El hombre nuevo: el ideal antropológico fracasado

Monumento A las víctimas del comunismo en Praga .foto tomada de Arriba la pestaña magazine.

«All animals are equal, but some are more equal than others».

George Orwell

Hace poco leía una entrevista de Leonardo Padura en La Vanguardia, donde hablaba de su obra Ir a la Habana. Allí retrata el sentimiento de alienación que siente en su propia tierra, entre su propia gente. Cuando le preguntaron por el estado de ánimo de los cubanos, sin tapujos, afirmó: «La población cubana está al límite de la supervivencia. En Cuba falta comida, combustible, luz, papel higiénico, medicamentos… pero lo que más falta son esperanzas. Y no hay nada peor que esa falta».

Para los cubanos, la desesperanza no es nueva, pero ha sido un proceso gradual. La sensación de caída, como un salto al vacío, se experimenta en etapas de desesperación, negociación, fe, angustia y aceptación. En cada etapa, la reacción ante la realidad se modifica, y en un esfuerzo mimético digno de estudio sociológico, la esperanza o la desesperanza se propagan como un virus, impulsando colectivamente… o arrastrando. En este contexto de ruina y supervivencia, pienso en otro momento histórico: cuando la esperanza cubana se encarnó en un proyecto ideológico que buscaba una transformación no sólo social o económica, sino antropológica: la creación del hombre nuevo.

Hoy vemos a personas morir de hambre en las calles, de infecciones en hospitales, de miedo en la oscuridad tras 72 horas sin electricidad. Pero también observamos la “especulación”, un fenómeno tan antiguo como la picaresca, y nuevos hoteles y supermercados exclusivos en divisas extranjeras. Todo esto me hace recordar aquel ideal que un día prometió redimir a Cuba: el hombre nuevo.

La esperanza que se escurre hoy por el sumidero de la desidia y el miedo al futuro nació con el sueño de un líder carismático. Sin embargo, tras 65 años de políticas totalitarias, el resultado es indiscutible: un hombre nuevo convertido en no-hombre. Este ideal antropológico ha sido el objetivo máximo de cualquier sistema totalitario, un experimento de ingeniería social orientado a reconfigurar al ser humano, despojándolo de su capacidad crítica y de su libertad interior. La supervivencia del totalitarismo depende de la eliminación de estas armas.

El hombre nuevo es la epítome de la modernidad y está presente en todos los proyectos totalitarios desde la Revolución Francesa hasta hoy. Desde el superhombre nietzscheano hasta el transhumanismo, sus huellas son evidentes. Se trata de una tergiversación del rito bautismal cristiano: «[…] para que el hombre, creado a tu imagen y limpio en el Bautismo, muera al hombre viejo y renazca, como niño, a nueva vida por el agua y el Espíritu». Chesterton, con su agudeza habitual, señaló: «[…] el mundo moderno está lleno de virtudes cristianas que se han vuelto locas». El hombre nuevo es la respuesta secular a la construcción de una sociedad sin Dios, donde el ser humano, despojado de sus atributos naturales, queda perdido, buscando en lo inmanente aquello que rechazó o mató.

En Cuba, el hombre nuevo fue un objetivo fundamental de la Revolución desde 1959. Se trataba de una regeneración social para construir una “Cuba verdadera, una sociedad redentora. Se vislumbró un proyecto antropológico total, un sueño irresistible para alguien obsesionado con el poder: moldear la naturaleza humana a su imagen. El hombre nuevo debía ser el revolucionario ideal: patriota, fiel, sacrificado, según aquel proyecto antropológico.

El proyecto se sostenía sobre la ilusión romántica de la nueva Cuba: una revolución triunfante dirigida por jóvenes barbudos. El fervor metafísico de la esperanza revolucionaria desdibujó el tiempo y el espacio, creando un período sagrado, como describió Eliade. La sociedad entera se unió en un éxtasis colectivo, ricos y pobres celebraban, yorubas y católicos coreaban a la naciente revolución. La nueva Cuba prometía libertad: el sueño de Martí encarnado en un paraíso terrenal.

Sin embargo, los intelectuales pronto señalaron que la construcción del hombre nuevo tenía dos pilares: la educación extrema y la reeducación. La primera buscaba moldear a las nuevas generaciones mediante una educación escolástica que anulaba la crítica, la voluntad y la razón. Toda la vida humana se sometía al sistema político, asegurando su perpetuación. La segunda, mucho más brutal, era la reeducación de quienes habían vivido bajo otro tiempo y otra historia. De ahí se derivó que esta “purificación” requería medidas antisépticas: los disidentes eran una infección que amenazaba la pureza revolucionaria.

Las primeras décadas revolucionarias fueron una cacería moral, donde la justicia cedía a una moral determinista. Los campos de trabajo UMAP, la censura artística, la persecución religiosa y la brutal homofobia son pruebas de ello. La sangre y el sacrificio fueron considerados costos lógicos del proceso. Como en la parusía, el nuevo paraísocubano debía nacer entre dolores apocalípticos.

La esperanza del hombre nuevo sostuvo a la Revolución hasta el desastre de la zafra del 70. Entonces la realidad, siempre implacable, despojó al sueño de su máscara. Con la llegada de la ayuda soviética, el ideal colectivista dio paso al individualismo pragmático: sobrevivir era lo único que importaba. Este fue el primer gran fracaso del hombre nuevo.

Cuando la URSS colapsó, el Período Especial reabrió la herida. Hambre, apagones y exilio se convirtieron en la norma. Martí había dicho: «Cuando un pueblo emigra, sus gobernantes sobran». Cuba ha vivido 65 años esperando escapar.

Hoy, después de huracanes, pandemias y décadas de penurias, la desesperanza ha consumido a los cubanos. Los turistas celebran la “alegría” cubana, pero el mito ha estallado. La pobreza ya no es igualitaria. Mientras unos prosperan, la mayoría sufre. El hombre nuevo, ese ideal sacrificado y luchador, ha sido derrotado. Como Orwell predijo: «Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros».

 


  • Raisiel Damián Rodríguez González (La Habana, 1995).
  • Profesor.
  • Licenciado en Humanidades con especialización en Ciencias Sociales.
  • Máster en Acción Política y participación ciudadana.
  • Doctor en humanidades por la Universidad Francisco de Vitoria.
  • Especialista en sistemas políticos y antropología religiosa-cultural.
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