Moderación es una palabra y una realidad en desgracia. En nuestros días se confunde moderación con flojera, se confunde con componendas. Se identifica con apaciguamiento, o con disimular las injusticias o con acallar los legítimos reclamos de libertades y derechos. Otros confunden moderación con falta de voluntad, pasividad o parálisis por miedo a definirse. Nada más lejos de la significación de la palabra y de la actitud de la moderación.
Según el Diccionario de la Real Academia Española, moderación significa: “Cordura, sensatez, templanza en las palabras y en las acciones”. Y el mismo diccionario dice que los antónimos de moderación son: “extremismo, exageración, abuso, violencia verbal o de hecho”.
Por tanto, ajustándonos al real y preciso significado de la palabra, creo que Cuba, la Iglesia y el mundo de hoy necesitan mucha moderación.
Cuba
Cada vez más Cuba necesita de moderación, es decir, que mientras más crítica, caótica, opresiva y violenta se ponga la situación de nuestro país, más necesitamos de asumir todos una actitud de cordura ante las “locuras”, el absurdo, y el cinismo en que estamos sumidos.
En la misma medida que la situación de nuestra Patria se vuelva más cerrada, más invivible y más arbitraria, todos los cubanos necesitamos de un mayor grado de sensatez, es decir, de ejercer del sentido común, lo que significa tener más juicio para discernir lo que es mejor para no “encender más candela”, para no atizar la violencia, para no “estirar la soga” hasta que se rompa o nos ahorque. La sensatez es la cualidad de los buenos ciudadanos cuando viven en situación de crisis terminal como en Cuba hoy.
Cuba necesita urgente y abundantemente la virtud de la prudencia política que, según Aristóteles en “Ética a Nicómaco” que es una oda a la moderación y a la virtud como punto medio entre dos vicios, uno por defecto, los que se quedan cortos, y el otro por exceso: “In medio virtus”, en el medio está la virtud.
Por tanto, la moderación es hacer continuamente un buen discernimiento para que nuestras palabras y nuestros comportamientos huyan de los extremismos, de los radicalismos, de las crispaciones y de las reacciones violentas ante cada acontecimiento. El método de acción-reacción es casi siempre impreciso y fallido. Ante la violencia verbal, psicológica, mediática o física, no debemos reaccionar con más violencia de todo tipo. La violencia engendra violencia y la falta de moderación es caldo de cultivo para que la espiral de la violencia crezca.
Cuba necesita una salida verdadera, no un cambio fraude. Pero, que no queramos un cambio fraude no significa que fomentemos los extremismos y radicalismos. El mejor antídoto para el cambio fraude es la moderación, es decir, la prudencia política que no replica las mismas armas y los mismos métodos del régimen que se quiere cambiar. La moderación, la sensatez, la serenidad y la prudencia desarman los métodos y estrategias de los que reprimen y provocan para que caigamos en extremismos y para desacreditarnos ante el mundo como personas violentas y desaforadas.
Una buena y sistemática educación ética y cívica es la mejor escuela para formar ciudadanos sensatos, moderados y prudentes que no se dejen provocar y que no repliquen los mismos métodos que quieren cambiar.
La transición política, económica y social en Cuba será más autentica, profunda, estructural y ordenada en la medida que todos los cubanos, ciudadanos o en el poder, en la Isla y en la Diáspora, optemos y asumamos la virtud de la moderación, la serenidad, el respeto y el sano juicio.
La Iglesia
La Iglesia está en estos días en un período de transición. El cónclave de los cardenales debe discernir, con sensatez, juicio y criterios evangélicos, la elección de un nuevo Pastor Universal de la Iglesia. La virtud, en este caso, también se ajusta al concepto aristotélico y cristiano de: “In medio virtus”. Dado que el Sumo Pontífice de la Iglesia católica es a la vez Pastor y Jefe del Estado de la Ciudad del Vaticano, la búsqueda de una persona para este servicio pastoral y político debe centrarse, nunca mejor dicho, en la moderación que busca el justo medio entre los extremos.
Los criterios humanos, muchas veces permeados de trasnochados estereotipos traídos de los partidos políticos, identifican a los cardenales elegibles como: progresistas o conservadores; como de derecha o de izquierda; o como renovadores o tradicionalistas. Para acercarnos a la realidad de la vida de la Iglesia, ninguna de estas clasificaciones se ajusta a la esencia del discernimiento.
Esa esencia es, según los criterios del Espíritu, la elección de un pastor que se acerque más a la forma de pensar, de sentir, de actuar y de creer de Jesucristo, el fundador de la Iglesia, o, por el contrario, actuar más según las corrientes de este mundo, o aferrarse a la formación o deformación recibidas antes de ser elegido para tan alto y espiritual servicio. Es verdad que la formación recibida marca el carácter, pero es verdad superior que el centro de la religión a la que servirá está en ese movimiento del alma que se llama: conversión. Que no es solo el giro inicial hacia la fe cristiana, sino el esfuerzo cotidiano por cambiar aquellos elementos de la formación recibida que no se ajustan a la forma de ser de Jesucristo, por coherencia interior y por el bien de la Iglesia a la que se pastorea.
Por eso, opino, aunque mi opinión no valga para el cónclave, que los cardenales deberían alejarse de los extremos, huir de los desbalances, buscar la moderación, la prudencia y la virtud de la templanza. Los extremos dividen, confunden y crispan, sea en la política como en lo eclesial. La moderación, el centrismo juicioso y la combinación de tradición y renovación, bien dosificadas y sin sobresaltos, podrían traer a la Iglesia y al mundo un Pastor Universal que diera testimonio e invitara a todos a cultivar la sensatez y la moderación.
La transición de un pontificado a otro en la Iglesia será más serena y ajustada al pensar, el sentir, el querer y el actuar de Cristo, en la medida que los cardenales electores busquen entre los candidatos a uno que resplandezca por su moderación, su deseo de buscar el equilibrio entre todos los carismas de la Iglesia, su capacidad para cuidar el tesoro de la fe, en la Palabra y en la Tradición, en la misma medida que va fomentando conversión y edificando consensos para la necesaria renovación sin sobresaltos. En una frase: ubicarse en el medio porque ahí está la virtud.
Los creyentes sabemos y creemos que no todo son cálculos humanos. Creemos que el Espíritu Santo ilumina, inspira, orienta, a los electores, aunque no decide directamente, como explicó el recordado Papa Benedicto XVI, porque siempre quedará la libertad humana que no escucha, o que no acepta, o que no sabe discernir, las mociones del Espíritu. No obstante todo lo anterior, la Iglesia sigue y seguirá surcando los encrespados mares de este mundo porque sabemos quien va montado, aunque duerma, en esta Barca.
El mundo
Nuestro mundo de hoy también necesita moderación, como Cuba y como la Iglesia, pero a nivel global. Todas las posturas extremas, violentas, bruscas, reactivas, conducen a más crispación, al miedo, a la polarización. La prudencia política es la virtud central de la búsqueda del bien común del mundo, de la justicia, de la libertad y de la paz.
Ponerse del lado de los que invaden, de los que aterrorizan, de los que promueven los radicalismos políticos, religiosos o sociales, es abandonar la autopista central de la política que es la moderación, la negociación, y la creación de un clima de serenidad y equilibrio.
La transición desde un mundo en conflictos militares geoestratégicos, en guerras económicas, en el uso de la religión y la cultura para justificar la violencia… hacia un mundo plural, respetuoso de las diferencias, que busque la convivencia pacífica y el desarrollo humano integral, dependerá en mucho de que los que dirigen los gobiernos de las naciones opten por la moderación que, como se ha dicho, es la “cordura, sensatez, templanza en las palabras y en las acciones.”
A todos los cubanos, a todos los cristianos y a todos los ciudadanos del mundo, nos corresponde educar, cultivar, promover y conservar, una cultura de la moderación, la prudencia y la sensatez.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
- Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
- Ingeniero agrónomo. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
- Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
- Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2007.
- Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
- Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
- Reside en Pinar del Río.