Algunas consideraciones al leer un artículo del prof. Emilio Ichikawa en Convivencia 3.
Por Fray Plácido Álvarez Castro-Quirós
Tomo prestado para título de esta reflexión un término utilizado por Emilio Ichikawa en su reciente contribución a Convivencia no. 3: “Piedad pedagógica y crítica de la Ilustración”. En su artículo interesante, aunque quizás demasiado breve, Ichikawa enfoca sobre las relaciones de poder que se dan en el ámbito pedagógico y advierte acerca de peligros inherentes, que pueden enfrentarse con la “piedad pedagógica”. Pero ¿qué significa ese término?
La expresión trajo inmediatamente a mi mente un texto del prólogo de la Regla para Monjes de San Benito de Nursia (†580): Escucha, oh hijo, los preceptos del maestro e inclina el oído de tu corazón; acoge de grado y cumple con eficacia la admonición del padre piadoso[1]…
Puede resultar extraño que se traiga a colación un documento que fue escrito hace 1.500 años en un contexto especial, el monástico, pero como monje cisterciense de la estrecha observancia (trapense), que sigue la Regla de San Benito, me resulta connatural y veo en la Regla una expresión de la “piedad pedagógica” propia del cristianismo, y que esta puede enriquecer la discusión del tema.
La Regla es un instrumento pedagógico que recoge las intuiciones de formativas de la tradición monástica cristiana hasta el siglo VI. Un documento tan antiguo tiene evidentemente elementos caducos, propios de la época en que fue redactado y que por lo tanto hoy no rigen, pero también nos transmite una visión profunda de la formación, que por ser cristiana es muy humana. La Regla, como dice su título, es para monjes, pero las peculiaridades de la formación monástica quedan enmarcadas en una visión más amplia, y por lo tanto pueden ser entendidas, mutatis mutandi, para otros ámbitos. En lo que sigue trataré de señalar lo que en mi opinión son los elementos centrales y aún válidos de esa visión.
En primer lugar, San Benito entiende el ser humano como una unidad de alma y cuerpo[2] que se desarrolla a través de un sistema de relaciones; estas apuntan a un salir de sí mismo para un encuentro con Dios, con los demás y consigo mismo. Este salir de sí mismo es, paradójicamente, un llegar a la plenitud del propio ser; para esto es esencial aprender a distinguir lo verdadero de lo falso y lo bueno de lo malo[3]. Este proceso, que es el formativo, implica no solo el intelecto sino la totalidad de la persona y se lleva a cabo no solo en el aula, sino en la totalidad de las relaciones.
Distinguir lo verdadero y lo falso por medio de deducciones lógicas es lo propio de la ciencia. Hay otros ámbitos del ser que requieren más que eso: el contacto de la propia conciencia consigo misma y con la sabiduría heredada, que para el cristiano es en parte esencial revelada; es ahí donde se aprende a distinguir lo bueno de lo malo, y la razón puede legítimamente dar su asentimiento a la revelación; sobre esto han insistido tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI.
La conciencia se va formando a través de una experiencia multifacética y es eso lo que el “padre piadoso” trata de inducir; desde esta perspectiva se entiende que San Benito llama al superior del monasterio no sólo maestro[4] sino también “padre”[5] (abad) y médico[6].
Al dar San Benito gran importancia al “padre” del monasterio, surge el peligro de una tendencia al paternalismo autoritario, que se ha verificado en ocasiones en 1.500 años de historia, pero la Regla misma apunta a los elementos que contrarrestan esa tendencia.
En primer lugar el abad es responsable[7]; responde a otro por sus acciones, principalmente a Dios en términos del Evangelio y de la misma Regla[8], cuyos parámetros no puede violentar; en segundo lugar a la comunidad, que se expresa como un todo o a través de grupos que le dan consejo[9]; en tercer lugar, a la autoridad misma de la Iglesia que en casos particulares puede “pedir cuentas”[10]. En nuestro tiempo el derecho de la Iglesia ha precisado estos elementos mucho más de lo que lo estaban entonces.
Por otra parte hay algo que para San Benito es más fundamental que lo anterior y esto es el trabajo de conversión que el abad, como cualquier monje o cristiano, tiene que procurar cada día[11]. San Benito le insiste al abad que recuerde su propia fragilidad[12] y que trate de sanar sus propias heridas a la vez que sana las de los hermanos[13]. El abad no es en ningún sentido un autócrata[14], sino un hombre limitado que ha sido escogido para servir, aunque la limitación no es excusa para rehuir el trabajo de padre, maestro y médico; San Benito insiste que tendrá que dar razón de su desempeño[15].
En la relación con sus hermanos el abad debe buscar ser más amado que temido[16], nos dice San Benito, y ha de hacer prevalecer la misericordia sobre la justicia[17]; no debe quebrar la caña hendida[18]; debe ser prudente[19]; no debe ser suspicaz[20]; debe adaptarse a las diversas personalidades[21]. Debe recordar que no le ha sido encomendada la tiranía sobre las almas fuertes sino la sanación de las enfermas[22].
El maestro debe tener autoridad basada en la experiencia y el discípulo debe escuchar, pero esa autoridad nunca es absoluta ni autosuficiente, y la escucha debe ser desde la propia conciencia que va aprendiendo a discernir lo bueno.
En todo esto vemos que lo que rige es una respuesta personal, con todo el ser, a un llamado recibido y asumido con humildad, y no sólo un ejercicio intelectual, ni de parte del “maestro” ni de parte del “discípulo”.
La metodología de la Regla es poner en práctica, como indica la cita al comienzo, y toda la regla despliega esa práctica; por esta razón San Benito llama al monasterio no sólo escuela sino también “taller” donde se realizan las buenas obras que él indica[23].
Adentrándonos en los temas fundamentales de la Regla se puede decir que ésta pone a la persona en el centro de todo el proceso formativo/ educativo y tiene su eje central en un principio humano y divino a la vez: No anteponer nada al amor de Cristo[24]. Se trata entonces de la pedagogía del amor.
En este amor está el nexo entre lo humano y lo divino, y no se trata sólo del amor de una persona a Cristo, que ya es una respuesta al amor de Cristo, sino un amor como el de Cristo, que implica a la humanidad entera. Esto es piadoso, en el sentido más pleno de la palabra.
La meta formativa en la Regla, y en el cristianismo, es aprender a amar como Cristo nos amó, y ese aprendizaje abarca todo lo que el ser humano es: cuerpo, alma y espíritu, para utilizar la terminología paulina. Lo que esto significa en la práctica lo expone el mismo San Pablo[25] en su “himno al amor[26]”
El amor es paciente, es amable; el amor no es envidioso, no es jactancioso, no se engríe; es decoroso; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. El amor no acaba nunca. Desaparecerán las profecías. Cesarán las lenguas. Desaparecerá la ciencia[27]. Porque parcial es nuestra ciencia y parcial nuestra profecía. Cuando venga lo perfecto, desaparecerá lo parcial… Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido.
En este texto de San Pablo, así como en el sentido general de la Regla, se nota la tensión hacia el futuro como plenitud de conocimiento, que marca a la formación como un proceso con una meta trascendente. San Bernardo, abad de Claraval († 1153), padre cisterciense y doctor de la Iglesia, plantea esta tensión hacia la plenitud de otra manera, que resulta interesante y evoca otros temas. Él ve el proceso formativo desde la interioridad de la persona como búsqueda en el deseo, búsqueda de Dios en la persona de Cristo, y dice:
El alma busca al Verbo para consentirle que la corrija, para que ilumine su entendimiento, la sostenga en la virtud, la reforme en su sabiduría, la conforme según su belleza…[28].
La piedad pedagógica cristiana tiene que ver no sólo con la corrección y la iluminación del entendimiento, sino también con la virtud, la sabiduría y la conformación a la belleza, hechas realidad en la persona. Se trata de una transformación que apunta a la plenitud.
Pero la belleza no es la plenitud, San Bernardo usando las imágenes del Cantar de los Cantares, añade al texto anterior:… la haga fecunda en el matrimonio y goce de su placer. Entramos con eso en el ámbito propio de la mística. El matrimonio espiritual es lo que nos lleva a conocer como somos conocidos. Otro monje medieval, Guillermo de San Thierry, llama “unión de espíritus” al matrimonio espiritual[29]. Esto es piedad en su grado más alto, pedagogía que da su fruto más auténtico, gracias a la iniciativa divina.
La Regla de San Benito llama al monasterio “escuela del servicio divino” y la tradición cisterciense lo llama “escuela de la caridad (amor)”; esto puede aplicarse a la Iglesia como un todo. El fruto de este servicio y este amor es la paz; en ese contexto se entiende la exhortación de San Benito, citando la Escritura[30]: busca la paz y corre tras ella. Este es el proceso de la verdadera convivencia, a eso apunta la piedad pedagógica cristiana.
[1] Algunas traducciones dicen padre bondadoso, otras padre amoroso. La frase en latín es: admonitionem pii patris libenter excipe et efficaciter compte. Regla de San Benito (RSB), prólogo, versículo 2. Hay muchas ediciones, aquí se utiliza, a menos que se indique lo contrario, la de la BAC, Madrid, 1954.
[2] Cf. RSB, Capítulo 7, versículo 9.
[3] RSB. Prólogo, v. 17.
[4] RSB. Prólogo v. 1.
[5] Cf. RSB, capítulo 2, 24.
[6] RSB. Capítulo 27, 1-2. 28,2.
[7] RSB. 2,34.
[8] RSB. 2,4.
[9] Cf. RSB. Capítulo 3.
[10] Cf. RSB. 64,4.
[11] Cf. RSB. 2, 13-15.
[12] RSB. 64,13.
[13] RSB 2, 39-40.
[14] RSB. 64,8.
[15] RSB. 2, 6. 2,34 y 37-39.
[16] RSB. 64,15.
[17] RSB. 64,10.
[18] RSB. 64,13.
[19] RSB. 64,12.
[20] RSB. 64,16.
[21] RSB. 2,31.
[22] RSB. 27, 6. Cf. 64,8.
[23] Todo el capítulo 4.
[24] RSB. 4,21.
[25] 1 Corintios 13, 4-10.
[26] Algunas traducciones dicen caridad, pero se puede traducir amor y así se evita la tendencia a reducir el sentido de la palabra a lo socio-económico.
[27] Ciencia es traducido a veces como conocimiento. La palabra griega es gnosis.
[28] Sermón 85 sobre el Cantar de los Cantares, nº1. Vol. V. Ed. B.A.C. Madrid, 1987.
[29] Guillermotiene una obra conocida como la “Carta de Oro”, que es una antropología con sentido pedagógico espiritual escrita a petición de monjes cartujos. Su título formalmente es Carta a los hermanos de Mont Dieu, Biblioteca Cisterciense. Ed. Monte Carmelo, Burgos, 2.003.
[30] Salmo 33,15.
Fray Plácido Álvarez Castro-Quirós, o.c.s.o.
(La Habana en 1951). Monje de los Padres trapenses.
En 1956 salió de Cuba a vivir a Venezuela. Hizo estudios universitarios en EE.UU. Ciencias políticas en la Universidad de Tulane (1970-4) y en la universidad de Wisconsin-Madison (1974-76). Teología en el St. Meinrad School of Theology (1984-87).Entró en el monasterio trapense de Chile en 1978.
Regresó a Venezuela en 1992, desde esa fecha es Prior Titular (superior) del Monasterio Trapense Nuestra Señora de Los Andes, Mérida, Venezuela.