Por Jesuhadín Pérez
Después de los cambios ejecutivos en Cuba esperábamos más. La expulsión de un estudiante de Derecho ha quebrado nuestra ingenuidad. Puede llover en la montaña que aquí, por lo que se ve, el río no crece ni cambia de color.
Creer es confiar, es apropiarse de un recurso concedido y actuar sin cargos de conciencia. Néstor Pérez González aplicó a su acontecer las afirmaciones ejecutivas sobre no tener miedo de las discrepancias, porque al final la vida pasa por encima de las prohibiciones, pero… ¡qué decepción!
Por Vueltabajo, declaraciones como estas no cambian nada, por lo menos en lo que concierne a las autoridades universitarias. La ortodoxia capea por su respeto como en los viejos tiempos. La voluntad se demuestra más fácil con palabras que con acciones; las primeras vinculan, las segundas definen. Puede llover en la montaña que aquí, por lo que se ve, el río no crece ni cambia de color. Que lástima, porque yo también creí en cambios conceptuales, en tolerancia, y participación. Pensé que Cuba se arrimaba a buena sombra. ¡Tiempo era ya! Pero parece que no, que vuelven a ser palabras hueras y restalla el látigo para callar la inquietud pública.
Néstor creyó y dispuso según su conciencia; a cambio recibió una resolución inapelable. Es el precio de la inocencia. Sus intranquilidades fueron interpretadas como agresiones, su entusiasmo como alteración del orden. De indisciplinado, de hereje acusaron y no sorprende a Galileo Galilei cuando dijo que la tierra se movía; y se movía… Es un tiempo difícil para los discrepantes. Para los que no quieren plantar su semilla en el surco dispuesto, en el único surco.
Y Cuba sigue igual, sin debate abierto ni diálogo, pagando con expulsiones las opiniones espinosas y convirtiendo la diversidad en masa informe y homogénea. Es el estilo antiguo que se repite y se impone por la fuerza. Es el miedo al cambio, al debate abierto y sincero. Es la desautorización de lo diferente porque lo diferente es espina en las posaderas de todo igualitarismo. Es el conflicto histórico entre el contenido y la forma, la lucha entre lo nuevo y lo viejo. Es… todos sabemos lo que es.
Mientras tanto se van sembrando víctimas. Las nefastas huellas de la decadencia no dejan espacio para la reforma porque hiede a peligro, entonces el retorno a la tradición, al abrazo del oso, a la vieja estructura rígida, improcedente y anacrónica pero perfectamente conocida. El recurso de la madriguera: hasta tanto el refugio que protege no se vuelva inhabitable, sirve de cobertura para aplicar el orden, un orden que lanza cabezas al aire para demostrar a los sobrevivientes que el poder existe y subrayar en manos de quién está. ¡Qué pobreza de método!
Es la Cuba de ahora, la que tenemos y los que acusan con dedo austero también son cubanos. ¿Ingenuos?; no, intelectuales que pueden entender el resultado final de una ecuación histórica. Les ha tocado el papel angustioso de arropar apariencias. Patético.
Después de tantos años de intentos pacíficos, de proyectos debidamente presentados y amparados por la ley, de crisis sostenida, cansancio humano, emigraciones, presiones, condiciones que debían haber perfilado alguna solución al problema: ¿cuándo dejaremos los cubanos de dividirnos en malos y buenos, revolucionarios y contrarrevolucionarios, patriotas y anexionistas?
Se impone otra pregunta, quizá la más importante: ¿cómo?, porque necesitamos una respuesta, una solución positiva e inmediata. Nadie se atrevería a dudarlo. Pero ¿Cómo; si a cada intento se corresponde con destituciones e improperios, dogmatismos y supersticiones? La agresividad pone barreras, elimina el entendimiento, provoca incomunicación, echa abajo compromisos. Si las abejas se comunican, las hormigas, los miembros salvajes de cualquier manada, ¿por qué una parte de los cubanos no puede comunicarse con la otra? ¿Estamos ligados a alguna maldición? ¿Nos desnaturalizamos?
Demostrar que otro está equivocado es legítimo, pero no silenciarlo mediante coacción y fuerza. Empleemos el diálogo. En la aparición de la conciencia existe un elemento importante: “el lenguaje” ¿Algunos cubanos lo han olvidando? ¿Habrá que situar el “entendimiento” en el anaquel de lo suprimido?
Mientras se fabriquen guillotinas se inventarán decretos para que sean empleadas y rodarán cabezas. Es hora de poner fin a la tragedia. Cuba necesita espacio para los cubanos, basta de distinciones y discriminaciones, un cielo común nos cobija, una misma historia nos enorgullece, un camino largo nos queda por andar. Compartámoslo.
La crispación solo engendra juicios y cadalsos. Dejemos de ver culpables a los discrepantes, porque es opción, no crimen. ¿No vamos acaso en el mismo sentido? ¿No es la Cuba de la palma real, el tocororo y la bandera de la estrella solitaria la que se defiende? Todos lo hacemos. Pero al futuro se llega por muchos caminos. Es hora de tender puentes, los muros -después del caso Berlín- están avergonzados de crecer. ¿Es oportuno a esta hora invertir en ellos?
Vivamos por Cuba y dejemos los escrúpulos con las acepciones. Coexistamos sin inventar guerras frías entre nosotros, porque todos salimos perjudicados. Dejemos los espectáculos y actualicemos criterios, mientras el mundo llena de satélites el cielo, nosotros, flamantesneandertales, peleamos en la caverna por el modo en que arderá la hoguera y la filosofía de los leñadores.
Hay que sembrar el entendimiento, no la guerra.
24 de marzo de 2008.
Jesuhadín Pérez Valdés. 1973.
Estudiante de Derecho.
Miembro del consejo de Redacción y fundador de la revista Convivencia.