VERSIÓN RENOVADA A PARTIR DE UNA VISION INTEGRAL.
Por Nazario Vivero
La actual crisis financiera internacional, en buena medida ligada a intereses egoístas o a manejos dolosos de un cierto sector privado bancario-hipotecario, y que podría derivar en una crisis económica global, nos ha sido presentada, por un sector minoritario, como prevista o previsible, y para núcleos importantes, como inesperada, pero, en todo caso, crecientemente angustiosa para las grandes mayorías, en particular las más frágiles, desposeídas o excluidas. Ella ha aparecido con el trasfondo concomitante de una crisis alimenticia que configura una situación calamitosa – ¿inédita incluso? – a lo que se une, en algunos países o regiones, un contexto específico de graves catástrofes naturales o de irresponsables y hasta culpables gestiones administrativas gubernamentales.
Varios son los intentos iniciales de explicación o interpretación, como previas y condicionantes de respuestas pertinentes y efectivas. Un primero se estructura, o a partir de la más que justa y dramática preocupación por las consecuencias, especialmente para los sectores más depauperados a todos los niveles, o respondiendo a intereses o pre-juicios de “profetas de desgracia” o de “pescadores en río revuelto”; en concreto, planteando, en forma más bien “negativa”, que se trataría del fin del capitalismo, sea como sistema económico sea, sobre todo, como quintaesencia de una ideología o anti-cultura intrínsecamente deshumanizante. Un segundo, como versión “positiva” de la anterior, postula decididamente la “resurrección”, real o simbólica, del socialismo – ¿cuál? – como alternativa al fracaso, desmentido al así llamado “fin de la historia” (capitalista-liberal, democracia occidental) y “certificado de defunción” del “pensamiento único”. Un tercero, que reconoce que la crisis ha hecho “volar por los aires” el cuasi-axioma de la auto-regulación del mercado merced a una “mano invisible”, pero argumenta que, con todo ello, a lo sumo se habría puesto en cuestión “un” modelo, el neo-liberal, ampliamente asentado en los Estados Unidos, no así el más consolidado en Europa, conocido como de “economía social de mercado”, de amplia raigambre y logros sociales, y de configuración cultural humanista de estirpe cristiana.
Ese “sacudón”, socio-económico en su expresión más visible, pero político y ético-cultural en sus raíces, destinado a marcar un “antes y un después”, a la manera de un “signo de los tiempos”, se encuentra, para analistas destacados, ahora y en un inmediato futuro, en su fase más “oscura”, lentamente reversible hasta un posible inicio de recuperación hacia el segundo semestre del próximo año. No obstante, el mismo aporta ya, al menos, dos lecciones: primera, ha puesto sobre el tapete la necesaria aceptación de la intervención estatal, nacional e internacional, para evitar catástrofes inimaginables, “socializando pérdidas” donde antes sólo se promovía “privatizar ganancias”; segunda, que, detrás de ello, ha predominado la vía libre al capital especulativo, la preeminencia del lucro incontrolado y la ausencia de responsabilidad social de muchas personas y entidades, como dato altamente distorsionante desde el punto de vista ético, personal y colectivo.
Esas intervenciones, con todo, no significan una panacea: porque está por verse si serán de real beneficio para los pueblos y no sólo “mal menor” como “rescate de especuladores”; porque si bien no son apología de centralismos de planificación total, no es automático que impliquen nueva conciencia de integridad y responsabilidad empresarial, personal y corporativa, ni promesa de auténtica respuesta estructural, por creatividad institucional; y, “last but non least”, porque si la causa más directa e inmediata de todo este proceso ha sido la ausencia de reales controles, legales y administrativos, ello replantea el viejo problema del poder político tanto en régimen “liberal” como socialista.
A este último respecto, en efecto, y sin mayores pretensiones de desarrollo y reflexión ulterior, se recogen, buscando sencillamente elevar y profundizar en algo la pregunta por el sentido de la crisis, dos planteos, distantes históricamente y disímiles en su perspectiva, pero convergentes en su voluntad de “radicalizar” tanto la “arqueo-logía” de causas y razones como los horizontes “teleo-lógicos” y sus conclusiones más trascendentes: el uno, más secular en su origen y mira, desde la filosofía política y una antropología de la libertad; el otro, más religioso-creyente, desde la metafísica del ser y la auto-comprensión de la Revelación cristiana. El primero, que retoma la distinción, de inspiración weberiana, entre la “administración de las cosas” y el “gobierno de las personas”, es el clásico análisis del filósofo Paul Ricoeur cuando señala, sin obviar ni dejar de exigir atención a las causas y respuestas a la masiva y profunda explotación económica, la ingenuidad o la falacia de pensar que el fin de la misma (ej. la instauración de la justicia social) implicaría, eo ipso, el fin de toda distorsión y represión políticas, al proclamar simplemente la reducción (liberal) o desaparición (materialismo histórico marxista) del Estado en vez de articular su necesario control legal y popular. En efecto, el siglo XX ha conocido, “corregidas y aumentadas”, las antiguas versiones, examinadas, entre otros, por Maquiavelo y Hobbes, de vinculación entre violencia y política, esta vez bajo formas de guerra con componente atómico, Holocausto, Goulag, y caracterización, metafóricamente trágica, del “mal político” como “banal” (H. Arendt) rotulado antes por Kant como “mal radical”. Todo ello razonado a partir de que a mayor racionalidad en el ejercicio del Estado (por el cálculo y la previsión frente al azar y la improvisación) más grande es su “voluntad de poder”, su capacidad efectiva de manipulación y dominación y, por lo tanto, más necesarios son la lucidez, coherencia y protagonismo, críticos y creativos, de personas e instituciones, en términos de valores, normas y actitudes(1), lo que lo llevó a sentenciar “que el problema central de la política es la libertad; sea que el Estado la fundamente por su racionalidad, sea que la libertad limite las pasiones del poder por su resistencia”(2). Manera muy propia de nuestro autor de señalar que, “antes, por debajo y más allá” de toda técnica, todo poder, todo proyecto global, están un “núcleo ético-mítico”, unos “valores implícitos…que concierne(n) en última instancia a la humanidad misma del hombre” (3).
El segundo es el presentado por Benedicto XVI, tanto en la Eucaristía de inauguración solemne como en la meditación posterior de introducción práctica a los trabajos de la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos dedicada a la Palabra de Dios, el pasado mes de Octubre, cuando se refirió, como ya acostumbra en ocasiones semejantes, al tema de la realidad: por una parte, para cuestionar un sentido inmediato y superficial de la misma, y, por otra, para adentrarse en él y revelar otras significaciones, antropológica y espiritualmente más ricas, profundas y exigentes.
En efecto, el Papa alemán se preguntaba sobre la realidad del mal y de la “cruz” en el mundo, en particular, en una Europa en la que se expande rápidamente un clima de temor por la crisis mencionada, en el contexto de un continente con gran fragilidad energética, altamente dependiente de sus exportaciones – especialmente en los países económicamente más dinámicos – y con grandes responsabilidades de erogaciones en sus políticas sociales. En concreto, el Obispo de Roma se interrogaba por el presente y futuro de naciones “que en otro tiempo eran ricas en fe… y (que) ahora están perdiendo su identidad bajo el influjo deletéreo y destructor de una cierta cultura moderna. (Y en las que) hay quien(es), habiendo decidido que “Dios ha muerto”, se declara(n) a sí mismo(s) “dios”, considerándose…propietario(s) absoluto(s) del mundo”(4). Para, acto seguido, señalar si así son más felices, libres y constructores de una sociedad donde reinen la libertad, la justicia y la paz o si, por el contrario “- como lo demuestra ampliamente la crónica diaria – …se difunden el arbitrio del poder, los intereses egoístas, la injusticia y la explotación, la violencia en todas sus manifestaciones”(5).
Pero ha sido meditando sobre el Salmo 118 que el Papa concatenó, en un “in crescendo” semántico, la ambivalente palabra humana, con la Palabra de Dios, fundamento de toda realidad. Palabra humana como algo casi fugaz y a ratos impotente, pero, al mismo tiempo, con potencia increíble para “con-formar, con-figurar” la historia, la realidad, por la autoridad de su riqueza significativa, de su racionalidad intrínseca, de su interpelación ética al bien, de su expresión de belleza y armonía. Palabra de Dios con la “auctoritas” de Revelación amorosa, por creación, redención y cumplimiento definitivo en esperanza. El Papa, en efecto, utilizando la metáfora de lo que se construye sobre arena o sobre roca para ilustrar contrastes y prioridades, convocaba a un examen serio, crítico, acerca del verdadero y profundo realismo. De manera tal vez sorpresiva y forzando “pro-vocativamente” casi hasta la paradoja, proclamaba serena, pero firmemente: “Para ser realistas, debemos contar precisamente con esta realidad (la de la Palabra de Dios). Debemos cambiar nuestra idea de que la materia, las cosas… que se tocan, serían la realidad más sólida, más segura. Al final del Sermón de la Montaña el Señor nos habla de las dos posibilidades de construir la casa de nuestra vida…Sobre arena construye quien construye sólo sobre las cosas visibles y tangibles, sobre el éxito, sobre la carrera, sobre el dinero. Aparentemente estas son las verdaderas realidades. Pero todo esto un día pasará. Lo vemos ahora en la caída de los grandes bancos: este dinero desaparece, no es nada. Así, todas estas cosas, que parecen la verdadera realidad con la que podemos contar, son realidades de segundo orden…. Únicamente la Palabra de Dios es el fundamento de toda la realidad, es estable como el cielo y más que el cielo, es la realidad. Por eso, debemos cambiar nuestro concepto de realismo. Realista es quien reconoce …en esta realidad aparentemente tan débil, el fundamento de todo. Realista es quien construye su vida sobre este fundamento que permanece siempre”.(6)
El planteo evocado y apenas esbozado por el Papa Benedicto, podría ser calificado, tras una lectura apresurada, descontextualizada o superficial y “rasgándose las vestiduras”, de tentado por el “gnosticismo” (dualismo entre el mundo sensible y el espiritual) o incluso por el “maniqueísmo” (existencia de dos principios de realidad, bueno y malo, a la espera del triunfo definitivo de uno de ellos); en la práctica, concebir la realidad material como desprovista de valor, y la “espiritual” como la decisiva o definitiva, en un intento de respuesta a la por él y por otros, cristianos o no, denunciada vigencia del relativismo (7) o el nihilismo (8). En verdad, sin embargo, dicho planteo entronca positivamente con el del filósofo, a la manera de un previo y de una articulación, para ir a las raíces del problema y, así, ejemplificar aquello de que “a grandes males, grandes remedios”. En efecto, la reflexión de Ricoeur apunta, por una parte, a la centralidad de lo político, en su axiología de base y en su institucionalidad operativa, como estructurante de la realidad socio-histórica en términos de racionalidad y libertad, de subjetividad personal y comunidad práxica, porque “la política es el ámbito de las decisiones que conciernen al querer-vivir común” (9).
La del Papa, por la otra, invita a una radicalización de la existencia como espiritual y trascendente, fundamento, “quoad nos”, del orden real, en cuanto partícipe, por gracia y en la apertura de la fe, del Existente absoluto (el Dios cristiano como el “ipsum esse subsistens” del Aquinate), que otorga consistencia ontológica y suscita esperanza definitiva, en cuanto que crea, redime y trasciende. Palabras éstas que, en analogía con las de Pablo en el Areópago, son “locura y escándalo” para muchos, pero salvación de Dios para todo aquel “oyente de la Palabra” (K. Rahner). De lo que se trata, en efecto, en la interpretación papal, es, por un lado, de asumir la jerarquía de la realidad humana, finita y contingente, pero con capacidad de dar sentido y valor – léase, ética – a toda realidad, por participación en la realidad suma y fundante; y por el otro, en particular para el fiel creyente, de reconocer, proclamar y ofrecer, en diálogo respetuoso, un “surplus” de realidad – divina – que no elimina ni degrada lo humano, sino que lo complementa, lo redime, lo eleva y lo transfigura, por “don”, como trascendencia de amor gratuito. Pues, en definitiva, “el orden de la Redención – (designado por la primacía reconocida a la Palabra de Dios por el Papa) – presupone y conduce a su culminación el orden de la Creación.”(10), testimoniando así de la autonomía de lo creado, que convoca a la libertad para encarar respuestas, alternativas, en verdad, justicia y libertad, a la crisis que nos ocupa, pero en el seno de una “religatio” de destinación en la comunión de la paz y en la esperanza de que, por Gracia, el “hombre sobrepasa infinitamente al hombre” (Pascal).
NOTAS.
(1) P. Ricoeur: La paradoja política, en “Historia y Verdad”, 1964 (orig. f. p. 266).
(2) Id. p. 273.
(3) Id. p. 267.
(4) Benedicto XVI. Homilía Inauguración XII As. Gral. Ordin. Sínodo Obispos, 5-10-2008.
(5) Id.
(6) Ben. XVI. Meditación, Aula del Sínodo, 6-10-2008.
(7) P. Valadier: La falsa inocencia del relativismo cultural, Études, París, Julio-Agosto, 1997, pp. 47-56, reproducido en “La moral sale de la sombra”, 2008 (orig. francés, pp. 91-101.
(8) P. Valadier: Moral para tiempos de nihilismo, en “Et si Dieu n´existait pas?, París, 2001, pp. 95-109, reproducido en « La moral… », id., pp. 61-78.
(9) P. Valadier: “La moral…”, id. p.246.
(10) J. Ladrière : El papel de la filosofía en el diálogo ciencia-teología, en “Sentido y verdad en teología. La articulación del sentido III”, 2004 (orig., fr. p. 311).
Nacío en La Habana.
Licenciado en Filosofía en la Universidad de Lovaina,Belgica.
Candidato a Doctor en Teología en la Universidad Wilhems de Munster, Alemania.
Fue asesor de la Conferencia Episcopal de Venezuela.
Miembro del Pontificio Consejo para los Laicos del Vaticano.
Miembro del Instituto de Estudios Cubanos (IEC)
Reside en Caracas.