Por María Luisa Pérez Estrella
Requiem para tu ausencia presente
A ti: que te escondes donde no puedo alcanzarte.
Lazarito es un amigo de infancia, de esos que marcan tu existencia para siempre, y por más años que pasen no puedes olvidar su rostro, su sonrisa, o aquella frase que repetía constantemente: “Todo está bien, todo estará bien”.
Era mi vecino, mi compañero de pupitre en la escuela, mi amigo de juego en el barrio, mi héroe; me salvaba de las posibles palizas por mis travesuras culpándose de mis maldades. Tenía el don, la necesidad de proteger a los demás, como si sus manos fueran tan grandes para convertirse en muro, o, en escalera, si querías subir, o, en hombros, si precisabas llorar.
Teníamos 10 años por el 77 y una vida simple y linda, mis amiguitas me decían que era mi novio, yo me llenaba la boca de orgullo para contestarles que era más, porque era mi mejor amigo. Y lo era, de los que están ahí siempre que lo urjas, tan cerca que lo puedes palpar a cualquier hora. ¡Como lo está ahora mismo, estacionado en mis recuerdos más queridos!
Juntos regresábamos a casa después de la escuela. Era una tarea mutua y vital encontrarle dueño a un perro abandonado, o curar un gorrión caído del nido. Me llevaba la maleta como todo un caballero, y hacía llorar a una mata de rosas, sólo por regalarme una flor. Así es mi Lazarito.
Al mediodía hacíamos las tareas en su casa, yo lo ayudaba en Matemática, él me ayudaba en Español. Luego e invariablemente, llegaba Cunda (su madre) a la mesa, con dulces que nos preparaba y refresco con hielito. Cunda, la buena Cunda, le decía siempre: “ya entendiste Lazarito”, él le contestaba, “todo está bien, mami”. Terminamos la primaria, vino la secundaria y con ella el primer amor de Lazarito, le mandaba mensajes conmigo y me hacía esperar por la respuesta, yo le cobraba el favor, haciéndolo ir a buscar el pan, él sólo reía y me decía, “y tengo que hacer la cola, flaca”.
En 9o me dio su planilla en blanco para que la llenara, “toma, flaca, me dijo, lo mismo que pidas para ti, lo haces para mí”. Con su corazón protector, quería ser médico, yo veterinaria y terminamos yendo la escuela de Economía. “Todo menos separarnos, flaca, todo estará bien, no te preocupes”.
Hicimos la tesis juntos, me casé y él y su eterna novia de la secundaría fueron mis testigos.
Un día me dijo con el rostro pálido y casi enmudecido, “Flaca, me voy para Angola, ya firmé, es solo esperar por la cita; pero no te preocupes, todo estará bien. Cuando regrese quiero ser el padrino de tu hijo, háblale de su tío, dile que lo quiero mucho”. Quise llorar, un nudo en la garganta, estas ganas de decirle: no te vayas… entonces le dije “cuídate”. No pensaba con 18 años en la muerte, a esa edad, la muerte no existe, le pertenece a otros, a nosotros, llenos de juventud y con tanto amor por la vida, no.
Me escribía extensas cartas, como un diario, podían empezar: “Hoy me levanté a las 5:30 AM… “Flaca, tengo un mono y un perro que van conmigo a todos lados, ¡Cómo me gustaría que estuvieras aquí, conmigo!, pero no, tú aquí te mueres de hambre, la comida está muy mala. Los dulces de mami, ¡cómo los extraño!”
Y me narraba las raras costumbres del país: que las chozas o quimbos se hacían con estiércol seco, que los hombres tenían numerosas mujeres que trabajaban en el campo para ellos, que desde pequeñas se aplastaban los senos para que pendieran y alimentar así a sus hijos que, llevaban al trabajo en la espalda amarrados con telas, que estos hombres negociaban a las hijas por cualquier cosa, que ponían a podrir la yuca y luego preparaban funche, y se lo comían… “No se puede confiar en los angolanos, me comentó, de día te dan las gracias, de noche te matan a traición… tú no te preocupes, flaca, todo está bien, todo estará bien”.
Con impaciencia esperaba sus cartas, que llegaban con meses de atraso, y de cinco en cinco, a veces lloraba, con una mezcla de dolor y alegría: dolor porque entre líneas podía entender su sufrimiento disimulado con falso optimismo, de alegría, porque aún estaba ahí, tan cerca que podía palparlo a cualquier hora.
Y continuaba contándomelo todo: “Estuvimos en el monte por más de una semana, sobrevivíamos cazando venado, cualquier cosa que se moviera, ¡he comido iguana!, los otros días, cazaron a un mono, ¿cómo se lo pudieron comer? Cuando lo descueraron parecía un niño, yo no lo pude probar, me acordé de mi mona chita, por suerte se perdió hace más de un mes. Pero tú no te preocupes, flaca, todo estará bien. Cuida a mami, flaca, sabes que sólo me tiene a mí y a papi, dale vueltas, que poco puedo hacer por ella desde aquí”.
“Estoy triste, flaca, ayer mataron a un amigo al lado mío, ya no estamos jugando a las guerrillas, pasamos del entrenamiento a la realidad, ¡esto es en serio! Es aterrador sentir el picotear de las balas a tu lado, y el rostro del que muere no te deja dormir de noche. Tengo miedo, flaca, nunca más iré a la guerra… ya falta poco, un poco más y estaré ahí con ustedes, ¡cómo se extraña la casa, los padres, los amigos, el barrio lleno de árboles y muchachos jugando a la pelota, cómo te extraño, flaca!, pero tú no te preocupes, todo estará bien”.
Una foto dedicada en la esquina: “Para la flaca, que está aquí conmigo” y lo estaba, leía sus cartas y me trasladaba, cerraba los ojos y me lo imaginaba: socorriendo a un herido…huyendo de las balas, salvando lo que le quedaba de vida entre tanta muerte.
Un largo silencio me hizo temer, luego me calmó el silbido del cartero con una carta. Me explicaba en esta: que demoró en escribirme porque anduvo bastante enfermo con el paludismo, “Aquí si no te matan, te mueres igual. Estuve más de un mes sin poder levantarme, estoy extremadamente delgado, más que tú, flaca, te gané. Ya me siento casi bien, mañana nos vamos de acampada a otro sitio, me llevarán en camilla, aún estoy débil. Esta será mi última misión, luego voy para el puerto y cualquier día te sorprendo. Me va a parecer mentira cuando duerma en mi cuarto, cuando los vea, y podamos llevar al niño al parque. Le llevo una pistola de juguete, la cambié por dos cajas de cigarros, aunque no sé si debo llevársela, no es bueno jugar a las guerras.
Le escribí a Maritza para terminar la relación, quién lo iba a decir, más de 6 años de fidelidad y amor tirados a la basura, no aguantó, flaca, no aguantó; y eso que no ha tenido que pasar hambre, frío, fiebres, no ha tenido que correr delante de las balas, y esconderse detrás de una piedra hasta que acabe todo. Me dice mami que ya no va por la casa, que ahora se pasea con un hombre, que dice ella es solo un amigo, pero los han visto besándose, y no como tú y yo. Hace más de 7 meses no recibo una sola línea de ella y esto lo explica todo, al menos soy más digno y saqué valor para dejarla libre, si es que algún día estuvo presa… pero este dolor también pasará, lo olvidaré, junto con todos los malos recuerdos que esta guerra me ha dejado, y mi mona chita que tampoco me esperó, y el perro que enterré cuando lo envenenaron, todo lo voy a olvidar un día, solo me quedará un terrible odio al dolor, y eso, creo no podré olvidarlo… pero tú no te preocupes, flaca, todo estará bien”.
“Flaca, recibí tus cartas, cuando tengo noticias de Cuba es cuando único se me ve reír, voy dando saltos de alegría al rincón más apartado del albergue, y me las bebo una a una, después las releo más de diez veces… Ya el niño camina y habla y aún no conoce a su tío, pero su tío ha cambiado, ya no soy el mismo, la melancolía me está consumiendo… Ayer mi vida cambió, porque hasta ahora no había matado, sé que a eso vine, pero yo sólo tiraba al vacío, tú me conoces, nunca he tenido valor de matar una mosca. Pero ayer, flaca, era su vida o la mía, casi a quemarropa, no podía esquivarlo y si estoy vivo es por convertirme en asesino, o, ¿es menos asesino el que mata para defenderse? Por las noches los soldados hacen cuentos de sus hazañas, se ríen del sureño que casi se orina mientras caía muerto, yo no tengo nada que contar, me aparto del grupo con mis hojas, y me gritan “ahí va el poeta”, y no es para escribir poemas, sino, a Cuba, a mami, a ti; los dejo con sus cuentos, describiendo cada asesinato que han ido acumulando. ! El ser humano es un raro animal! al león lo vemos cazar cuando tiene hambre ¿por qué matamos nosotros, si no nos los comemos?
Y te digo que ya no soy el mismo, porque cuando acabó el combate, me fui a llorar donde nadie me viera y también a recordar, que es aquí donde las memorias vienen como torbellino… recordé aquel día que nos metimos en una cloaca donde estaba atrapado un pequeño gatito, y llegamos a la casa con peste a excremento, y tu mamá te dio una golpiza y mami me castigó una semana, pero valió la pena, flaca, porque el gatito nos miraba con una dulzura, como diciendo, “gracias”, y creció lindo, cazó ratones, tuvo hijos, y un día murió, pero no atrapado en una sucia cloaca… Y cuando en el solar de la esquina alguien dejó una jaba con cuatro perritos recién nacidos, con los ojos cerrados y la tripa del ombligo, ¡eso si era un reto, flaca!, fue tuya la idea de ponerlos en la iglesia de caracoles de Caridad, porque me dijiste que tu abuela te contó que un santo cuidaba de los perros y seguro Caridad no los botaría… ¿recuerdas como me quedé afuera a vigilar que nadie te viera entrar, ni salir?, ¿si nos ven visitando una iglesia?… Pues ese mismo que te ayudó a salvarles la vida al gato y los perros, hoy mató a un semejante, sólo por vivir un poco más… supongo que ahora, además de no ganarme el cielo, tendré que vivir con esta conciencia que me tortura y me da pesadillas terribles… así es la guerra, flaca, bastante parecida a las tragedias de las películas rusas, sólo que aquí la sangre no es salsa de tomate, y de día el sol te quema, y de noche te quema el frío… y todos o casi todos, ya somos asesinos, los que vamos quedando, que aquí, como en las películas del oeste, sólo vive el que dispara primero, a veces, ni la rapidez te salva, y si quedas vivo, lo mejor de ti lo matan… se muere la inocencia… Pero tú no te preocupes, flaca, todo estará bien… eso espero, y rezo por ello”.
Hacía más de 5 meses que no tenía noticias de Lazarito, justificaba su demora pensando que ya estaría en el barco de regreso y en cualquier momento tocaría a mi puerta…
Unos gritos histéricos salían de la casa de Cunda, un grupo de personas se amontonaban en la entrada: curioseando, no quería preguntar, porque imaginaba la respuesta… finalmente alguien me lo dijo, había llegado la noticia de la muerte de su único hijo. Cunda estaba como loca, se golpeaba la cabeza contra la pared, y gritaba… “No, no, eso es mentira, mi hijo está vivo, yo lo sé”. Con trabajo logré llegar hasta ella, la sacudí, mientras me tragaba las lágrimas, tratando de sacar fuerzas para poder así ayudar a la pobre Cunda, ¿cómo se consuela a una madre? Ahora lo importante era hacerla entrar en razón, y de esa manera cumplir con lo que Lazarito me pedía siempre, “Cuida de mami” me pareció que me lo susurraba al oído… Cuando con los ojos vacíos logró verme, me abrazo a ella con tal fuerza, como si estuviera abrazando a su hijo que se encontrará de regreso “díselo mi hijita, dile que eso es mentira… tiene que ser mentira. Ay Dios mío, mi hijito, dónde está”…
Todos mis intentos por verla en los siguientes días, fueron en vano, no me abrió la puerta nunca, ni fue a la reunión del CDR donde informaron la muerte heroica de Lázaro Jiménez, y al padre le entregaron una medalla, este la tomó con los ojos llenos de lágrimas, yo también lloraba, ¡lo lloré por tanto tiempo! Pero Cunda, la pobre y buena Cunda ¿qué consuelo se le puede dar a una madre?
Pasaba los días recordando: nuestra infancia, juntos, inseparables, jugando a los escondidos, a la gallinita ciega, cualquier cosa que nos sacara del aburrimiento. Y ahora no volvería a ver: sus ojos grandes que hablaban por sí solos, su linda sonrisa que dejaba descubierta una dentadura blanca y perfecta, su alta y seductora figura, sus respuestas inteligentes y vivaces. Pero no encontró una inteligente justificación para no ir a esa absurda guerra, o, quizá quiso ir para hacerse hombre. Lo único cierto es que ya no estaba, que no volverá a correr tras la guagua repleta…
¡Qué inútil muerte! ¡Sí, murió heroicamente! ¿Por defender qué?
Sólo sé que Cunda murió aquel día también, el padre de Lazarito la abandonó poco tiempo después, no quería morir junto a ella, ella que sólo podía sentir dolor.
Y murió Cunda de la peor manera, cuando castigas el cuerpo a seguir respirando, cuando vivir te cuesta más que haber muerto. Nada tiene sentido en la casa azul de la esquina, no se abren las puertas ni ventanas. Ese muchacho juguetón y simpático no se recuesta más en la baranda del portal para saludar al que pasa. Y Cunda, la pobre y buena Cunda: olvidó bañarse, comer, levantarse y hasta dormir… más tarde cuando nadie, excepto Cunda y yo recordábamos a Lazarito, entonces Cunda pasó a ser la loca del barrio, que no saludaba, que parecía estar en otro mundo, con la mirada perdida. Y llenó Cunda la casa de perros que tampoco bañaba. A cada rato se le veía sonreír con algún pequeño al que llamaba: “Lazarito, Lazarito, vamos para la casa”.
Y sé que no cumplí con la promesa que le hice a Lazarito, traté, pero no pude. Hoy soy una extraña para Cunda, no recuerda las tardes de estudios, ni los dulces, nada, sólo recuerda el dolor que siente ahora, que alivia un poco olvidando el pasado… Perdóname Lazarito, no cumplí, pero Cunda no quería ser ayudada, pienso que es una solución para ella seguir enajenada… atrapada en sus recuerdos.
De hecho Lazarito no fue un caso aislado, todos sabían que podían morir si iban, y los barcos seguían saliendo llenos de Lazaritos que fueron a un lugar lejano y desconocido a luchar por causa ajena, hacerse hombres, o ganar alguna carrera militar. Algunos nunca volvieron, pero otros seguían partiendo, el miedo era menos aterrador que no cumplir, quedar vetados. Otros muchos iban a conciencia, deseosos de entregar su vida de ser necesario, “por una causa justa”. ¡Cómo murieron Che, en Angola! Pero Che pequeños, que aún no podían tener una visión segura de lo que creían justo.
Quedó Lazarito sin hijos, sin futuro. Y Cunda sin Lazarito y las nalgadas de este mientras le robaba una frita en la cocina, sin deseos de vivir, ni valor para matar de una buena vez tanta muerte que había en ella. Los muchachos del barrio se reían de Cunda, pasaban y le alaban el bolso, le preguntaban “¿Cuándo te vas a bañar, vieja?” Cunda decía siempre “mañana”. Y mañana puede parecer una eternidad para quien espera, o no llegar nunca, para quien ya no espera nada.
Pasó el tiempo, me fui del barrio que continúa lleno de árboles y otros muchachos jugando a la pelota. Dejé atrás nuestra niñez, la adolescencia… pero tus recuerdos los guardé en la maleta mucho antes de echar la primera pieza de ropa.
Muy pocas cosas cambiaron después de tu muerte: ninguna cuadra lleva tu nombre… ya nadie habla de Angola y su absurda guerra… Los 14 de abril miro con atención las efemérides, con pena te digo que no mencionan tu muerte como hecho histórico. Aún me pregunto ¿por qué moriste? Quizá para ser un número estadístico de una guerra que quiere ser olvidada.
Porque las guerras se ponen de moda, y el ayer no hace noticia, ahora se habla de Israel, Yugoslavia, Afganistán, y mañana, ¿quién sabe?
Y tú, mi Lazarito, siempre estarás aquí conmigo, tan cerca que podré palparte a cualquier hora. Lamento no haber estado ahí contigo para salvarte, y así: hubieras crecido, tenido hijos y un día hubieras muerto. ¡Pero no atrapado en una sucia cloaca!
14 de abril de 2002
María Luisa Pérez Estrella. (Pinar del Río,196)
Técnico medio en Planificación de la Economía