristo, Dios y hombre, como única e irrepetible Persona que enseña al hombre el camino de la salvación. Del núcleo religioso se deriva una visión de la realidad y la interpretación del hombre que no se reduce a él, y que Marías llama la perspectiva cristiana. “El cristianismo no es una teoría; la situación del cristiano queda profundamente modificada por esta condición, que define su perspectiva sobre el mundo y sobre sí mismo. Éste se capta como una persona, como alguien, y no como algo, como una criatura, imagen de Dios, que es nuestro padre, de donde se sigue que todos los hombres son hermanos. La relación con Dios es personal, de paternidad y de filiación, de conocimiento y de amor. El hombre es inteligente, capaz de conocer el mundo y a Dios, libre, responsable, señor de su destino, puesto que elige en este mundo lo que espera ser siempre, en el esplendor de la resurrección”. La perspectiva cristiana descubre al hombre las nuevas perspectivas e ideales, no para suprimir la humanidad del individuo sino para mostrarle su plenitud.
Tanto Tischner como Marías coinciden en afirmar que el cristianismo consiste en la visión del hombre como persona y que hace falta pensarlo, hay gran necesidad de una antropología capaz de comprender y conceptualizar la vivencia cristiana, una antropología que, como escribe Tischner, dé testimonio al hombre como lo dio con su sacrificio por el otro San Maximiliano Kolbe y tantos mártires. Sin embargo, como sostiene Marías, esta antropología “ha de ser una filosofía no sostenida por el cristianismo, condicionada por él solo como principio heurístico que lleva a mirar en cierta dirección, a descubrir temas o escorzos de la realidad que únicamente aparecen en esa perspectiva; no en su contenido o justificación intelectual”.
Como filosofía cristiana por excelencia se suele considerar el tomismo, aunque tanto Tischner como Marías reprochan al tomismo sobre todo un ‘sustancialismo’ que ha llevado a reducir la persona a un tipo muy particular de cosa y no permite reconocer la libertad como rasgo definitorio de la persona; sus conceptos son inadecuados para pensar personalmente a Dios, y su relación con el hombre como encuentro de dos libertades. Las posibilidades de una comunicación permiten sólo señalar el importante debate de Tischner con el tomismo que fue provocado por su ensayo El ocaso del cristianismo tomista,publicado en 1970 en la revista “Znak” y que había durado hasta principio de los años ochenta con la participación de los más destacados filósofos y pensadores cristianos de Polonia. Como uno de los últimos acordes de esta controversia se puede considerar la publicación en 1984 en la misma revista de la traducción polaca del ensayo de Julián Marías Filosofía y cristianismo y la posterior discusión con una fuerte crítica por Jerzy Gałkowski, profesor de la Universidad Católica de Lublin y la defensa de la posición de Marías por Karol Tarnowski, fundador con Tischner de la Facultad de Filosofía de la de la Academia Pontificia de Teología en Cracovia. El objetivo principal de la controversia, como reconoce el mismo Tischner, fue “el modo de la presencia del pensamiento cristiano en el seno de la cultura actual y futura”. La crítica de Tischner estaba dirigida contra la ideologización tomista del cristianismo que según él es una de las principales causas de la crisis actual del cristianismo. Las divergencias entre cristianismo como religión y su interpretación tomista se podrían añadir a la lista de infidelidades cristianas al cristianismo hecha por Marías. “No es la religión sino enredada en ella una filosofía concreta que yace en los fundamentos de la mayoría de situaciones que en su conjunto forman lo que se llama hoy la crisis del cristianismo. En realidad, esta crisis no es la crisis del cristianismo sino la crisis de una histórica versión interpretativa del cristianismo. De este hecho fundamental tiene que darse cuenta hoy no sólo un teólogo contemporáneo sino también un filósofo contemporáneo que declara su filiación al cristianismo, incluso un tomista si está profundamente convencido que el tiempo no ha desactualizado algunos principios fundamentales de esta corriente del pensamiento”.
En lo que se refiere a la filosofía, el eje del debate fue la pregunta por la filosofía: o la filosofía siempre debe ser una pura contemplación teórica dirigida desinteresadamente a la verdad o puede también responder a las miserias y desgracias del hombre; se puede encerrar la verdad en un sistema filosófico, o la verdad es un punto de referencia de todo lo inalcanzable, del esfuerzo de pensamiento de todos los auténticos filósofos que a pesar de diferentes puntos de vista la descubren en un determinado aspecto, posible de descubrir sólo desde su posición. La crítica de Tischner, cuya preocupación por el hombre era calificada por sus adversarios como utilitarismo –el resultado de una desviación antropológica de la filosofía actual-, estaba dirigida en este punto, sobre todo a la forma específica del tomismo dominante en Polonia, con una historiosofía pesimista que mantiene que la historia de la filosofía tuvo su punto de culminación en el pensamiento de Santo Tomás y desde este momento experimenta un declive, un retroceso consistente en la subjetivización en aumento junto con el creciente interés, entre otras, por la filosofía del hombre. Esta historiosofía no admite que la historia de la filosofía puede ser como tal un descubrimiento continuo de los nuevos signos de interrogación y nuevos puntos de vista que enriquecen y no empobrecen la filosofía.
En cambio, Tischner y Marías reconocen grandes logros de la filosofía contemporánea que “ha llegado a conceptos y métodos que permiten comprender mejor que nunca la realidad humana y la concordancia de esta interpretación con la visión del hombre que acompaña al cristiansimo.(…) La obra de Dilthey, William James, Husserl, Bergson, Blondel, Unamuno Max Scheler, Ortega y Gasset, Jaspers, Gabriel Marcel, C.S. Lewis, Zubiri y otros más (…) es una enorme posibilidad intelectual que no hay que olvidar. Hay que tomar posesión tanto de la interpretación cristiana, sin reducirla a elementos secundarios cuanto de los recientes esfuerzos de la razón filosófica”. Tischner añadiría a esta lista de filósofos por lo menos a Buber, Rosenzweig y Lévinas. Nosotros deberíamos añadir a Julián Marías y Józef Tischner. Ambos hicieron uso de los logros de la filosofía de nuestro tiempo y utilizaron el método fenomenológico para buscar el fenómeno más originario donde está el comienzo de toda experiencia de realidad o utilizando términos de Ortega y Marías, la realidad radical. Tischner la localiza en el encuentro con el otro y su punto de referencia es en el principio la axiología, después la agatología y al final Dios y el pensamiento religoso. A partir de allí desarrolla la filosofía del drama, el proyecto interrumpido por la prematura muerte. Marías confirma el descubrimiento de Ortega de mi vida como realidad radical y a partir de ella desarrolla la estructura analítica ya señalada por Ortega y la estructura empírica de la vida humana con sus correspondientes determinaciones para llegar al final a la persona definida como criatura amorosa. Ambos tomaron a la persona humana como centro de su reflexión; y el objetivo de su pensamiento fue el intento de evitar el fenómeno de cosificación de la persona, y en el plano práctico, defender el cristianismo frente a todas las formas de ideologización, devolver al cristianismo su vitalidad y la dignidad al hombre que busca la verdad sobre sí mismo para alcanzar la salvación –para Tischner la “salvación” junto con la “condenación”, procedentes del lenguaje religioso, definen también la última dimensión del drama del hombre, y para Marías la expectativa de la vida perdurable es el núcleo esencial de la perspectiva cristiana-. Su pensamiento mantiene la frescura intelectual y demuestra el más alto grado de la autenticidad que, como advertía Marías, depende de la necesidad de la filosofía, de la atención a los verdaderos y más hondos problemas. Sin embargo, el pensamiento de Julián Marías, a pesar de su importancia y del gran interés que suscita entre los que tienen posibilidad de conocerla, también los jóvenes –de esto, si se me permite el acento personal, puedo dar mi testimonio como el hombre y sacerdote perteneciente al mundo universitario-, sigue casi desconocido en Polonia fuera del ámbito de los especialistas dedicados al estudio del pensamiento español. Todavía no se ha traducido ningún libro suyo al polaco. Parece obvio que este es el primer paso que hay que dar para tomar en Polonia la posesión de la obra de Julián Marías y con esto superar uno de los resultados de un largo período de muy escasa comunicación entre los dos lados del antiguo telón de acero.
P. Witold Dorsz
Sacerdote católico
Profesor de la Facultad de Teología en la Universidad de Nicolás Copérnico en Toruń (Polonia)