En 1994, cuando surgía la revista Vitral que duró hasta 2007, yo era un niño de siete años que visitaba la Parroquia Nuestra Señora de la Caridad en Pinar del Río. Mi tío, quien años después fuera el diseñador gráfico de Vitral y miembro de su Consejo de redacción, propició mi acercamiento a aquella obra. Recuerdo que, ante la pregunta sobre lo que quería estudiar yo siempre contestaba: periodismo o derecho. Pero la pasión por las ciencias biológicas fue más fuerte y el periodismo devino después, como un ejercicio ciudadano. Desde cuarto grado participaba de un taller literario sobre la obra de la poetisa matancera Carilda Oliver Labra y, gracias a este taller, tuve la oportunidad de tener mi primer texto publicado en una edición impresa, con 11 años. Era una carta, nada extensa, pero que guardo con mucho cariño, así como aquel ejemplar de la Colección Memorias de Ediciones Vitral que lleva por título “Carilda, abrazar todo el planeta en Calzada de Tirry 81”.
Luego surgió la revista infantil Meñique, como parte de la extensa obra editorial del Centro de Formación Cívica y Religiosa y la Comisión Católica para la Cultura de la Diócesis de Pinar del Río. Y allí, junto a tantos otros niños, también publiqué. Aquello de hacer revistas, manosear las hojas acabadas de salir de la impresora o la fotocopiadora, disfrutar el olor del pequeño taller, o esperar con ansias el número listo al final del proceso, siempre fue un atractivo, quizá uno de los momentos que, hasta entonces, más disfruto: el proceso editorial.
Nunca he escrito sobre mis inicios en este mundo que, sin pretenderlo de niño, se ha convertido en la esencia de mi vida. Sirva la conmemoración del número 100 de la revista Convivencia, la segunda hija del Quijote pinareño, como a veces digo en petit comité, para recordar los orígenes y valorar más el trabajo presente y futuro.
Las cosas de la vida son impresionantes. Dios tiene un plan para todos, creyentes o no. Él teje nuestro destino y a veces, si no nos detenemos en la agitada marcha del camino, no somos capaces de percatarnos de que todo tiene sentido. Mi primer artículo en Convivencia, en 2011, fue “Bioética en Cuba, nos resta mucho por hacer”. En 2015 concluí mi Máster en Bioética con la Universidad Católica de Valencia, España y pronto entrego mi tesis doctoral relacionada con el papel de san Juan Pablo II en este campo y sus aportaciones para la educación en las ciencias biomédicas. También sin saberlo, mi puerta de entrada en las páginas de Convivencia me introdujo en el camino que he seguido hasta hoy. Si bien además de un lector asiduo de Convivencia desde su primer número en febrero de 2008, ya le miraba con ojos de corrector, y participaba del proceso editorial, ahora fuera de las estructuras de aquella primera etapa de Vitral, en la casa de mis amigos y mi familia, no fue hasta 2013 en que entré oficialmente a formar parte del equipo de la revista con la función compartida de las correcciones. Más adelante fui parte del Consejo de Redacción de Convivencia y en 2015 fundador y miembro del Consejo Directivo de la mayor quijotada de mi vida, de la que estoy orgulloso y feliz, el primer think tank cubano. El Centro de Estudios Convivencia, por hablar de aniversarios y números cerrados, en febrero de 2025 cumple ya su décimo aniversario.
Convivencia ha sido más que una escuela. Yo diría, habiendo tenido la oportunidad de tres almas máter, que ha sido la Universidad más completa: la conjunción de familia, amigos y trabajo profesional, el espacio para disciplinar los ímpetus y los carismas y el centro de entrenamiento para la búsqueda incesante de la verdad.
De los 100 números que con esta edición celebramos se pueden contar mil historias. Desde las intensas jornadas debatiendo el logo, el cabezal de la revista, un artículo porque no encaja con el perfil editorial u otro porque está muy bueno y es necesario modificar el lenguaje para ajustarlo a lo que los propios autores y lectores llaman “lenguaje Convivencia”, las madrugadas corrigiendo, editando y hasta en reuniones del Consejo de redacción, la lucha para que cada número salga en tiempo en la web y demás versiones, los inicios viajando a La Habana porque solo allí había conexión a internet, luego sentados a la intemperie de los parques con wifi, hasta la confiscación del inmueble sede física de Convivencia. Contando con todas estas historias, y a pesar de algunas de ellas, podemos decir, orgullosamente, que Convivencia no ha fallado una edición en estos 17 años. 100 números en tiempo. 100 números con colaboradores gratuitos desde el primer día. 100 números que intentan, desde el interior de Cuba, ser un umbral para la ciudadanía y la sociedad civil.
Yo siempre decía que el número 100 sería la mayoría de edad, ahora que se alcanza, rezo para que podamos producir muchos más. Por eso hemos trabajado intensamente para mejorar nuestra apariencia en la web, en la versión para impresión y generando, por primera vez, una versión electrónica para leer en los dispositivos móviles. El motivo es suficiente para agradecer a todos los colaboradores que, como podemos entender al tratarse de 17 años y 100 ediciones, son cientos de personas. Todos ellos saben que son parte de la familia Convivencia. Son el alma de la revista y sin ellos Convivencia no vive. ¡Gracias infinitas!
Más que de anécdotas quisiera, por último, dejar por escrito lo que significa para mí arribar al número 100 de nuestra revista:
Convivencia me ha enseñado la necesaria diferenciación de roles en la sociedad civil. Tener claro lo que queremos ser, una revista sociocultural, de inspiración cristiana, de pensamiento plural, cuidadosa del lenguaje y el contenido, es la clave para no caer en las tentaciones que pueden deformar el carácter de la obra. Si lo que Convivencia se propone es generar pensamiento y debate, no necesariamente hay que competir con la inmediatez. No buscamos la noticia, sino propiciar el debate público.
Convivencia me ha mostrado el valor de la independencia. A veces creemos que los paraguas son la única salvación para protegernos de la lluvia. Y entonces no nos damos cuenta, hasta que se hace necesario, que también es totalmente disfrutable, y quizá hasta más gratificante, danzar bajo la lluvia. Salir del “paraguas institucional” como le sucedió a Vitral en su primera etapa, que luego devino en Convivencia, nos hizo crecer ante la adversidad, abrir la mente y el corazón a nuevos desafíos inimaginados, pero igual de edificadores.
Convivencia me ha demostrado que la clave del éxito está en el trabajo en equipo, donde todos podemos aportar desde una horizontalidad respetuosa de los dones y carismas personales, pero exigente con la verdad, la disciplina y la profesionalidad. Si Convivencia se propuso en su primer editorial ser un espacio para la moderación y el diálogo, esto ha empezado primero por sus miembros, para irradiar luego en la sociedad civil, que es para nosotros, el nuevo nombre de la democracia.
Convivencia, nombre y misión a la vez, ha aportado las claves para tejer redes de intercambio, lo que llamamos desde un principio, ser tejedores de convivencia. Así hemos formado una extensa familia de colaboradores y lectores, de pintores, escultores, escritores, de residentes en Cuba y en el exterior, de cubanos y de otras nacionalidades que ponen el tema Cuba en su pluma o su pincel, pero siempre en su mente y corazón. Nada es más gratificante que escuchar, en voz de esa gran familia que hemos formado: “ese texto es lenguaje Convivencia”, “ustedes reciben a todos”, “lo que los diferencia es tener una base cristiana fundamentada en la acogida y la fraternidad”. Que esos halagos sirvan de acicate para seguir el camino con el mismo rigor y profesionalidad del primer día.
Por último, entre tantos aportes de Convivencia en el plano personal, está la constancia. El trabajo sin ruidos y sin alardes, sistemático, sin fallar un número hace 17 años, ni llegar tarde a la entrega cada dos meses, lleva implícito un ejercicio de perseverancia que solo se logra con una profunda fe en lo que se hace. A decir de Martí: “es la constancia, virtud que recomienda más al que la posee que al genio”. Esa ha sido nuestra carta de presentación, la constancia, en medio de un mundo de reacciones digitales, de desmemoria histórica y búsqueda exacerbada de la métrica en las redes más allá del calado en el alma, que es lo que hace toda obra noble y perdurable.
¡Convivencia llegó a su número 100! Gracias a todos los colegas con los que he tenido el gusto de compartir. Gracias a esta gran familia que se ha nucleado a través de los años. Sigamos el camino trazado, con el mismo tesón del primer día y con la certeza martiana de que “mientras haya algo que hacer, un hombre entero no tiene derecho a reposar”. Nos queda mucho por hacer desde la sociedad civil en Cuba. ¡Larga vida a la revista Convivencia!
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
- Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
- Responsable de Ediciones Convivencia.
- Reside en Pinar del Río.