Por Yoani Sánchez y Reynaldo Escobar
La Décima Bienal de La Habana quizás sea recordada por dos cosas, los enormes elefantes que pasearon por las plazas más importantes de la ciudad y el perfomance “Los susurros de Tatlin” de la artista Tania Bruguera donde ¿por primera vez en cincuenta años? se dio la ocasión de que gente del público, personas comunes y corrientes, en fin, ciudadanos, pudieran decir lo que se les antojaba frente a un micrófono.
Aquellos que piensan que en Cuba no pasa nada, debieron haber visto esta Bienal, donde el espíritu crítico, especialmente de los jóvenes artistas cubanos, superó con creces la complacencia conformista. La relación dinámica entre tolerancia y control fue favorable a la tolerancia, pero no porque hubiera una predisposición en el Comité Organizador a que así fuera, sino porque si hubieran prevalecido el control y la censura, la Bienal habría sido un fracaso.
Lo que ocurrió el 29 de marzo en el Centro Wifredo Lam fue lo siguiente: La artista Tania Bruguera emplazó una tribuna respaldada por una enorme cortina y presidida por un podio con dos micrófonos. Se anunció que cualquier persona podría subir y durante un minuto, le estaría permitido decir con entera libertad lo que quisiera. Dos jóvenes con uniforme verde olivo (que eran parte del perfomance) custodiaban el podio y conducían a quienes harían uso de la palabra. En cuanto el orador se colocaba en su puesto, ellos le ponían una paloma blanca (viva y aleteando) sobre el hombro. Cuando alguien sobrepasaba el tiempo acordado de un minuto, los supuestos soldados retiraban a quien se había excedido. Sólo en tres ocasiones fue necesario sacar a los desproporcionados.
Este perfomance ya había sido expuesto en otras ciudades en el extranjero y nada extraordinario ocurrió. Quizás porque en esas otras ciudades nadie se vio compulsado a usar el micrófono para reclamar libertad de expresión, sino para exigir mejores salarios, protección a la naturaleza y el fin de la violencia de género, o para advertir los peligros de la globalización o la situación de la crisis económica y el cambio climático. No estuvimos presentes en los otros lugares, pero eso es lo que se nos ocurre que dijeron allá los improvisados oradores, sin descontar el caso de que alguien haya aprovechado la ocasión para cosas más personales, como declarar el amor a la persona amada o salir del armario en un acto público.
Pero a las 8 de la noche de aquel domingo, a pesar de que se había pasado toda la tarde lloviendo, más de cuatrocientas personas rodeaban expectantes un podio vacío iluminado por varios reflectores. En cuanto se explicaron las reglas del juego una joven subió y se limitó a sollozar frente al micrófono. Nosotros, los que firmamos esta crónica, (que hablamos de nosotros en tercera persona) habíamos tenido la precaución de, unos minutos antes, anotar en un papel lo que queríamos decir. Yoani Sánchez saltó al ruedo como la primera espontánea y dijo su discurso sobre el tema de Internet y el fenómeno blogger, Claudia Cadelo le siguió para exclamar que sería bueno que estos minutos de libertad se hicieran más extensivos y pidió a los que acudieran allí que usaran su tiempo para decir la verdad, Reinaldo Escobar intentó resumir un viejo artículo ya publicado bajo el titulo Despenalizar la discrepancia, pero no lo logró y se convirtió en el primero que hubo que arrancar del podio. Claudia Cadelo volvió para decir “Ojalá que un día la libertad de expresión no tenga que ser un perfomance en Cuba”, un joven pintor confesó que nunca antes en sus 20 años de vida se había sentido tan libre como en ese momento y otro pidió “a ellos” que fueran allí y dijeran lo suyo. Un visitante puertorriqueño sugirió la idea de permanecer en el Centro Wifredo Lam durante 24 horas, para que otros cubanos pudieran hablar. Un señor de unos 50 años rememoró la intervención de Virgilio Piñeira durante la memorable reunión donde se dijeron “las palabras a los intelectuales” en junio de 1961 y citó: “Yo solo quiero decir que tengo mucho miedo”. Luego vino Claudio Madam para someter a votación la idea de que la familia Castro abandonara el poder y Ciro Díaz para reclamar unos papeles que le había incautado la seguridad del Estado, una mexicana denunció los abusos a que son sometidas las mujeres y un señor que parecía norteamericano, en el peor español de la jornada, dijo “!Qué viva la cambia!”. Una compañera de edad indefinible salvó la honra del discurso oficial para repetir un lema de las vallas propagandísticas: “cada día miles de niños mueren de hambre en todo el mundo, ninguno es cubano” Un hombre joven pidió con mucha solemnidad “un minuto de silencio por nosotros mismos , con la paloma puesta en la cabeza, una joven hizo su lista de todo lo que estaba en contra y cuando nadie sospechaba que el acto estaba por terminar, un enmascarado (con una bolsa de tela negra colocada al estilo del verdugo en su cabeza) dijo “A mí me parece que esto debería estar prohibido”. Entonces Tania Bruguera subió al podio y visiblemente emocionada dijo: “Gracias, cubanos”.
Con toda seguridad que se nos escapan detalles y como resulta obvio no conocemos los nombres de la veintena de personas que desfilaron frente al micrófono. Si alguna crítica vale la pena hacer es a quienes se ocupaban del equipo de audio (o a la calidad del equipo) que por momentos hizo prácticamente inaudibles algunas intervenciones. Faltaron matices, porque todo hubiera quedado más equilibrado si quienes pensaban que allí se estaba orquestando una provocación contrarrevolucionaria, hubieran tenido la necesaria dosis de combatividad para decirlo allí, donde era necesario decirlo y no dos días después, en una Declaración del Comité Organizador publicada en La Jiribilla, que tuvieron la infinita modestia no firmar con sus nombres propios.
Esta X Bienal será memorable. Nadie olvidará los hermosos e insólitos elefantes que tanto gustaron al público ni a las insignificantes hormigas que se sintieron atraídas por la dulce libertad una noche de domingo.
Yoani Sánchez. (La Habana, 1974)
Filóloga. Autora del Blog Generación Y.
Premio Ortega y Gasset de periodismo digital 2008
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Reinaldo Escobar (Camagüey, 1947)
Periodista. Miembro de la revista digital Desdecuba.
Reside en La Habana. www.desdecuba.com