Por Juan Carlos Fernández Hernández
Hace un tiempo un hermano me prestó un documental en el que se recogía la lucha por los derechos humanos en tres países: India, EEUU y Sudáfrica.
Tiempos distintos, idiosincrasias distintas, culturas distintas, rasgos que distinguen esta presentación, sin embargo, había en todos un hilo conductor, una esencia que los unía irremediablemente a pesar de las diferencias: la lucha no violenta.
Sobre este mensaje, y la gran importancia que reviste para Cuba hoy, es que quiero compartir con ustedes mis reflexiones.
Esta actitud nos enseña a luchar apasionadamente por los derechos arrebatados, pero sin dejarse llevar nunca por el odio o la violencia, es decir, enseña a enfrentar la injusticia con la resistencia no violenta.
Este último término entraña la convivencia pacífica de todos y no la victoria de unos sobre otros. La resistencia no violenta es el lado práctico del amor. Nunca persigue la eliminación del enemigo, sino llevarle a la reflexión, tomando como fin la reconciliación y la amistad.
Pero, ¡cuidado!, no debemos confundir la no violencia con la debilidad, ni con la disposición a sufrir con sumisa actitud ante la opresión. La valentía para alcanzar por la vía pacífica los derechos exige incomparablemente más valor que para alcanzarlos violentamente.
Todo aquel que opta por la lucha no violenta necesita, no pocas veces, ser más fuerte, vigilante y activo para permanecer en esta actitud pacífica, que aquel que opta por la lucha de las armas.
El que es capaz de renunciar a la violencia debe ser muy firme. La no violencia es poder; pero es el uso recto y bueno de ese poder, poder que salva a las dos partes: al oprimido y al opresor.
Con la violencia se puede matar al injusto pero no a la injusticia. Con la violencia se puede dar muerte al que odiamos pero no al odio. La violencia siempre robustece al odio. Responder a la violencia con violencia, la multiplica. Es una cuenta que siempre, invariablemente tiene el mismo nefasto resultado: más violencia.
La fuerza educativa de la no violencia consiste en cultivar la convicción de que el sufrimiento puede transformar al adversario y puede abrir sus oídos y corazón que, de otra manera, permanecerán cerrados a la voz de la razón. El amor es la única fuerza capaz de vencer al odio, de hacer saludables las relaciones y de transformar a los enemigos en amigos. El odio destruye al ser humano. El amor, en cambio, es una fuerza edificante y creadora.
Creo que alguien que se precie de amar a Cuba, ha de optar por esta metodología de ofrecer la rosa blanca a aquel que le arranca el corazón con que vive. Así lo hicieron Gandhi, Martin Luther King, Walesa, Havel, y lo hacen cientos de cubanos que saben que el amor es el camino para alcanzar los derechos arrebatados, porque están convencidos que solo el amor engendra la maravilla.
Vivir en el amor que resiste la tentación de la violencia, creo yo, es la mejor opción para Cuba.
Juan Carlos Fernández Hernández (Pinar del Río, 1965)
Fue co-responsable de la Hermandad de Ayuda al preso y sus familiares de la diócesis de Pinar del Río.
Vive en Pinar del Río, Cuba