El lunes pasado terminaba mi columna diciendo que “Cuba necesita una esperanza realista”. Y también decía que “La realidad objetiva, ella sola, bien leída y concatenada, basta para levantar nuestra esperanza”. La mayoría de los lectores que reaccionaron, me ponían en sus comentarios que coincidían en la necesidad de una esperanza realista y otros expresaban su propósito de buscar siempre más información objetiva y de “aprender a leer, interpretar y concatenar” los datos de la realidad y sus consecuencias para Cuba.
Sin embargo, otros lectores siempre reaccionan de la misma forma que ahora resumo: Con la situación crítica y terminal que estamos sufriendo, “es imposible una esperanza realista”, y otros, aún más derrumbados, expresan que “si leen objetivamente la realidad, en lugar de levantar su esperanza, lo que experimentan es una gran angustia, una enorme incertidumbre que los hace sentir morir”.
Comienzo por coincidir con estos últimos en que la situación de Cuba es invivible por mucho tiempo, en que la realidad es tan crítica que esta vida no es humana, en que la angustia es de tal magnitud que nos aplasta. Negar eso es vivir en otra galaxia.
No obstante, quiero este lunes completar la trinidad de la esperanza realista. En efecto a este proceso le faltaba una pata para que la mesa de la esperanza se sostenga firme. Estos tres factores son:
¿Qué somos?
En medio de la noche oscura en que estamos viviendo en Cuba, es necesario que paremos, que concentremos la poca energía interior que nos queda, para preguntarnos: ¿Qué soy? ¿En qué han logrado convertirme? La respuesta sincera decide lo que será mi vida, lo que haré con mi existencia. Lo que alcanzaré.
Si la respuesta es que soy una máquina de buscar comida, sin pensar por qué no pienso, ni razono, si no saco cuentas de mi vida sino solo saco cuentas de hasta dónde me alcanzan los pesos, si mi vida diaria me la han convertido en una angustiaprovocada con el desasosiego diario del: qué vino al quiosco, qué puedo comprar en la placita, cómo salvo a mis hijos del hambre y la enfermedad, cómo y con qué cocino, cuándo quitan la corriente eléctrica y cuándo la ponen, cuándo pondrán el agua y cuándo la quitarán… debo comprender que no estoy viviendo como una ser humano que es lo que soy. Y lo que soy no es un tema político exclusivamente, es un asunto de humanidad. Esta situación va contra nuestra naturaleza humana. Lesiona y quebranta nuestra humanidad. Por tanto, es absolutamente prioritario por encima de todo, de ideologías, de políticas, de poder y, por tanto, si va contra nuestra condición humana, debe cambiar ya.
Mientras tanto es decisivo, determinante que tomemos conciencia de que más allá de la política, más allá de la economía, más allá de todo, está en juego lo que somos: seres humanos. Y si somos seres humanos tenemos derecho a nuestra existencia y a una vida digna de seres humanos. El primer anuncio como profetas de la esperanza realista que deberíamos compartir es lo que somos: seres humanos. Y lo que tenemos derecho y nos merecemos: una vida de seres humanos.
¿Qué nos dejamos hacer?
Sin darnos cuenta, solapadamente, durante años y décadas, bajo la mentira y las falsas promesas, nos han logrado convertir en fantasmas que vagan y sufren. Durante demasiado tiempo, el necesario para postrarnos, para dejarnos vencer, nos han arrastrado a la angustia como estilo de vida, a la incertidumbre para que no hilemos nuestro presente, y para que no esperemos nada de nuestro porvenir. Minuciosamente, sin parar, han logrado que nos cubra y nos asfixie la hiedra de la desesperanza que ha entretejido sus venenosas lianas sobre todos nuestros poros robándonos el oxígeno de una esperanza realista.
Han descubierto que como mejor se controla y se somete a un ser humano es cuando se asfixia su esperanza. Si es cierto el refrán popular de que “mientras hay vida hay esperanza”, entonces saquemos su consecuencia: “Quien mata la esperanza, mata nuestra vida”. Este es el logro mayor del mal en Cuba: matar nuestra esperanza realista. Nos hemos dejado vencer en lo que es el sentido de nuestra vida. Quien muere a la esperanza ha sido vencido por el mal. ¿Nos dejaremos embaucar con la desesperanza inducida?
No se trata, digámoslo una vez más, de la esperanza opio del pueblo, ni de la esperanza alienadora de los problemas que tenemos. No se trata de la esperanza como cuidado paliativo del que cree que no hay salvación. Se trata de la esperanza realista del que, a pesar de todo y de todos, no se deja vencer. No se deja aplastar por dentro. No se deja secar en su espíritu. No se deja arrodillar por el pesimismo de que nada puede cambiar. Preguntémonos sinceramente: ¿Nos dejaremos vencer, hundiéndonos, mientras pataleamos sin pensar, en la tembladera de la desesperanza?
¿Cómo pasar de la esperanza realista a la realidad del cambio?
Cuba necesita profetas de la esperanza realista. Que son aquellos que no se dejan vencer por el pesimismo que nos han querido inculcar con toda intención de que se nos seque el alma. El pesimismo, la angustia, el miedo al cambio, son instrumentos del mal para vencer a nuestra condición humana.
No nos dejemos hundir ni ahogar en esa desesperada sensación de que “esto” no puede ser cambiado y no tiene solución. Creer en esa sensación inculcada es el primer y más efectivo paso de dominación de nuestro espíritu. Es el peor de los quebrantos del daño antropológico. No querer sanarnos de ese daño es abrirle la puerta a la muerte interior y adelantar la muerte física. Nada es eterno en este mundo. Nada deja de transformarse. Todo cambia y todo cambiará. A pesar de que se escriba, se inculque, se decrete, se incruste en bronce, nada ni nadie puede ni podrá detener la historia. Nada ni nadie. El cambio es inexorable. Inevitable.
Los profetas de la desolación ayudan a los desoladores. Son colaboradores de la cultura de la muerte. Los profetas de la esperanza sanan a los desolados. Son promotores de la cultura de la vida. Las mejor cura para los desolados es convertirse en profetas de la esperanza realista. Cuba necesita de esta esperanza realista pero no la tendrá si no hay verdaderos profetas de la esperanza que aprendan y enseñen a los demás a levantar la cabeza, leer e interpretar objetiva y concatenadamente la realidad y, lo más importante, que no cejen en el empeño de anunciar las luces del amanecer, sobre todo cuando la noche se hace más oscura.
Las tinieblas no pueden vencer a la luz. Porque la luz es energía y la tiniebla es el vacío existencial. Nos han lanzado al vacío. Recarguemos la energía de la luz que cada cubano lleva dentro. No importa que por fuera haya apagón. Vivir el apagón sin energía interior es dejarnos empujar al vacío de las tinieblas. Recargar nuestras pilas como profetas de la esperanza, para iluminar esta noche terrible, es empujar a Cuba a “la libertad de la luz”.
Pasar del cultivar la esperanza a construir, paso a paso, gradualmente, pacífica y ordenadamente ese cambio, es tarea de los profetas de la esperanza. Los profetas de la esperanza son aquellos cubanos que descubren la tierra firme en la línea del horizonte, precisamente, porque han subido al palo mayor mientras se hunde el barco. Solo desde la altura de miras, desde la frente a la altura de la esperanza realista se puede anunciar que la tierra de la libertad está a la vista.
Alcemos nuestra frente, oteemos el horizonte, escudriñemos los acontecimientos, relacionemos las noticias fragmentadas, y aparecerá en el horizonte inmediato de nuestras vidas la tierra firme, libre y próspera, que todo ser humano merece, que los cubanos merecemos, que Cuba necesita ya.
Seamos profetas de la esperanza realista.
Aquí, ahora, en Cuba. Ese es el camino de la libertad.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.