De la utopía a la esperanza

Yoandy Izquierdo Toledo

Jueves de Yoandy

Hace varios años, en una seria conversación sobre el futuro de Cuba, ante el optimismo y las ganas de comenzar a pensar en el mañana, desde abajo y en pequeño, alguien dijo en público que ese trabajo era superfluo. Poco tiempo después, por aquello de que la vida nos da lecciones con el paso implacable del tiempo, lo que parecía superfluo, incluso para quien se expresó de tal manera, se tornó útil. Y fue así que, cuando se convocó al proceso de reforma constitucional en Cuba, con consulta popular y referendo, Convivencia tenía un informe de estudios sobre un nuevo marco jurídico y un paquete de 45 leyes complementarias para la transición.

Después de aquel trabajo mancomunado entre la Isla y la Diáspora, ejercicio de inclusión y valoración de la diversidad de propuestas, como variopinta será la Cuba del futuro, le sucedieron más de una decena de estudios. ¿Quién ha dicho que pensar el futuro es cosa de ingenuos? Considero que vivir anclados al pasado limita el crecimiento personal y social. Considero que vivir solo el presente, sin pensar en el mañana, es irresponsable. Sería dejar a un lado la obligación que tenemos todos, primero con nuestras vidas propias, luego con la familia que hemos formado y con la tierra que nos vio nacer. Una mirada prospectiva siempre será una manera de prever, proactivamente, el futuro. Es idear con tiempo lo posible y deseable, para que llegada la hora no abunde el caos y la improvisación.

En tiempos de pesimismos, algunos que tienen que ver con la propia naturaleza humana, y otros inducidos por las circunstancias, es más difícil imaginar un cambio en Cuba. Sin embargo, la misma actitud de apatía, desinterés por la “cosa pública”, dejación de derechos independientemente de los que son violados, hunde en la desesperanza, paraliza el cuerpo y el alma de la nación que son, a fin de cuentas, las personas. A un sistema que controla todo, que necesita perpetuarse en el poder, le viene bien, es más, necesita ciudadanos desmotivados, ciudadanos sin compromiso, hombres-masa, personas sin sueños, sin proyectos y sin metas. Siempre me viene a la mente el Padre Varela recordando que no debemos dejar de hacer lo que nos corresponde porque puede ser que, con nuestra actitud, estemos dejando los asuntos más importantes en manos de los peores hijos de la Patria. Y cuando duele hasta el tuétano, cuando vemos que Cuba sufre, que se desmigaja y se oscurece, lo peor que podemos hacer es amilanarnos.

La libertad humana es un regalo de Dios y nada ni nadie puede arrebatarla. Cunde la desesperanza, es cierto. Motivos sobran, también es cierto. Pero, como pregunto siempre a mí círculo más cercano: ¿cuál es la alternativa? ¿La estampida? ¿El ostracismo? ¿La enajenación? Pues no, me niego a pensar que la noche será eterna, que el problema no tiene solución, que todo está perdido. Y aunque haya quienes todavía digan que es utópico pensar, construir mentalmente y poner sobre la mesa esa visión de país hacia el que queremos transitar, yo me rehúso a llamarlo utopía. Yo diría que, quejarse es humano, pero proponer lo es aún más porque habla de nuestra conciencia y racionalidad. Entonces digo con convicción que: mientras haya una propuesta, la utopía se transformará en esperanza. Esa que necesita Cuba. Esa que necesitamos todos.

 

Ilustración: “Las extrañas divagaciones de Utopito”. 2014. Serie Utopías y Disidencias. Mixta/Cartulina. 75 cm x 55 cm. 

 

 

 


Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).

Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.

Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.

Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.

Doctor en Humanidades por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.

Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.

Reside en Pinar del Río.

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