El 10 de octubre de 1868, en el ingenio La Demajagua, el abogado y hacendado cubano Carlos Manuel de Céspedes le da la libertad a sus esclavos y los convoca a unirse a la la lucha por la independencia de la metrópoli española.
Céspedes, conocido como el Padre de la Patria, inició la contienda que otros tantos patriotas cubanos, junto a él, librarían en los próximos años para el nacimiento de la República en 1902. A pesar de no haber luchado en los campos de batalla, a no ser el propio día de su muerte el 19 de mayo de 1895, y no tener participación directa en la Guerra de los Diez Años, José Martí, el más universal de los cubanos, pronunció desde Estados Unidos cinco discursos conmemorativos por tan magna fecha del 10 de octubre. Hoy quisiera referirme a ellos, a su importancia estratégica para el período venidero, lo que el propio Apóstol llamó “la guerra necesaria”.
La fecha en sí misma, independientemente de los discursos que con su esmerada oratoria pronunció después, fue significativa para Martí porque coincidió con su etapa formativa en el colegio de su maestro y mentor Rafael María de Mendive. Ya en esa temprana etapa de 16 años, en que se venía forjando un sólido pensamiento de carácter patriótico y ansioso por la libertad, el Héroe Nacional escribe su soneto “10 de octubre” publicado en el periódico estudiantil manuscrito El Siboney en 1869. Este marca lo conocido en la extensa obra martiana como “primeras poesías”:
No es un sueño, es verdad: grito de guerra
Lanza el cubano pueblo, enfurecido;
El pueblo que tres siglos ha sufrido
Cuanto de negro la opresión encierra.
Del ancho Cauto a la Escambraica sierra,
Ruge el cañón, y al bélico estampido,
El bárbaro opresor, estremecido,
Gime, solloza, y tímido se aterra.De su fuerza y heroica valentía
Tumbas los campos son, y su grandeza
Degrada y mancha horrible cobardía.
Gracias a Dios que ¡al fin con entereza
Rompe Cuba el dogal que la oprimía
Y altiva y libre yergue su cabeza!
Su veneración por la gesta libertaria iniciada en La Demajagua también le motivó a escribir una historia inconclusa que comenzó en España sobre el significado de este hito para la Isla y sobre sus protagonistas.
No obstante no haber llevado a término este proyecto, en sus discursos, cartas y crónicas no dejó de tener en cuenta el origen de la independencia de Cuba. Eso es lo que tantas veces rememoramos hoy: memoria histórica, respeto a la historia y aprendizaje de los errores del pasado para revertirlos en un presente enriquecido con el acervo de quienes nos han antecedido en el camino de la justicia, la paz y el bien común.
Los discursos conmemorativos fueron pronunciados entre 1887 y 1891. En el primero de ellos presenta la fecha patria y describe con profundo amor en sus letras lo sucedido ese día, al punto de poder entender, con el mismo fervor, el acontecimiento del que nos separan casi dos siglos:
Los misterios más puros del alma se cumplieron en aquella mañana de la Demajagua, cuando los ricos, desembarazándose de su fortuna, salieron a pelear, sin odio a nadie, por el decoro, que vale más que ella: cuando los dueños de hombres, al ir naciendo el día, dijeron a sus esclavos: “¡Ya sois libres!” ¿No sentís, como estoy yo sintiendo, el frío de aquella sublime madrugada?… (Obras Completas, Tomo 4, p. 215).
Sobre el rol de todas las piezas que componen el rompecabezas nacional, que habla de la unidad y la diversidad que en muchos otros momentos hemos abordado, Martí recuerda en 1888 que:
Nosotros somos espuela, látigo, realidad, vigía, consuelo. Nosotros unimos lo que otros dividen. Nosotros no morimos. ¡Nosotros somos las reservas de la patria! (Obras Completas, Tomo 4, p. 232).
La importancia de la unidad para la guerra, cuya falta fuera vista después como una de las causas de su fracaso; así como el necesario desarrollo y construcción de los elementos fundacionales de la nación, basados en la familia como patrimonio espiritual y en elementos materiales como el desarrollo de la industria, la economía, las ciencias, el arte, entre otros, Martí los enuncia en 1889:
…entró la patria, por la acumulación de la guerra, en aquel estado de invención y aislamiento en que los pueblos descubren en sí y ejercitan la originalidad necesaria para juntar en condiciones reales los elementos vivos que crean la nación, el orden de la familia, los inventos de la industria, y las mismas gracias del arte, crecían, espontáneos con toda la fuerza de la verdad natural (Obras Completas, Tomo 4).
El 10 de octubre de 1890, desde un plano testimonial, fusiona razón y corazón, para humanizar la causa, para aunar no solo los recursos materiales necesarios y buscados exhaustivamente entre los tabaqueros emigrados en Tampa y Cayo Hueso, sino los recursos espirituales que lo humanizarían todo:
…yo tiemblo avergonzado: tiemblo de admiración, de pesar y de impaciencia. Me parece que veo cruzar, pasando lista, una sombra colérica y sublime, la sombra de la estrella en el sombrero: y mi deber, mientras me queden pies, el deber de todos nosotros, mientras nos queden pies, es ponernos de pie, y decir: “¡presente!” (Obras Completas, Tomo 4, p. 247).
La contundencia de su último discurso conmemorativo, en 1891, le obliga a renunciar a su cargo de cónsul de las diferentes naciones latinoamericanas que representaba en Estados Unidos, para dedicarse por entero a la que él mismo llamó la “guerra necesaria”. Este último discurso deviene convocatoria y programa para las etapas venideras, fundación del Partido Revolucionario Cubano, Manifiesto de Montecristi y reinicio de las luchas el 24 de febrero de 1895:
¿Para qué somos hombres, sino para mirar cara a cara a la verdad? ¡Dése lo justo, y no se nos pedirá lo injusto! El que a ser hombre tenga miedo, póngase de alquiler… (Obras Completas, Tomo 4).
En los discursos conmemorativos por el 10 de octubre, José Martí, con el didactismo y la oratoria que le caracterizan, presenta el pasado como elemento aglutinador para proyectarse hacia un futuro que él vislumbra luminoso y que preparó desde el exilio a través de las sensibilización de los cubanos de la Isla y los emigrados. Martí también creía, y de él recibimos la herencia de una sola Cuba: Isla y Diáspora. La historia siempre es, y será, eterna fuente de sabiduría.
Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.