Jueves de Yoandy
Los pinareños, desgraciadamente, tenemos experiencia de huracanes. Cuando inicia la temporada ciclónica inician también las preocupaciones para esta porción occidental de la Isla que espera y desea salir ilesa cada año; pero contra la fuerza de la naturaleza solo podemos prevenir y actuar en consecuencia. Todos somos conscientes de que ante el paso de un fenómeno natural por Cuba, lo que pasa en un extremo repercute a lo largo de todo el territorio nacional. Es por eso que, además de la solidaridad y el dolor compartido, existe una preocupación perenne sobre los destinos de una Isla a la que no le hacen falta más problemas.
La población cubana vive entre la desidia y la desesperanza. La una ha conducido a la otra porque, según el razonamiento de muchos ciudadanos ¿para qué preocuparnos por algo que no tiene futuro? Y entonces crecemos en el caldo de cultivo que no llega a cuajar, en la desazón de la cultura del “sálvese quien pueda” y en una sensación de desprotección comprobada año tras año ante fenómenos naturales como los ciclones tropicales.
La tozuda realidad demuestra que los miedos tienen un origen muy claro: la experiencia en cuanto a las consecuencias del paso del meteoro no contribuyen a pensar en positivo. Los cientos de familias que esperan aún un techo seguro bajo el cual vivir, mientras subsisten en “temporales” (eufemismo para las viviendas de bajo costo construidas para paliar la situación momentáneamente y quedan para siempre); los que viven en albergues; los que esperan anotados en una larga lista de “afectados” para recibir algún recurso constructivo. Pienso en ellos cada vez y en todos los que podrían sumarse por la mala calidad del fondo habitacional del país, pase por dónde pase el ciclón.
El pueblo está cansado, hasta quienes creyeron alguna vez en el sistema “con todos y para el bien de todos” tienen sus dudas sobre el lugar al que ha sido relegada la persona humana. Pareciera, en ocasiones, que no se tiene en cuenta, ni siquiera, la inteligencia humana que nos permite ser capaces de entender ciertas obviedades: que no es posible subsistir sin recursos vitales y que un sistema que no protege la dignidad y los derechos de todos sus ciudadanos necesita ser reformado con urgencia.
Luego del paso del huracán Rafael se lamentarán pérdidas económicas, muchas de ellas por supuesto inevitables. Pero, una vez más, como dice el ciudadano de a pie, habrá sido hallada otra excusa para justificar algunas carencias que ya veníamos teniendo sin la necesidad de un fenómeno meteorológico de tal magnitud.
Cuando nos referimos a obviedades creo que todos entendemos de qué se trata; aunque para que no queden dudas:
1. La falta de electricidad por problemas de mantenimiento de las termoeléctricas y la falta de combustible ya nos ha venido afectando en una situación que se agrava hasta el punto de un colapso total, como en días anteriores. ¿Qué esperar ante el paso de un huracán con fuertes vientos y lluvias asociadas? Si es previsible la falta de fluido eléctrico, como siempre sucede ante estos fenómenos, ¿por qué mantener los largos apagones, al punto de menos de 2 horas de servicio en el día en determinados circuitos? ¿Cómo se apertrechan esas familias cargando los dispositivos móviles, las lámparas para alumbrarse, los ventiladores que se han buscado como alternativas para paliar la crisis energética? Peor aún, ¿Cómo se mantiene informada una población 24 horas antes del fenómeno sin electricidad y con escasa señal en los dispositivos móviles?
2. La falta de agua potable en muchos barrios de la ciudad cabecera, por poner solo un ejemplo conocido en Pinar del Río. Los ciclos de servicio de agua comprenden unas pocas horas de abastecimiento, que nunca superan las 12 horas sostenidas, para luego esperar más de 24 días, y en ocasiones como la que antecedió a Rafael, más de un mes sin el bombeo de agua. Este recurso, más vital que la electricidad, no es solo extremadamente relevante por su uso, sino también porque los depósitos elevados en las cubiertas de las casas, al estar vacíos, constituyen serios peligros ante los fuertes vientos.
Y la lista podría engrosarse, pero no es no es sano permanecer en el error, solo diagnosticar el problema para buscar soluciones que, también es una obviedad: al ser de tal magnitud, van más allá de la gestión personal.
Por ahora, a pesar de la falta de agua y de luz, que toda persona necesita para vivir, pensemos y confiemos en que no hayan pérdidas humanas. Cuba necesita a todos sus hijos para la reconstrucción la Nación, entre todos, lo antes posible.
Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.