Valoración del libro El filo y el desierto de Anisley Miraz Lladosa, poetisa y narradora trinitaria.
Por Ezequiel Morales
“Con las mismas manos que toqué el asombro, toqué el destino”
Eliecer Barreto Aguilera
La vida en ocasiones es un ruido que nadie puede entender, a veces nos lleva al infierno, otras a la salvación.
La escritura en su forma poética es la que logra sobrevivir todos los embates del tiempo en la manera que uno se lo proponga. Es entonces que me siento más que privilegiado al tener el gusto de valorar nuevamente un título de una excelente voz femenina, una gran amiga, un buen proyecto para el último futuro del tiempo: el poemario El filo y el desierto de Anisley Miraz Lladosa.
Y digo nuevamente porque en el año 2005 fui invitado por la autora a presentar, en su natal Trinidad, un libro que mereció los lauros del Jurado en la octava Edición del ya desaparecido Concurso Vitral, y cuyo título es El Libro de la Salvación.
En aquel momento afirmé que Anisley es una de esas voces femeninas que no necesita de madurez pues la lleva consigo de siempre. Además, puedo afirmar ahora, con más base, que cuando en un artículo publicado por la revista Casa de las Américas, la excelente poetisa y crítica Marilyn Bobes se refiere a Anisley como una de esas poetas “que no necesita ser escogida, pues ya lo está.” Que además sigue afirmando “que su poesía es ya un proceso elaborado dentro de la contemporaneidad cubana, algo que va de lo real a lo maravilloso”.
Autora de varios libros, no solo de poesía para adultos, sino también de títulos infantiles y juveniles, Anisley se presenta ahora con un poemario que me sorprende en su manera de cantarle a la vida, en su bitácora donde lleva la exacta autenticidad de la existencia.
El filo y el desierto, es una propuesta que nos lleva al imposible camino de la comunicación, donde las imágenes se convierten en la tónica infinita del pensamiento.
Este es un libro de una estructura muy acelerada que nos hace volver y volver.
Poetisa de certeras meditaciones intelectas, nos conduce entre la realidad y el sueño. A través de este libro nos confiesa estar viviendo sobre la fábula de una dicha cotidiana, en la que se nota un mayor lirismo poético en su conjunto.
Desde esta brillante remembranza pretende acercar las pretéritas ensoñaciones hacia un instante presente y esperanzador, tras el cual se puede levantar una pirámide de palabras dentro del mar y la vida.
Citamos solo un ejemplo como acto de fe, se trata de un hermoso epigrama, que anuncia su desdicha contra el largo devenir de los días:
“Creo en Dios,
pero creo que Dios debe creer un tanto más en nosotros.”
Su cántico se envuelve con una extrema sensibilidad, incluso también con cierta humana ironía.
Lo que antaño era desierto e incertidumbre, ahora es un paisaje, e incluso, una fantasía. Por eso debo mencionar, una vez más, las hermosas palabras del gran filósofo Emmanuel Kant: “La naturaleza es bella solo cuando tiene apariencia de arte”.
Este poemario es una espléndida y punzante arteria de la incertidumbre, es como una suerte de reposiciones en la verdad del ser humano o el lugar donde Anisley desemboca en el ya testimonio de lo posible.
Al fin y al cabo, ya no sé si Anisley es el fin o el cabo de las cosas, ella es un estado paralelo que coincide solo con la semejanza de la poesía. La poesía es una tersa luz, única en la literatura, apunta sobre el hálito de la nada. Y tras la complicidad de cada verso que nos encorseta nuestro control, me convenzo esta vez que la autora es ya una brecha abierta entre los dedos del viento, un viento que sopla entre el filo y el desierto, la punta de la palabra y la soledad de la luz.
Considero este libro como una ventana más hacia el futuro, en el que Anisley parece haber descubierto la tesis más importante de la poesía con muchísima visión del erotismo, la filosofía, el sentido post conversacional y citadino, así como también de una ferviente transparencia muy favorable a la época actual.
Tiene Anisley un laberinto donde cada lector escurre la problemática del tiempo, además de no solo guiar la soledad de un corredor de fondo, sino también de merecer la máxima expresión de su modo lingüístico.
El filo y el desierto es un acto que nos sumerge junto al mar, el mar y nosotros somos una misma cosa. De modo que Anisley es dueña ya del tiempo, como en un largo viaje hacia el mismo sitio, como una espiral donde la palabra va cambiando el destello del claro día. Una excelente factura de unidad temática donde se aferra a cualquiera de las costas literarias que se han ido ensanchando sobre la isla del tiempo.
El filo y el desierto llega en ocasiones a parecer un testimonio de alucinaciones en el cual la mujer llega a sobrevivir en medio de una circunferencia. Anisley anuncia y reitera el problema del olvido.
Sorprendente de sí misma y del asombro, la autora de dicho libro es ya una necesidad de sus situaciones, una constante que pertenece al espacio desbordante de palabras.
Sé que Anisley lleva un gran placer en el hecho de la escritura, las grandes guerras de celo que existen dentro de la poesía. El tiempo, como punto de origen, como hijo pródigo, que solo comprueba la transparencia del horizonte. Todo ello lo toqué con las manos de Anisley.
Por último, recomiendo a ustedes los lectores que disfruten de este poemario. Que hagan la manera de colocar la memoria en función del amor y, por qué no, de la existencia.
La soledad del corredor de fondo ya tiene un nombre: El filo y el desierto.
Ezequiel Morales Montesino (Pinar del Río, 1976)
Poeta. Miembro de la AHS.
Premios y menciones en diferentes concursos.
Ha publicado en revistas y periódicos nacionales.