José Martí y la fundación de un gobierno civil en Cuba

Foto tomada de internet.

Puede hablarse y escribirse mucho de José Martí, su vida y su obra. Casi todo tema “martiano” se ha estudiado y discutido, con mayor o menor enfoque o rigor, desde que el Apóstol murió en Dos Ríos aquel 19 de mayo de 1895. Sin embargo, el estudio de José Martí como proponente del gobierno civil contra el caudillismo y el militarismo también merece un análisis contemporáneo.

Para aproximarnos al papel de Martí como promotor del civilismo para Cuba, podemos analizar un documento del cual una frase en particular se encuentra entre las más célebres de Martí. A su vez, el tema merece repasar hechos de aquella Republica que reflejan el dilema sobre el cual Martí advirtió.  

Desde su exilio en Nueva York, Martí le escribió una carta al Generalísimo Máximo Gómez, con fecha del lunes, 20 de octubre de 1884. Comenzó diciéndole a Gómez que la escribió tras reunirse con él en su casa en la mañana del sábado anterior, o sea, del 18 de octubre. Entre líneas se da a entender que hubo una discusión entre ambos.

Martí describió esta discusión como “un inoportuno arranque” de Gómez “y una curiosa conversación que provocó a propósito de él el General Maceo, en la que quiso, -¡locura mayor!- darme a entender que debíamos considerar la guerra de Cuba como una propiedad exclusiva” de Gómez, “en la que nadie puede poner pensamiento ni obra sin cometer profanación, y la cual ha de dejarse, si se la quiere ayudar, servil y ciegamente en sus manos”.

Martí reaccionó al incidente, en el que Gómez planteaba la supremacía militar a la cívica y política, con “asombro y disgusto”. Respondió claramente, enfatizando que “La patria no es de nadie: y si es de alguien, será, y esto sólo en espíritu, de quien la sirva con mayor desprendimiento e inteligencia”.

En su carta, Martí le explicó a Gómez que tomó unos días para expresarle su punto de vista, el cual resumió al describirlo como su “determinación de no contribuir en un ápice, por amor ciego a una idea en que me está yendo la vida, a traer a mi tierra a un régimen de despotismo personal, que sería más vergonzoso y funesto que el despotismo político que ahora soporta, y más grave y difícil de desarraigar, porque vendría excusado por algunas virtudes, establecido por la idea encarnada en él, y legitimado por el triunfo”.

Enseguida, Martí declaró su célebre frase lapidaria: “Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento”. Martí estableció dos caminos posibles para Cuba al reclamarle a Gómez al escribirle:

“¿qué garantías puede haber de que las libertades públicas, único objeto digno de lanzar un país a la lucha, sean mejor respetadas mañana? ¿Qué somos, General?, ¿los servidores heroicos y modestos de una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de un pueblo en desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo, para enseñorearse después de él? ¿La fama que ganaron Vds. en una empresa, la fama de valor, lealtad y prudencia, van a perderla en otra? – Si la guerra es posible, y los nobles y legítimos prestigios que vienen de ella, es porque antes existe, trabajado con mucho dolor, el espíritu que la reclama y hace necesaria: y a ese espíritu hay que atender, y a ese espíritu hay que mostrar, en todo acto público y privado, el más profundo respeto –porque tal como es admirable el que da su vida por servir a una gran idea, es abominable el que se vale de una gran idea para servir a sus esperanzas personales de gloria o de poder, aunque por ellas exponga la vida- El dar la vida sólo constituye un derecho cuando se la da desinteresadamente”.

Más que una firme declaración hacia Gómez, esta célebre frase representa una advertencia profética para la Cuba futura que, en esos momentos, buscaba la independencia. Martí vinculó la imagen de Gómez a la de un caudillo, lo cual merece que estudiemos a fondo el significado de este calificativo.

El sistema de “caudillage” o “caudillismo” había sido una característica prominente del liderazgo latinoamericano posterior a la independencia de la región durante el siglo XIX. En 1963, el jurista constitucionalista argentino Segundo Víctor Linares Quintana sostuvo: “No cabe duda de que tiene profundas raíces en los antecedentes y tradición de la Hispanoamérica, la tendencia predominante en el panorama institucional de dichos países, que hace del presidente de la República un caudillo, que absorbe los poderes más importantes del Estado…” (Linares Quintana 1963, 167).  

Abordando el tema del caudillismo, el ensayista, abogado y político nicaragüense Julio César Ycaza Tigerino (1971) también destacó la preponderancia de estas características en América Latina. “El fenómeno del caudillismo que en otros países es esporádico”, argumentó YcazaTigerino, “en Hispanoamérica viene a ser una constante de nuestra política… constituye en sí mismo un sistema sin otra justificación que la estética de la personalidad… viene a ser la expresión de un antirracionalismo fundamental…” (Ycaza Tigerino 1971, 22).

El politólogo español Juan Linz , conceptualizó el “caudillage” utilizando cuatro características: “(1) la aparición repetida de conjuntos armados patrón-cliente, cimentados por lazos personales de dominio y sumisión, y por un deseo común de obtener riqueza por la fuerza de las armas; 2) la falta de medios institucionalizados para la sucesión en los cargos; (3) el uso de la violencia en la competencia política; y (4) los repetidos fracasos de los líderes en ejercicio para garantizar sus mandatos como caciques” (Linz 2000, 156).  

El caciquismo fue otra característica importante en las primeras décadas de la república cubana. Al igual que el caudillage y el caudillismo, el caciquismo pone su énfasis en una figura política. El término proviene de la palabra cacique, un término tomado de la palabra de la tribu taína para jefe. El sociólogo y etnógrafo cubano Fernando Ortiz Fernández (1998) explicó: “Cuando evocamos a una figura tribal y bárbara del caudillejo político lo llamamos cacique, como el gobernante taíno, y caciquismo para referirse a su régimen personal y autoritario” (Ortiz 1998, 199). Uno de los mitos fundacionales de Cuba cuenta la historia de Hatuey, jefe de los taínos y el cacique más famoso de Cuba, que eligió ser quemado en la hoguera por los conquistadores españoles en lugar de vivir bajo su dominio. Aplicando el término a la política latinoamericana del siglo XX, Kate Ferris (2012) se refirió al caciquismo como “la práctica de negociar el poder y el privilegio entre el centro político y la localidad a través de redes clientelares mediadas por caciques (jefes locales), perdurada a lo largo del sexenio revolucionario y hasta bien entrado el siglo XX en España” (Ferris 2012, 69).

Demostrando la relación entre el caciquismo y el caudillage o caudillismo, Linz afirmó: “En la periferia del mundo occidental moderno, particularmente en América Latina después de la independencia, bajo constituciones formalmente democráticas, surgieron formas de gobierno personal no estrictamente tradicionales: el caudillismo y el dominio oligárquico de los notables, terratenientes y políticos locales, a veces en alianza con un centro más moderno, un sistema conocido como caciquismo” (Linz 2000, 143). También es importante señalar que, en términos políticos, los caudillos ejercían el control del partido nacional y provincial, mientras que los caciques operaban como jefes del partido que generalmente operaban desde sus respectivos municipios o barrios.

El historiador cubano Leví Marrero Artiles empleó otro término, “cesarismo“, para evocar un concepto similar, al que definió como “poder personal”. Marrero agregó que se trata de un “régimen unipersonal, basado en la fuerza desnuda, cuya debilidad nace de su propia incapacidad para una sucesión ordenada” (Marrero 1956, 127). La futura república cubana estaría plagada de conflictos entre personalidades políticas que impidieron en varias ocasiones la sucesión ordenada.

Si el militarismo (llámese caudillismo, caudillaje, caciquismo o cesarismo), luego convertido en militarismo político, imperó en la Cuba del Siglo XX y permanece hoy, ¿quiere decir que fracasóla visión civilista de Martí? La República cubana siempre buscó romper sus ataduras militaristasen favor de una Cuba civilista, basada en el orden constitucional y democrático. Aunque el gobierno civil cubano tuvo éxitos significativos y prometedores durante diferentes épocas de la República, se vio restringido y, eventualmente, eliminado por el militarismo caudillista. Las repercusiones de esta dinámica se sienten hasta el día de hoy, demostrando que el reproche de Martí sigue vigente.  

Bibliografía

Bosch, Juan. 1970. De Cristóbal Colón a Fidel Castro: El Caribe, frontera imperial. Madrid: Ediciones Alfaguara.

Ferris, Kate. 2012. Imagining ‘America in Late Nineteenth-Century Spain. London: Palgrave Macmillan.

Linares Quintana, Segundo. 1963. Tratado de la ciencia del derecho constitucional, Tomo IX

Linz, Juan J. 2000. Totalitarian and Authoritarian Regimes. Boulder: Lynne Rienner Publishers.

López, Jacinto. 1921. La Intervención en Cuba. La Reforma Social 29:2 (Febrero), 103-116.

Márquez-Sterling, Carlos and Manuel Márquez-Sterling 1996. Historia de la isla de Cuba. Miami: Books & Mas, Inc.

Marrero, Leví. 1956. Bimilenario del Cesar. In Escrito ayer: Papeles cubanos. San Juan: Ediciones Capiro, 125-127.

Ortíz, Fernando. 1998. Los factores humanos de la cubanidad. In La isla infinita de Fernando Ortiz. Fernández Ferrer, Antonio, ed. Alicante: Generalitat Valenciana, 189-207.  

Santovenia, Emeterio S. and Raúl M. Shelton. 1966. Cuba y su historia – Vol 3. Miami: Cuba Corporation.

Ycaza Tigerino, Julio César. 1971. Perfil político y cultural de Hispanoamérica. Madrid: Cultura Hispánica.


  • Daniel I. Pedreira (Miami, 1984).
  • Doctor en Ciencias Políticas. Profesor adjunto de Ciencias Políticas en Universidad Internacional de la Florida (FIU) y Miami Dade College.
  • Reside en Miami. 

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