En estos días he tenido la dicha de visitar el monasterio de monjas Carmelitas Descalzas en La Habana. Ellas viven toda su vida en clausura estricta, es decir, son mujeres que se consagran totalmente a Dios encerradas en su claustro para poder dedicarse por completo a la oración, la contemplación y la adoración a Dios, mientras que trabajan con sus manos para ganarse su propio sustento porque el trabajo puede ser también otra forma de oración. El fundador de este estilo de vida fue San Benito y el lema que resume la vida monacal es precisamente: Ora et Labora. Oración y trabajo. Santa Teresa de Jesús, una intrépida, sabia y santa monja de Ávila en España fue la reformadora y la nueva inspiración de esta orden religiosa.
Tras las rejas que voluntariamente circunscriben su espacio vital, encontré a un grupo de mujeres en cuyo rostro se notaba la alegría profunda no bullanguera, la paz del alma, no el aburrimiento, el amplio conocimiento de las necesidades del mundo exterior por las que rezan todos los días. Encontré mujeres de todas las edades, desde la joya del monasterio que cumplirá 93 años este miércoles hasta las más jóvenes. La madre me habló con la sabiduría que dan los años y con la felicidad que se siente al haber sido fiel al proyecto de vida que Dios le propuso y ella aceptó libremente. Pedí a las monjas que rezaran por mí y por el proyecto de la revista y el Centro Convivencia. Me dijeron que rezaban por nosotros y que leían nuestras columnas. Eso me conmovió. Fueron unos minutos de una gran intensidad espiritual. Uno de los frutos fue la paz con que salí del monasterio. Otro fruto es el deseo de reflexionar en esta columna acerca de la dimensión espiritual del ser humano, especialmente de los cubanos.
Esta columna no es solo para los religiosos, o los que tienen una fe aunque fuera sencilla. Esta columna tratará sobre la dimensión espiritual que toda persona tiene y que debe cuidarse, cultivarse y fecundarse aún más que como cuidamos las dimensiones materiales de nuestra vida: medicamentos, comida, ropa, vivienda, agua, electricidad, y otras muchas preocupaciones que, con frecuencia, absorben todo nuestro tiempo y hunden nuestra existencia en una lucha cotidiana trotando en el vacío interior y en la angustia de la subsistencia. Debemos atender tanto a las necesidades materiales como a las necesidades espirituales. Cualquier abandono en estas dos dimensiones causará un daño grave con unas consecuencias insospechadas.
En efecto, todo ser humano tiene una dimensión espiritual, es decir, una vida interior, una existencia que perdura y que llamamos alma. No somos solo cuerpo, no somos solo materia. Todos hemos recibido una existencia que no se puede tocar, que no se puede ver con los ojos de este mundo, una existencia que no se reduce a lo físico, a lo tangible, pero que constituye nuestra dimensión más humana, más elevada, más digna, sin despreciar las demás.
Cuando abandonamos el cuidado de nuestro cuerpo, enfermamos, nos deterioramos físicamente. Cuando abandonamos el cuidado de nuestro espíritu, el alma se enferma, se asfixia, se seca. Sin vida espiritual toda nuestra existencia pierde la razón de ser, porque somos precisamente un ser espiritual que habita en un cuerpo material. Cuidar, ocuparnos, alimentar solo la dimensión corporal nos reduce a la vida biológica y animal. Cuando no nos ocupamos de tomar conciencia, de despertar del agobio, de detenernos, y cultivar nuestra vida espiritual, todo se pudre, se corrompe, se rebela, se tuerce y desemboca en la violencia y el sin sentido.
En todos los países hay un abandono general de la vida espiritual. En Cuba también. El materialismo, lo que se ve, lo que es palpable, la lucha por algo de alimento, por el agua, por la corriente eléctrica, por los medicamentos, no deja tiempo para uno, para pensar en uno, para reflexionar, para detenernos en medio de esa carrera por lo indispensable material, para hacer una introspección, para trascender nuestra existencia en este mundo y elevar nuestro espíritu a Dios.
Cuba vive en medio de la mayor pobreza de toda su historia, pero la mayor de sus pobrezas es la falta de espiritualidad, de vida interior, de cultivo del alma. Esa miseria espiritual nos ha convertido en zombis, es decir, en cuerpos que divagan, que caminan, que luchan, pero que están muertos por dentro. El vacío existencial, eso de no tener una vida interior, es la más grande y profunda pobreza de Cuba y de otros muchos países. Las consecuencias las estamos viendo.
Cuando un pueblo no dedica tiempo, educación, mantenimiento de su espiritualidad, es decir, tiempo para la búsqueda de la verdad, la práctica de la bondad, el gusto por la belleza, ese pueblo se bestializa, se corrompe, se pierden los valores humanos, no hay motivación para desarrollar las virtudes, se pudren las relaciones humanas y se crea un clima de agresividad salvaje, de violencia, de crímenes de lesa humanidad, de enfrentamiento entre hermanos, entre compatriotas, entre seres deshumanizados, todo lo cual no deja de sorprendernos, asquearnos, y escandalizarnos.
Pues bien, llegar a ese momento ya sería demasiado tarde. Cuando ese momento llega se desata lo más brutal, lo más irracional y cruel del ser humano y entonces nos preguntaremos: ¿cómo es posible que los seres humanos caigamos tan bajo? Es que no cultivamos a tiempo nuestra espiritualidad, es que nos fuimos convirtiendo en bestias de corral, en seres desalmados, capaces de insultar, golpear, herir, y hasta matar a nuestros hermanos, a nuestros compatriotas, a otros seres humanos que, por solo esta última razón, deberíamos respetarnos, cuidarnos, comprendernos y convivir en paz.
Propuestas
- Cuba, cada cubano, necesitamos dedicar tiempo de calidad para mirarnos por dentro, hacer silencio circundante e interior, revisarnos, reflexionar, cultivar nuestro espíritu y sanar nuestras almas de toda miseria humana, de toda crueldad, de toda violencia, de todo odio, de toda venganza. Luego será demasiado tarde. Luego será el lamento y el caos.
- Los cubanos que, además de la dimensión espiritual común a todos los seres humanos, tenemos fe en Dios, debemos ejercer el deber moral de trabajar en el cultivo de la espiritualidad de todos los cubanos. Es una obligación como creyentes, como cubanos. Creer en Dios y permanecer indiferentes al deterioro espiritual, moral y cívico de nuestros compatriotas no es solo un pecado de omisión, sino una falta de responsabilidad ante los desastres violentos que pudieran sobrevenirse por la bestialidad que hemos dejado crecer, como la mala hierba, entre cubanos.
- La Iglesia tienen una enorme y grave responsabilidad en el cultivo de la espiritualidad de los cubanos. Ni el lamento inútil, ni el pietismo alienante, van a revertir el enorme proceso de degradación espiritual y moral que está sufriendo el pueblo cubano. Cualquier distracción u omisión de esta grave obligación, que tenemos como comunidad creyente, de cultivar la espiritualidad, los valores y las virtudes, no solo será lamentada cuando se desate aún más la violencia, sino que constituirá una grave falta de nuestro deber religioso fundamental.
Mi visita a un monasterio de monjas de clausura y la oportunidad inenarrable de poder contemplar en sus rostros, palabras y testimonios la pujanza, la fuerza, la felicidad y el amor que son fruto del cultivo de su vida interior, me ha despertado una gran esperanza. Salí de allí repitiéndome: estamos todavía a tiempo para dedicar esfuerzo, entrenamiento y ayuda mutua, al cultivo de la espiritualidad de todos los cubanos, a la sanación del alma de la nación, a crear un clima favorable al entendimiento, a la humanización, a los valores y a la virtud, para evitar, a tiempo, un desastre entre cubanos.
Miremos a nuestro alrededor y, en lugar de lamentarnos, contemplemos este pulmón espiritual que es un monasterio en medio de las vicisitudes de nuestra vida. No todos tenemos esta vocación, pero con este pulmón Cuba respira. Con los cánticos, las plegarias y el trabajo de estas monjas Cuba levanta su alma. Con el ejemplo de sus vidas desbordantes de sentido, de felicidad y de paz, los cubanos podemos mantener el ritmo de nuestra esperanza. Gracias, madres fecundas de espiritualidad. Cuba las necesita.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
- Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
- Ingeniero agrónomo. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
- Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
- Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2007.
- Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
- Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
- Reside en Pinar del Río.