Política – La última utopía y la próxima discusión

El cambio en Cuba: motivos, variables, actores, obstáculos y consecuencias

 

Por Reynaldo Escobar
Cada día la sociedad cubana comprende mejor que la más urgente discusión pendiente es la referida a los cambios a introducir para que el país y sus paisanos tengan una esperanza de futuro. El objetivo de este trabajo no es hacer una propuesta concreta sino comentar los motivos, las variables, los actores, los obstáculos y algunas de las probables consecuencias de dichos cambios. Resulta muy difícil no ser partidista en un tema como éste, mucho más intentar ser objetivo, pero ese ha sido el propósito.
Los motivos del cambio
Hay una evidente correspondencia entre el grado de inconformidad ante una situación y los deseos de que las cosas cambien, por eso los motivos para desear cambios no son los mismos para todo el mundo. Hacer el inventario de los motivos equivaldría a confeccionar la lista de las inconformidades y, de alguna manera, eso sería confeccionar el catálogo de los problemas: ¡de todos los problemas!
Sin embargo también se puede decir que los motivos de las personas para desear cambios (o el cambio) se relacionan también con la percepción de que como se intentan resolver las cosas no se podrán remediar mucho. Esta idea proviene de la convicción de que lo más malo de nuestros problemas no es tanto la gravedad con la que se presentan, sino algo peor: la falta de perspectiva para solucionarlos bajo el actual sistema en un plazo aceptable.
Es lo más parecido a los motivos de un divorcio. No se trata de que nuestra pareja haya engordado excesivamente, o fume demasiado, o ronque toda la noche; ni siquiera es que queremos ver una programación diferente en la tele. Nos divorciamos cuando comprendemos que el tiempo que nos queda de vida no alcanza para superar los defectos del otro que ya se nos han vuelto insoportables, ni para aprender a tolerarlos. Entonces tenemos que cambiar.
En la sociedad los problemas suelen ser más complejos que en la intimidad de la vida privada y las insatisfacciones se miden, o se pesan, cuando observamos (siempre desde nuestro punto de vista subjetivo) la diferencia entre lo que hemos logrado y lo que creemos que somos capaces de conseguir. No tenemos derecho a sentirnos frustrados por no alcanzar quimeras inalcanzables, pero sí a sentirnos descontentos cuando no tenemos una pared propia donde colgar el título de ingeniero, o cuando tenemos que ir a la casa del vecino a recibir por teléfono la noticia de que ganamos un importante premio literario. Produce mucha insatisfacción ir en un ómnibus repleto al hospital donde vamos a practicar un transplante de riñón, o tener que escribir un artículo sobre el uso actual de la lengua quechua sin poder viajar al Ecuador.
Cuando echamos un vistazo rápido y superficial a las listas de demandas que cada cual hace, en Cuba por estos días, vamos a encontrar muchas demandas típicas de la clase media: casa, auto, viajes, computadoras con acceso a Internet, derechos a la propiedad, etc. También aparece la más universal de las quejas de la clase obrera: un salario más alto, y las que tipifican a personas con inquietudes políticas: derecho de expresión y de asociación. Los jóvenes quieren una puerta hacia el futuro, los viejos un sitio tranquilo y seguro, los marginados por una u otra razón necesitan sentirse incluidos. Si cada uno gritara lo suyo escucharíamos un coro del que tal vez sólo percibiríamos una palabra: cambio.
Las variables del cambio
Hay personas que están deseando el cambio, otros, se conforman con que se produzcan algunos cambios, quedan todavía quienes no quieren cambiar nada. Sin ánimo de hacer filosofía, se pudiera hacer una generalización y afirmar que todo cambio va hacia una dirección y se produce hasta determinada profundidad y a cierta velocidad.
La dirección: En Cuba, siglo XXI, el único rumbo por donde se aprecia un espacio hacia donde avanzar es: en lo económico, hacia el mercado; en lo político, hacia la democracia. En el sentido contrario, en cualquiera de los dos aspectos, apenas hay espacio a donde desplazarse.
La profundidad: En ambos senderos, el económico y el político, se pueden dar tímidos pasos (socialismo del siglo XXI, modelos chino o vietnamita) o llegar tan lejos como el neoliberalismo moderado o el capitalismo salvaje.
La velocidad: Todo puede ocurrir en 48 horas, o demorarse 20 años. Demasiado rápido sería traumático, demasiado lento sería desalentador.
Asumiendo que se acepta el tema de esta discusión: “los cambios son necesarios”, y que parece haber un amplio consenso en lo que concierne a la dirección de los mismos, la polémica se centraría entonces en la profundidad y en la velocidad.
Superficial y lento no vale la pena (por ejemplo, anunciar que dentro de 5 años se permitirá que los restaurantes privados podrán tener 15 sillas en vez de 12); rápido y profundo, parece una locura (entiéndase, proclamar que a partir de mañana y en un plazo de 30 días se privatizarán todas las entidades estatales). Superficial y rápido resultaría a la larga insuficiente. Lento, pero profundo parece atractivo, siempre y cuando no sea demasiado de lo uno ni de lo otro. Sólo queda sustantivar los cambios y hacer el cronograma.
Los actores del cambio
Una verdad de Perogrullo sería que antes de cambiar alguna cosa tiene que modificarse primero la mentalidad de quienes tienen en sus manos los timones de nuestra sociedad. De ser muy difícil transformar dicha mentalidad habría que sustituir a los timoneles. Es sabido que hemos tenido los mismos desde 1959, aunque han cambiado algunos contramaestres, oficiales de a bordo y sobre todo los marineros y grumetes. Hablo metafóricamente de esa gran nave que es nuestra sociedad, no de balsas al pairo en el Estrecho de la Florida, donde van los impacientes que no han querido esperar.
En mi humildísima opinión –y no tengo información confiable para afirmarlo- los actores principales de cualquier cambio, ya merodean el camarote del capitán, atisban por las rendijas y escuchan a través de las paredes. Nunca votaría por ninguno de ellos en unas elecciones limpias y multipartidistas, pero son mis candidatos para ejecutar el primer paso de forma incruenta y sosegada, o para decirlo con el esquema que aquí se propone: lenta pero profundamente.
Los opositores conocidos tendrán que esperar a que quienes hoy están en la barriga del caballo de Troya les abran las puertas de la fortaleza, aunque quizás se encuentren con la sorpresa de que otros le lleven la delantera. ¿Quién es el Boris Yeltsin de la Cuba actual? ¿En cuál provincia ocupa el cargo de primer secretario del Partido? Nadie lo sabe, solo espero que beba menos y que tenga más suerte.
La nueva clase política que algún día promueva cambios en Cuba necesitará de un electorado que esté esperando sus promesas, la hallará en esos inconformes de hoy, los que no han encontrado en el socialismo el techo de vuelo de sus aspiraciones. ¿A quiénes les queda pequeño el socialismo?: A los profesionales, a los que tienen la sensación de que pudieran competir, a quienes no le satisface lo poco que se le puede dar a muchos por igual, a los aspirantes a integrar la clase media. De esta potencial clase media cubana se puede decir, exagerando un poco, algo parecido a lo que dijo Engels de la clase obrera europea del siglo XIX: Con un cambio profundo no tendrían nada que perder que no sea sus cadenas, o sea, las limitaciones sistémicas con las que el socialismo les impide realizarse. Por eso serían los más beneficiados con el cambio, podrían constituir “la clase más revolucionaria”, con el “atenuante” de que no son exactamente desposeídos y carecen de una auténtica premura para actuar. Habría que añadir que también tendrían que perder sus complejos y empezar a reconocerse como lo que son, una pequeña burguesía emergente en medio de un socialismo en liquidación.
Fue precisamente el socialismo cubano quien le dio a tanta gente nivel universitario, información sobre el mundo, cultura política. Le dio alas, pero no suficiente cielo; pies ligeros, pero no largos caminos. Ahora, apertrechados con las herramientas para triunfar en cualquier país y careciendo de aquellos valores altruistas que se le suponían al hombre nuevo, son muchos los que optan por destaparse los oídos y seguir “el canto de sirena” de la democracia y la economía de mercado. En esa dirección enrumbarán la nave, aunque se estrellen contra las rocas. ¡Cría cuervos y te sacarán los ojos!
Desilusionados de la utopía el resto de la gente le seguirá los pasos. Será más fácil y menos riesgoso que lanzarse al mar sobre la puerta de la casa amarrada a la goma de un camión. Medio siglo es un plazo más que suficiente para probar los resultados de un sistema que ni en esta isla, ni en ningún otro lugar del mundo ha dado frutos satisfactorios.
Los obstáculos del cambio
A comienzos de 2008 el principal obstáculo para la realización de cambios en Cuba es la falta de incentivos entre los timoneles que podrían fácilmente conducirlos. Mientras que los más propicios actores vean mayores ventajas en mantener las cosas como están, que en impulsar cambios en nuestra sociedad, todo se mantendrá inalterable.
El segundo obstáculo es esa considerable masa de conformistas que calcula que es mejor mantener una relativa seguridad antes que someterse a los riesgos de cualquier tipo de cambio. Se incluye la falta de urgencia de la clase media emergente y el temor de la masa trabajadora a que regresen los patrones. En la cesta del lastre se cuenta todo aquel que disfrute de algún pequeño privilegio, ya sea una bolsa de productos al mes o un bocadito de jamón en la merienda o los que tengan asegurada su “búsqueda” a través de los enrevesados mecanismos de la corrupción. Todo el que individualmente salga ganando de la ineficiencia, del descontrol o de la indolencia que tipifican al sistema, tendrá mucho miedo de poner a competir su calificación en un escenario donde no funcionen ni el nepotismo ni el clientelismo ideológico.
El tercer obstáculo es externo y se refiere al gobierno de los Estados Unidos. Aunque paradójicamente los norteamericanos han sido por antonomasia los impulsores de un cambio en Cuba, el carácter injerencista, que objetivamente tienen las propuestas estadounidenses, se convierte en un elemento de freno. Por otra parte, algunos sectores proclaman insistentemente que cualquier cambio en dirección al mercado y la democracia, activaría una especie de imantación hacia el abismo y la isla terminaría siendo irremisiblemente una neocolonia yanqui. Parecería como si el pequeño David, que nunca tembló frente al gigante, cuando se trataba de amenazas militares, siente un miedo paralizante cuando Goliat muestra, frente a sus sedientos hijos, los cofres repletos de novedosas mercancías. La existencia fuera del país de una comunidad de cubanos con intereses puntuales, donde se incluye el espinoso tema de la devolución de propiedades, hace más complejo el asunto, sobre todo si se restablecen el derecho a la propiedad privada sobre los medios de producción y el derecho a regresar definitivamente a quienes optaron por el exilio. Esos miedos, esas reservas, son un obstáculo muy difícil de saltar.
Las consecuencias negativas del cambio
Una de las más ilusas aspiraciones de quienes propugnaban cambios en el ya extinto campo socialista era no perder las ventajas del sistema. Aquí tampoco faltan los soñadores que piensan que serían salvables conquistas tales como el pleno empleo, los círculos infantiles a precios módicos, el transporte subvencionado, un mercado racionado para casos sociales, los grupos de teatro experimental, las escuelas especiales, los institutos de investigaciones sociales, las cirugías estéticas gratuitas, las orquestas sinfónicas en cada provincia, las medallas de oro en las olimpiadas y al mismo tiempo producir bajo la ley de la oferta y la demanda.
Solo un estado omnipropietario y mantenido por una potencia extranjera o uno que vampirice a las empresas privadas con asfixiantes impuestos, podría darse el lujo de sustentar semejante paraíso social. Si bien es cierto que el derroche de las sociedades de consumo en los países más desarrollados resulta insostenible para el equilibrio del planeta, también es insostenible para un pequeño país, relativamente pobre en recursos naturales, pretender el desarrollo hipertrofiado de ciertos sectores improductivos sin que esto provoque la ruina de los sectores proveedores de riquezas.
Se proponen fórmulas para que las actuales empresas estatales alcancen la rentabilidad y puedan aprovechar los beneficios de lo que producen. En el momento en que, buscando ese objetivo, salten a manos privadas, se cooperativicen o pasen a la autogestión, tendrán que dejar de tributar al fondo estatal el volumen que ahora aportan para el beneficio social. De este fondo salen los recursos financieros que permite al menos soñar con la lista de beneficios mencionada en el primer párrafo de este subtítulo. Se podría ser más dramático y añadir que ese fondo es el que hace posible la constante disminución de la mortalidad infantil, la prolongación de la expectativa de vida y la sobrevivencia de ancianos y minusválidos. Habría que sumar todavía los inesperados efectos que se producirían a partir de la presencia en el país de las nuevas inversiones extranjeras y la inclusión de la banca nacional en programas de créditos de bancos internacionales.
Pero eso solo serían las primeras posibles consecuencias negativas de los cambios económicos. Por ejemplo la autorización de compra-venta de casas provocaría una reestructuración clasista de las ciudades, con la consecuente multiplicación de barrios de gente rica y zonas marginales. La implementación de la libertad de expresión podría traer aparejadas secuelas indeseables como la pornografía y la banalización de la cultura, mientras que la aceptación de la libertad de asociación traería el regreso de los clubes y asociaciones privadas con “derecho de admisión” incluido y todas sus derivaciones de discriminaciones raciales y clasistas.
La actual situación puede derivar en una renovación, un reciclaje o un derrocamiento. La imperturbable continuidad parece lo menos probable. El pesimismo gusta de hacer malos augurios: La fiesta donde el antiguo derrotado celebra su victoria siempre puede verse estropeada por la embriaguez de la venganza. Por haber satanizado durante tantos años al capitalismo quienes se decidan a aceptarlo tendrán una natural disposición a permitir en él cualquier monstruosidad. Los fantasmas de la corrupción, las drogas, la criminalidad y la politiquería inescrupulosa pueden estar preparando su aquelarre.
Todo lo mencionado es un resumen simplificado de las presumibles consecuencias negativas que podrían traer los cambios, pero no se trata de acontecimientos inexorables sino de probables situaciones que habría que tener en cuenta como precios a pagar. Para “torear” estos peligros es que hay que medir cuidadosamente la profundidad y velocidad con la que se hacen los cambios.
Si la insatisfacción con lo que se posee es la respuesta al por qué se pretenden cambios, las aspiraciones de mejorar la vida responderían al para qué. Ya sabemos que la inconformidad no se reduce a la galería de agobiantes problemas sino a la pobre reserva de soluciones que puede generar el actual sistema. De manera que cada aspiración está colgando de algún cambio y cada cambio tiene en el platillo opuesto de la balanza el espectro ceñudo de los daños colaterales aquí descritos. ¿Quién nos habrá puesto en semejante situación?
A este texto le falta obviamente un subtítulo: Las ventajas del cambio, pero es mejor que cada cual considere su última utopía y con ella en la mente promueva, junto a otros, la próxima discusión.

Reynaldo Escobar (Camagüey, 1947)

Periodista. Miembro de la Revista digital Consenso.
Reside en La Habana.
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