I. Introducción
- Una estrella me moja los labios con los altos rocíos del cielo…
- Es profunda la noche y grandes los golpes del agua…
- Mons. Ángel Gaztelu
Al acercarme a la figura del Padre Agustín, como le llamaban sus contemporáneos, no lo hago como historiadora, ni como investigadora de la Pedagogía cubana: me aproximo a su memoria descalza y en puntillas, con la devoción, el respeto y el cariño agradecido de quien busca la cercanía de un Padre Fundador.
Dicen que el historiador es el escritor en función patriótica. Y sólo así me siento capaz de asumir la labor de historiar la persona de un grande de la Patria, de nuestra Pedagogía y de la Iglesia cubana; pues ésta se convierte en deber cuando evoca delante de sus contemporáneos la figura quizá no bien recordada de un prócer. Pienso que al pulsar viejos aconteceres y desempolvar hechos poco conocidos de una figura troncal de nuestra cultura, me convierto en la hija que extrae con sumo respeto del arcón donde se guardan los recuerdos familiares, reliquias de sus antepasados y las protege contra la acción del tiempo.
Pero tiene el historiador que proponerse una misión más alta y sagrada: la de ensanchar la proyección histórica de los próceres patrios. Ésta es la que trataré de asumir, a sabiendas de mis limitaciones, guiada por las palabras del “maestro que enseñaba todas las ciencias”, quien a la muerte de su tío escribía: «Yo no quisiera más sino que el alma purísima de ese varón privilegiado, de ese padre mío en el espíritu, me comunicara un destello de aquel vivo fuego». Con el calor de ese fuego, que viene de lo alto, comienzo mis labores.
Buscar en José Agustín Caballero para descubrir qué nos dice desde su ayer a nuestro hoy, es encontrar al Fundador bajo la luz de una historia de la que fue semilla fecunda. Mas, esta lectura que hago desde el presente tiene como horizonte conductor el futuro que todos estamos llamados a construir, ese futuro que los educadores presentimos como tarea magna y se nos torna, a la par que vocación, reto indeleble.
II. Una mirada a la historia
- ¡Dulce Cuba! en tu seno se miran
- En su grado más alto y profundo,
- La belleza del físico mundo
- Los horrores del mundo moral.
- José María Heredia
Ahora les invito a transitar los tiempos idos, recogiendo quizá el susurro de las piedras y el polvo del camino que recorriera, lleno de sueños de futuro, el maestro intachable, el sacerdote honesto y generoso, el cubano entero que se dio cuanto era hasta convertirse en formador de fundadores.
- La Habana del siglo XVIII
- ¿Tú Habana capitulada?
- ¿Tú en llanto? ¿Tú en exterminio?
- ¿Tú ya en extraño dominio?
- ¡Qué dolor! ¡Oh Patria amada!
- Beatriz de Jústiz y Zayas
- Marquesa de Jústiz de Santa Ana (1762)
Al Padre Agustín le tocó en suerte vivir una de las épocas más agitadas, brillantes y fecundas de la Cuba colonial. Rodeada de fuertes y murallas, la Habana había sido pensada como la Numancia americana, pero los tiempos numantinos habían pasado: una nueva artillería tornaba obsoleta la concepción defensiva de plaza cerrada. La armada británica atacó a La Habana en junio de 1762 y tras una sangrienta lucha la ciudad capituló, era el 14 de agosto, faltaban justo dos semanas para el nacimiento de José Agustín. Once meses después La Habana retorna a manos españolas a cambio de la Florida.
Luego de la toma de La Habana por los ingleses Cuba entra en una etapa decisiva de su historia. La política inglesa generó un crecimiento de la economía imposible de revocar. Así, al restaurarse la soberanía española en Cuba, el Conde de Ricla, conjuntamente con la edificación de nuevas obras de defensa, modificó el sistema económico y fundó el primer periódico: la Gazeta de La Havana.
La Habana, llamada en aquel entonces Llave del Nuevo Mundo, Antemural de las Indias Occidentales, se convirtió en la primera plaza fuerte de América: por su puerto pasaba todo el correo y el comercio entre la metrópoli y sus ricas colonias de Tierra Firme. Por aquellas fechas la ciudad era más populosa e importante que Nueva York, Boston o Filadelfia.
La culminación de esta etapa de despegue, iniciada durante la ocupación inglesa, tuvo lugar a la llegada del Capitán General don Luis de las Casas y Aragorri. Ocurrieron además dos sucesos decisivos para la historia de Cuba: la Revolución Francesa y la Revolución haitiana. Ambas nos beneficiaron: la primera en lo intelectual, la segunda en lo económico. Pues la sublevación de Haití, y la consiguiente destrucción de su industria azucarera, convirtieron a Cuba en la azucarera del mundo. Y la Revolución Francesa avivó el pensamiento de sus hombres más representativos, influidos, de un modo u otro, por las ideas de la Ilustración.
Don Luis de las Casas fue Gobernador de 1790 a 1796; hombre ilustrado e identificado con las necesidades de los criollos, puso en marcha importantes iniciativas para Cuba. Bajo su gobierno se hicieron dos grandes fundaciones con repercusión cultural: el Papel Periódico de La Havana en 1790, y la Real Sociedad Patriótica –llamada luego y hasta hoy Sociedad Económica de Amigos del País– en 1792.
En estas tareas contó con la colaboración de un grupo de eminentes cubanos, como el médico Tomás Romay, el Padre José Agustín Caballero, y el economista Francisco de Arango y Parreño, para nombrar los más conocidos. Ahora bien, si don Luis de las Casas –«el jefe ilustre y piadoso que nos hizo expectables en el siglo de las luces», al decir de don Tomás Romay– es acreedor a nuestro reconocimiento por la empresa civilizadora a que se consagró, cierto es que pudo llevarla a cabo gracias a la ayuda de esos hombres.
En lo eclesial, se destaca el obispo Santiago José de Hechavarría Elguezúa y Nieto de Villalobos (1769-1788), natural de Santiago de Cuba, que fue el último obispo con el título de Obispo de Cuba, Jamaica y la Florida más el territorio añadido de la Luisiana, pues en 1789 se divide la diócesis de Santiago de Cuba. El primer obispo de la recién erigida diócesis de San Cristóbal de la Habana, Felipe José de Trespalacios, mantuvo una posición contraria a las actividades de la Sociedad Patriótica, llegando a tener discrepancias con el Padre Agustín. En los albores del siglo XIX, febrero de 1802, toma posesión de la diócesis el obispo ilustrado: Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa, “aquel obispo español que llevamos en el corazón todos los cubanos”, al decir de Martí.
El Padre Caballero fue uno de sus colaboradores cercanos. Y decía Luz: “¿Quién podrá separar los nombres de Caballero y del obispo… Espada, honda e indivisiblemente esculpidos en el corazón de los habaneros?”.
La enseñanza en los tiempos de Caballero
- El defecto más visible es la estrechez e incomodidad de los lugares en que se enseña,
- atendiendo al calor del clima; en donde ellos están los más expuestos a enfermar
- y mirar a la escuela como una prisión, el lugar de tormentos y de horror.
- Fray Félix González
- Informe a la Sociedad Patriótica, 1793.
En la segunda mitad del siglo XVIII había en la Isla escuelas en las cuales maestros privados, llamados “escueleros”, y mujeres de humilde extracción, llamadas “amigas”, ofrecían instrucción rudimentaria a niños cuyas familias podían pagar algún tipo de cuota, y aún a otros que no podían pagarla. Es interesante destacar que muchos de estos “escueleros” y “amigas” eran libertos, y que en las escuelas cubanas, en sus comienzos, se admitían y se educaban juntos niños blancos y “de color”.
Ya desde entonces estaba muy arraigada entre la población la necesidad de la educación, y existían no pocas escuelitas de pago, en las que se enseñaban las primeras letras a blancos, negros y mestizos, según la encuesta realizada en 1793 a petición de la Sociedad Patriótica. En su prolijo Informe Fray Félix González dice quién enseña, qué enseña, dónde, lo que cobra y a cuántos no cobra. También señala: «En el Convento de Belén hay seiscientos niños al cuidado de dos Padres: el que enseña a escribir tiene 400 y el de leer 200. Se les enseña de balde y a los pobres de solemnidad se les da de limosna libro, papel y tinta». «Y así en 39 casuchas, casi los únicos lugares en que el niño podía instruirse». De estas 39, siete eran escuelas para varones en las que se enseñaba a leer y a escribir, y en algunos casos a contar, y treinta y dos eran para niñas, en la mayoría de las cuales no se enseñaba a leer.
Con estos datos de la última década del XVIII, tenemos una idea de la situación de la enseñanza a la que tuvo que enfrentarse el Padre Agustín. Veamos brevemente qué instituciones educativas marcaron el desarrollo cultural de nuestro país en el llamado Siglo de las luces.
El primer centro de enseñanza superior de la Isla, y que muy pocas veces se menciona como tal, fue el Seminario de Santiago de Cuba. Según lo dispuesto por el Concilio de Trento (1545-1563) debía erigirse al menos uno en cada diócesis; pero el de Cuba no se crea hasta más de siglo y medio después. Reparemos en las causas de esta demora.
En el Sínodo de Santiago de Cuba (1681), al tratar sobre la erección de los colegios seminarios, el obispo plantea: “reservamos en Nos y en nuestros sucesores la ereccion y fundacion del colegio seminario en este obispado, para cuando… se consiga de la Sede apostólica y de la católica magestad de nuestro Rey y Señor, la translación de nuestra iglesia Catedral á esta ciudad de la Habana” (sic).
Las rivalidades entre el poder civil y el eclesiástico, y la oposición de los santiagueros, impidieron el traslado de la Catedral para la capital de la Isla. Esto explica que hasta el año de 1722 no se fundara el primer Colegio Seminario de Cuba: el San Basilio Magno, al lado del antiguo obispado y muy cerca de la Catedral primada, cumpliendo así, aunque tardíamente, el mandato tridentino. Fruto de este Seminario sería el primer criollo que llega a ser obispo titular de Cuba, el doctor Santiago José de HechavarríaElguezúa.
Las otras dos instituciones que en el siglo XVIII formaron la élite de doctores, maestros y eclesiásticos que dominaron el panorama cultural en Cuba, fueron la Real y Pontificia Universidad del Máximo Doctor San Gerónimo de la Habana, fundada el 5 de enero de 1728; y el Colegio Seminario de San Carlos y San Ambrosio, que abrió sus puertas el 3 de octubre de 1774.
La Universidad se estableció en San Juan de Letrán, el Convento de los dominicos –sito en aquellos tiempos en la manzana conformada por las calles O’Reilly, Mercaderes, Obispo y San Ignacio–. En la confección de su reglamento se siguió el de la Universidad de Santo Domingo, que remontaba a 1538. Y a esto, apunta Bachiller y Morales, se debió que la Universidad naciese con un retraso de casi dos siglos. A este respecto, son altamente ilustrativas sus palabras:
… triunfó en La Habana el siglo XVI sobre el XVIII, y ya muy entrado éste, reinaba el Peripato en toda su entereza, en la Universidad, y llegado el XIX continuaba, aunque transigiendo con las novedades del Colegio de San Carlos que, más fiel a las inspiraciones del fundador del cristianismo, acompañaba las mudanzas del tiempo, que adelanta, hunde y maltrata a las ideas viejas y gastadas.
El Padre José Agustín critica fuertemente los estudios de la Universidad y aboga por una reforma, porque «siguen todavía el método antiquísimo de las escuelas, se mantienen tributarias escrupulosas del Peripato, y no enseñan ni un solo conocimiento matemático, ni una lección de química, ni un ensayo de anatomía práctica». Y Tomás Romay, destacado médico, profesor y decano de filosofía y medicina de la Universidad, decía: “Galeno es todavía el corifeo de aquella ciencia, cuyo sistema ha sido trastornado muchas veces en el último siglo… y Euclides carece hasta de quien dicte sus elementos”.
El Peripato era la única fuente de autoridad en la Real y Pontificia Universidad. Por eso, comenta Mitjans, cuando Fernando VII cerró las universidades españolas respetó la de La Habana, pues no era un obstáculo serio a la ignorancia deseada por la monarquía absoluta.
Un notorio contraste con el quehacer universitario es el que ofrece el Colegio Seminario de San Carlos, la institución de enseñanza más significativa del período colonial cubano. Por su importancia en la formación de nuestra nacionalidad y porque en él se desarrolló la vida del Padre Agustín, le dedico acápite aparte.
El Seminario de San Carlos y San Ambrosio
- Formar un taller, en que se labren hombres
- verdaderamente útiles a la Iglesia y al estado.
- Estatutos del Seminario
El Seminario de San Carlos y San Ambrosio, fundado en el antiguo Colegio de San José, que los jesuitas tuvieron que abandonar al ser expulsados de los territorios españoles en 1767, era un edificio de hermosas proporciones y elegante estructura. Un patio central, bordeado de columnas y frescos corredores, viste de verde su interior. Al fondo del noble edificio, una larga pared –que formaba parte de los muros de la ciudad–, se abre al mar, tan cercano por esa fecha, que los colegiales podían lanzar a las aguas de la bahía, desde las ventanas de aulas y habitaciones, los papeles emborronados. La hermosa Iglesia de San Ignacio, aneja al colegio, se convirtió en Parroquial Mayor de la Capital, y pocos años más tarde, sería la flamante catedral de la naciente Diócesis de San Cristóbal de la Habana.
Muchos años después, la Avenida del Puerto ganándole terreno al mar, lo alejó de las aguas de la bahía, pero por las ventanas adosadas al muro entraba la brisa fresca y la luz era protagonista del espacio hasta en el patio umbrío y los amplios pasillos generosos. Generosa era también la juventud que los recorría. Colegio y Seminario a la vez, las aulas de San Carlos se llenaban de ruidos y trajines por el día: jóvenes de toda la Isla venían a estudiar a sus aulas. La mayoría de éstos, por aquel entonces, no aspiraba al sacerdocio.
Este Seminario fue fundado por el casi desconocido, ilustre e ilustrado obispo cubano Santiago José de Hechavarría y Elguezúa. Es interesante analizar la significación de su nombre completo: Real y Conciliar Colegio-Seminario de San Carlos y San Ambrosio. Es Real porque depende de la Corona de Castilla; Conciliar porque obedece a lo establecido por el Concilio de Trento; es Colegio porque en él pueden estudiar niños y jóvenes que no aspiran al sacerdocio; y Seminario porque su principal objetivo es formar al clero diocesano. El nombre de San Carlos lo lleva en honor al Rey Carlos III; y San Ambrosio, porque de esta forma daba idea de continuidad con el Seminario San Ambrosio que había fundado el obispo Compostela en 1689. Por eso, sobre el dintel de la puerta principal del Colegio-Seminario, Hechavarríamanda colocar las armas del Rey y las del obispo Compostela, que aún hoy pueden verse labradas en la piedra gastada.
El Obispo Hechavarría da a su Seminario un talante abierto y progresista para la época. Hombre del país, puso los cimientos espirituales de la institución que después marcaría tan profundamente nuestra historia con su adelantamiento y cubanía. Los Estatutos sabiamente escritos por él dieron la libertad de cátedra necesaria para este despegue.
Aunque la actividad cotidiana del Colegio estaba concebida de forma muy rígida por los Estatutos de Hechavarría, su aplicación se fue haciendo más flexible en los tiempos de Espada con la ayuda del Padre Agustín. La labor que comienza en el Seminario el Padre Agustín la continuarán sus discípulos hasta convertirlo en la cuna de nuestra nacionalidad.
III. Acercamiento al hombre
- Ni halagaba a los superiores ni tiranizaba a los subalternos,
- y era a un tiempo espada y escudo.
- Don José de la Luz
El 28 de agosto de 1762, sólo catorce días después de la toma de La Habana por los ingleses, nace, de linaje patricio, Joseph Agustín Caballero y Rodríguez de la Barrera. Unos días más tarde, el 9 de septiembre, es bautizado en la Parroquial Mayor de La Habana. Tanto la ascendencia materna como la paterna se nutren de militares y la “limpieza de su sangre” será avalada por testigos. El niño que acaba de nacer tiene abiertas las puertas de la sociedad.
Hijo de una familia que daría grandes hombres a Cuba, José Agustín fue el último de ocho hermanos, la trayectoria de los cuales ilustra las opciones que tenían ante sí los vástagos de familias con determinada posición social. En particular los varones, pues en el caso de las mujeres las posibilidades se reducían al matrimonio o al claustro.
Dos de sus hermanos siguieron la carrera de las armas y llegaron a ser oficiales de infantería. Un tercero ingresó en la Orden de Predicadores, en cuyo convento de San Juan de Letrán radicaba la Universidad y fue rector de la misma. José Agustín es también sacerdote, aunque pertenece al clero diocesano. He aquí, entonces, la más típica de las situaciones de la época en el ambiente familiar: Dos hijos militares, dos hijos sacerdotes. Ejército e Iglesia, garantes del ordenamiento social y de la solidez, estabilidad y posibilidades de mantenimiento o ascenso de la familia. El otro varón ocupó cargos de importancia en la municipalidad y una de sus hijas fue la madre de Don José de la Luz, de cuya educación se hizo cargo el Padre Agustín cuando Pepe contaba doce años de edad.
Ingresó José Agustín al Colegio Seminario a los doce años, el mismo día que éste abrió sus puertas a los alumnos. Un óleo, que hoy puede verse en la antigua entrada del Seminario, por la calle San Ignacio, lo muestra niño entre los alumnos fundadores del San Carlos rodeando al obispo Hechavarría. El Seminario sería ya su hogar para toda la vida. Allí se distinguió por su aplicación al estudio, su brillante inteligencia y la seriedad de su carácter. En 1785 ocupó interinamente la cátedra de Filosofía, hasta 1787, en que por Real Orden fue nombrado profesor en propiedad. De la estimación en que se le tenía es irrecusable testimonio un pasaje del certificado que, con motivo de sus oposiciones a la referida cátedra, le extendió el director del Colegio Seminario. En él afirma que “…el Seminario se gloria de este alumno, y aun reconoce que es el primero entre muchos.
Bachiller en Artes en 1781, y en Sagrada Teología en 1787 (ambos títulos de la Universidad de La Habana), el 10 de octubre de 1788 le son conferidos los grados mayores de licenciado y doctor en Sagrada Teología. El 19 de diciembre de 1804 le es adjudicada, tras brillantes ejercicios, la cátedra de Escritura y Teología Moral del Colegio Seminario, que desempeñará hasta su muerte en 1835.
Una aventura llena la vida del Padre Agustín: la del pensamiento, y en esta aventura intelectual puso todas sus fuerzas. Lo que en esencia persigue es el reemplazo de la escolástica por un sistema de pensamiento fundado en la observación y la experimentación. El noble pensador que es Caballero advierte desde muy temprano que no es posible admitir que los conceptos filosóficos, científicos y políticos de Aristóteles sigan vigentes en una realidad que exige se dé paso a nuevas ideas y conocimientos.
Si bien Cuba se encontraba en un lamentable estado de atraso en muchos órdenes, existía una minoría ilustrada preocupada por informarse de las novedades culturales en Europa. El Padre Caballero, que formó parte de esa minoría, era en esos momentos el cubano que más profundamente conocía a las grandes figuras del pensamiento europeo de la modernidad, y como dice de él su sobrino y discípulo Luz Caballero, «fue el primero que hizo resonar en nuestras aulas las doctrinas de los Bacon y los Newton, de los Locke y los Condillac».
En el Padre Agustín encontramos ya esbozadas las luchas y los temas que en Varela y los discípulos de ambos tomarán cuerpo y categoría de programa: la reforma de la enseñanza, la atención de los problemas sociales y políticos; pero sobre todo, una valoración ética de todos los ámbitos de la existencia que se vincula con la mejor herencia hispana y cristiana, aquella que tuvo su más acabada expresión con el nacimiento del derecho de gentes y en el compromiso profético con la justicia de los primeros misioneros españoles en América.
Para él, la esclavitud es «la mayor maldad civil que han cometido los hombres». No podemos decir que fue abolicionista, pues su labor es ante todo humanitaria, tendente a mejorar las condiciones en que vivían los esclavos y el trato que recibían. Pero condena los abusos y es dura su denuncia cuando expresa lleno de dolor por el castigo ignominioso que reciben los esclavos: «No quede piedra sobre piedra de calabozos, destruyan hasta su memoria, indigna del marcial nombre Havano, y no sepa la posteridad que hubo tiempos de hierro en que se usaron». Y sugiere fraternidad cuando dice: «a nuestros hermanos y prójimos que debemos tributar la más sincera compasión y benevolencia». Es su voz anunciadora de la igualdad humana que nace de la común filiación a Dios Padre.
El mundo social ante el que reacciona Caballero es un mundo clasista en grado sumo, su actitud ante los problemas sociales es un humanismo de raigambre evangélica. Con relación a los expósitos, marginados en aquella sociedad, diría: «Ellos no mueren para la sociedad, no se degradan ni envilecen porque se apellidan Valdés; son hombres buenos…, sin diferencia alguna de los demás vasallos…». Y don José de la Luz escribía a los pocos días de su muerte: “Una vez que daba todo lo suyo —y lo dio en términos que nada le quedó— se constituía en el mendicante de los necesitados”.
Así vivió el Padre Agustín el Mandamiento Nuevo del Amor.
Cuando enferma, su familia le pide que se refugie en su seno, pero él prefiere terminar sus días en su verdadero hogar: el Colegio-Seminario. Siempre daba la misma respuesta a los fervientes ruegos de su amante familia: “En el colegio he vivido, y en el colegio he de morir”. Allí murió el 6 de abril de 1835 el hombre que luchó con sencillez por el mejoramiento de su pueblo.
El Padre, el fundador olvidado, vivió sus últimos momentos rodeado de familiares y amigos. A su lado estaban Don Pepe y su madre. Sus funerales constituyeron una sentida manifestación pública de duelo, pues, aunque ese día llovía a cántaros, hubo en el entierro una inmensa concurrencia de personas de todas las clases sociales. Los acompañantes portaban hachones encendidos, como para simbolizar la llama inextinguible de su espíritu iluminando el alma de la Nación en ciernes.
IV. Su obra
- Debe hacerse una edición completa,
- sin dejar absolutamente nada,
- en la inteligencia de que todo es oro.
- Padre Félix Varela
Aunque el marco de la conferencia remite a los aportes pedagógicos, me he permitido tratar otros aspectos de su obra para verle, de manera integral, como precursor. Porque, a mi entender, el aporte más importante del Padre Caballero a la pedagogía cubana, de la que es iniciador, reside en la obra de su vida que se hizo lección magistral e imperecedera, para ayer y también para mañana. El hoy nos impele a propagarla.
Fundó una nueva forma de pensar y hacer con un estilo de pensamiento ya insular y henchido por los gérmenes de la cubanía incipiente. Y es así como veo su influencia en la educación: en su sembrar en mentes que forjarán para Cuba una Nación con anhelos libertarios que, aunque parezcan decaer y atraviesen sombras, nunca mueren. Sus ideas sobre la educación reflejan la filosofía de su vida.
Sigamos las huellas de esa filosofía vital.
Sacerdote de Cristo
- Profesaba el Padre Caballero una concepción alta,
- amplia y comprometida de la existencia sacerdotal.
- Mons. Carlos Manuel de Céspedes
Sé que no es posible escindir la vida de una persona para analizar sus facetas taxativamente, pero pienso que se enriquece y hace más clara la historia, cuando valoramos una a una las diversas dimensiones de su personalidad.
¿Por dónde empezar? Me pregunté consciente de la riqueza polifacética del Padre Agustín. La respuesta fue pronta: la persona crea y testimonia su obra con su vida: y él fue ante todo un sacerdote de Cristo. Es a la luz de la coherencia de su vida de fe y el ejercicio ejemplar de su ministerio sacerdotal como me he adentrado en su obra. En él veo al hombre de la Ilustración que vive a plenitud el humanismo cristiano y quiere a la sociedad de su tiempo permeada por éste. Busca la justicia y el derecho como los fundadores de la Escuela de Salamanca, teniendo presente que el hombre es el camino de la Iglesia. Por eso se llama a sí mismo “el amigo de los encarcelados”, “el amigo de los esclavos”; porque quiere hacer vida el Sermón de la montaña busca la verdad y la justicia, promueve la reforma de la enseñanza, y procura la aplicación de la ciencia al fomento nacional. Es el profeta que denuncia, pero sobre todo anuncia, el hombre de Dios que sigue sus caminos en la tierra donde construye el Reino.
El Padre Agustín no fue párroco, su labor pastoral la veo inmersa en su trabajo de formador, de comunicador, con los jóvenes, en su preocupación social, en fin, que hoy día lo tendríamos de lleno en casi todas las “comisiones Pastorales”. Por eso pienso que el Padre nos llama a algo más que contar su historia (cuestión ésta que seguro rehusaría alguien como él que no quiso honores, ni distinciones, ni direcciones). Tengamos el oído atento a sus pasos fundadores, él nos alerta, para que busquemos en lo mejor de nuestra historia ida y, aprendiendo de nuestros mayores, edifiquemos el porvenir. Pensando en la luz que su sombra nos aporta, pienso en el sacerdote que, siéndolo, fue maestro de maestros precursores.
Para el Padre, sólo deberían ser ordenados sacerdotes los que fueran capaces de ejercer su ministerio «con honor y utilidad». El sacerdote, decía, estaba llamado a emplear sus talentos, con valor y generosidad, en la solución de los problemas realmente importantes, no a derrochar su tiempo y sus dotes en cuestiones superficiales. Lo que para él era importante, es el objeto de este trabajo.
Fue fiel a la Iglesia y a su vocación sacerdotal toda su vida, y pensaba que esta fidelidad debía orientar al sacerdote hacia los problemas que afectan profundamente a los hombres y mujeres marginados, menospreciados o afectados por condiciones sociales injustas.
Y es bajo esta óptica que el Padre Agustín asumió las responsabilidades que marcaron su vida.
Pienso que en su espiritualidad sacerdotal encarnada está el germen de su obra.
El filósofo
- Caballero era la imagen viva del
filósofo práctico, pero filósofo cristiano. - José de la Luz y Caballero
Quizá sea ésta la faceta más conocida del Padre, quien inicia el movimiento superador de la escolástica en Cuba. Y me es grato consignar que esta dimensión filosófica la desarrolla en el desempeño de su tarea docente, pues lo que le consagra como nuestro primer filósofo es el texto que escribe ad hoc para el curso que impartía en el Colegio Seminario y comienza a utilizar el 14 de septiembre de 1797.
La Philosophia Electiva, que es el primer texto de esta materia escrito en la Isla, es el primero de cuatro libros que el Padre tenía proyectado escribir, y de los cuales sólo éste nos ha llegado. Fue texto del Seminario San Carlos durante varios años, pero de forma manuscrita, ya que se imprime por primera vez siglo y medio después, en 1944, en la Edición hecha por la Universidad de La Habana. En tiempos del Padre Caballero se utilizó también en Puerto Rico y otros lugares de América Latina.
En 1791, seis años antes de comenzar a utilizar el texto de Philosophia Electiva en sus clases del Seminario, el padre Caballero expresa en las páginas del Papel Periódico que “no hemos de ser esclavos de la autoridad”. Y esta duda hacia el principio de la autoridad, que es el magíster díxit de los escolásticos, representa una primera manifestación de libertad de pensamiento.
El mismo espíritu de rechazo a los métodos escolásticos se observa en el Discurso que pronuncia cuatro años después en la Patriótica, reclamando reformas en la enseñanza. La absoluta falta de libertad en la cátedra, que limita la iniciativa de los maestros, lo lleva a absolverlos de responsabilidad por el estado deplorable del “sistema actual de la enseñanza pública”. Sería necesario, plantea, que “se les permitiese regentear sus aulas libremente”, porque no le queda ningún recurso “a un maestro, por iluminado que sea, a quien se le manda… jurar ciegamente las palabras de Aristóteles”.
En el Prefacio a Philosophia Electiva declara que, al elaborar el texto, ha prescindido “de gran número de cuestiones inútiles y hueras, que con razón podríamos llamar minucias de la Filosofía y que se enseñan comúnmente en las escuelas”. El camino que escoge es el de demostrar que es más conveniente al filósofo, “incluso al cristiano, seguir varias escuelas a voluntad, que elegir una sola a que adscribirse”.
Con el calificativo de electiva quiere señalar el Padre la posición libre de trabas del pensador que busca la verdad por sí mismo, con lo cual se opone –tal como él mismo expresa– a “la escuela de los que piensan que hay que acudir a Aristóteles en busca de toda la verdad”. Y nos dice: “ninguna escuela ha sido tan falsa, que no haya tenido algo de verdadero, y ningún error, por el contrario, tan tenaz, que no se pueda decir que tiene algo de verdad”. Se trata, entonces, de examinar y escoger en cada autor aquello que puede resultar beneficioso para ensanchar los límites del saber y procurar a la vez una mayor armonía al conjunto. Esto fortalece el sentimiento de libertad frente al principio de autoridad que, impuesto y admitido sin restricción alguna, se convierte en detestable absolutismo.
El padre de nuestra filosofía –como le llamara Martí–, maestro ante todo, concluye su texto con palabras dirigidas a los estudiantes que eran el objeto de su esfuerzo, animándoles a profundizar sus conocimientos en la obra de otros autores:
Ya contáis, jóvenes amables, con las reglas y con las cuestiones de Lógica que os he enseñado por estimar que os serán útiles en alto grado. …
… no os costará gran trabajo aprender muchísimo más con la sola lectura de los autores.
La Philosophia Electiva es sólo una introducción a cuestiones iniciales de la filosofía y la lógica; pero es el primer esfuerzo por superar el estancamiento y el atraso existentes en la enseñanza cubana del siglo XVIII. Para Roberto Agramonte: “Así como con el Discurso del Método entró la filosofía europea en la Edad Moderna, con la Philosophia Electiva y la actitud reformadora del Padre Caballero, se incorpora nuestro pensamiento al pensamiento moderno europeo y americano”.
El Padre Agustín combate el verbalismo ergotista de la escolástica y le contrapone las nuevas ideas, por eso dice: «filosofamos para conocer la verdad y para vivir honradamente».
En el trasfondo de sus palabras subyacen éstas: «conocerán la verdad, y la verdad los hará libres».
María Caridad Campistrous Pérez (Santiago de Cuba, 1943).
- Profesora de Física jubilada.
Directora del Instituto Pastoral Pérez Serantes.