Por Alberto Müller
En la obra póstuma, “La ninfa inconstante”, que nos obliga a regresar con agrado nostálgico a su Habana nocturna, Guillermo Cabrera Infante nos induce nuevamente a la memoria de las calles habaneras, a los misterios escondidos en cada adoquín empedrado y a los amoríos maravillosos que se escurren en esa nocturnidad del “feeling”, bajo la brisa paradisíaca de una cuidad encantada.
El personaje principal de la novela es Estela, una bella adolescente que ha decidido ser mujer con dieciséis años y que se ha sentido atraída por un crítico de cine que gusta de jugar con las palabras y que las palabras jueguen con él.
Algunos dicen que en la metáfora literaria oculta, que encierra esta estupenda novela póstuma de Cabrera Infante, los retos de una ciudad que nació para el amor y para el bolero, a pesar de las tormentas que la han abatido sin clemencia, están encarnados en el personaje de Estela.
“La Ninfa inconstante” es una obra tejida con paciencia bíblica por la actriz Miriam Gómez, que se adentró con disciplina y fidelidad infinita a descifrar los manuscritos íntimos y atrevidos de su inseparable esposo Guillermo.
Todavía guardo entre mis viejos papeles entrañables, una foto conversando con Guillermo y con Raquel Lavilla, esos dos habaneros esquizofrénicos, que soñaban con dormir al mediodía, para disfrutar de las aventuras nocturnas, en vaivenes de boleros y de ron, de aromas de cigarrillos y de habanos, pero sin discernir con cordura ese contagio abrumador de esa brisa borracha del Malecón.
Guillermo Cabrera Infante recibió el Premio Cervantes de Literatura en 1997, que es como el Premio Nobel de las letras hispanas, que se concede por la obra completa del autor.
Pero no fue hasta el año 2005, una vez ya fallecido Guillermo, que Miriam anunció la publicación póstuma del primero de tres libros que el escritor había dejado en manuscritos, con su letra de trazos endiablados.
La noticia de la publicación de “La ninfa inconstante” fue una primicia para compensar la ausencia que dejó la muerte del más original y más habanero entre todos los escritores cubanos de su época reciente y de épocas anteriores.
En Cabrera Infante, La Habana dejó de ser un motivo inspirador y se convirtió en esa naturaleza bipolar, que se abrazaba a él, tanto en sus noches de insomnio , como en sus madrugadas de placer.
Para entender a “La ninfa inconstante”, no podemos eludir a su obra más renombrada, “Tres Tristes Tigres”, donde el marco de la escritura se sumerge en un estilo paratextual, que supera en presupuestos literarios a los límites externos de la novela y nos hace recordar al argentino Julio Cortázar, con su obra “Rayuela”.
La novela mediante un prólogo casi en tercera dimensión presenta aquellas noches cubanas en Tropicana, con una voz narrativa que no teme a la ficción literaria y que se mueve entre las propias ambigüedades y contrastes de la ciudad capital.
Por eso el atractivo mayor de “Tres Tristes Tigres” fue la metáfora que se confundió con la realidad para dar luz a las tinieblas del propio caos imaginativo y contagioso, que vivía dentro de Cabrera Infante.
En otra de sus novelas maestras, que también da claridad para entender la obra póstuma sobre la ninfa, es ineludible mencionar “La Habana para un infante difunto”, que por su lenguaje lleno de juegos y acrobacias, más su iniciación erótica, nos presenta una autobiografía misteriosa y sutil del autor.
.”La Ninfa inconstante” nos vuelve a acercar a la vida nocturna de los cabarets y de la farándula habanera de la década de los cincuenta, a través de una mulata gorda, con brazos que parecían muslos, pero con una voz de terciopelo inigualable, que le dio a La Habana su carácter de sensualidad.
“La ninfa inconstante” está publicada por el Círculo de Lectores de la Editora Galaxia Gutenberg de Barcelona. El libro trae un poco de los desquiciantes sueños de todos los libros anteriores de Guillermo Cabrera Infante, pero me atrevería a afirmar que es un primor de novela. Tal vez la mejor entre todas.
En La Habana que amó con pasión de alcoba Cabrera Infante y en “La ninfa inconstante” está ese espíritu indomable de una ciudad, cuyo ritmo no descansa, a pesar de las ruinas de un sistema autoritario que la acecha y no la deja soñar a plenitud.
Obviamente La Habana de hoy no es ni la sombra de La Habana que llevó a Guillermo a convivir con la nocturnidad de sus calles y rincones. Pero el espíritu y el alma de su sombra, tal vez sea el mismo o incrementado por la queja suscrita de sus pobladores.
Al amigo lector le recomiendo que no deje de manosear y leer “La ninfa inconstante”, que lo trasladará a esa Habana mítica que no cree en ruinas, ni en casas apuntaladas, ni en atropellos autoritarios, aunque sufra con ellos, como sufría Guillermo.
Realmente Guillermo no regresa a La Habana, a pesar de residir en Londres hasta el día de morir, porque en el fondo de su corazón, nunca se alejó de esa, su ciudad, que amó con pasión de alcoba hasta el último de sus respiros.
Gracias, Miriam Gómez, por compartir con nosotros este regalo íntimo de Guillermo, al cual lo distanciaron de su tesoro más preciado, que era La Habana, pero no pudieron borrarla de su memoria.
Con la ninfa despertamos todos en La Habana para seguir adorándola.
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