No a la medicina defensiva

Yoandy Izquierdo Toledo

Jueves de Yoandy

Hace pocos días escuché a un profesional de la salud hablar sobre un término que pocas veces usamos los que no somos del sector biosanitario. Quizá no podemos entender fácilmente, por nuestra condición de pacientes, la mayoría de las veces, o porque no entendemos, como es lógico, esa acepción con marcada carga negativa. Sin embargo, al tratar algunas ideas relacionadas, desgraciadamente nos percataremos de que muchas veces ha sido a través del ejercicio de la medicina defensiva que hemos sido atendidos en las instituciones de salud.
Según los expertos, la medicina defensiva se corresponde con un modo de ejercer la medicina que comprende un conjunto de acciones que no tienen como interés principal el beneficio del paciente, sino evitar las denuncias por mala práctica médica. Tan solo de leer esta definición, se considera a la medicina defensiva como un capítulo más dentro de la iatrogenia, es decir, todo aquel daño que se realiza al paciente “a causa de” o “provocado por” un acto médico.
En nuestra cotidianidad es más fácil entender el término cuando se traduce a prácticas específicas. Nos podemos referir a los tratamientos con riesgos conocidos para la seguridad del paciente; la prescripción de medicamentos innecesarios y otros que no son los indicados porque “es lo que hay en estos momentos”; la indicación de estudios que no son indispensables, pero que se realizan como justificación por el déficit de los necesarios, cuando solo estos últimos son los que permitirían resolver los casos clínicos encontrando el origen y abriendo el camino a posibles tratamientos; el exceso de consultas médicas fallidas o sin aparente sentido porque escasean los recursos, no hay disponibilidad para todos o deja de asistir el personal médico; y la remisión o referencia a centros de especialidad que muchas veces no son de fácil acceso para el ciudadano de a pie, quien se queda con la insatisfacción de no haber hecho todo lo posible por encontrar la terapia indicada o la cura definitiva.
Estas y otras múltiples manifestaciones de la medicina defensiva alguna vez nos ha tocado experimentar en los distintos niveles de asistencia médica. Es probable que, sin ser conscientes de ello, hayamos justificado alguno de estos actos que no pueden encontrar cabida en el arte de sanar, que debe tener como sujeto, centro y fin a la persona humana.
La medicina defensiva constituye una deformación de la medicina que condiciona la práctica profesional, capaz de desencadenar un conflicto de intereses. El médico no piensa ya en el juramento hipocrático y los principios que han acompañado a la profesión médica desde sus orígenes. Olvida aquello de “Primum non nocere” (Lo primero es no hacer daño) para tomar sus propias decisiones, no por el beneficio del paciente sino para evitar problemas legales. Esta es una actitud de los que trabajan en el sector, caracterizada no por tratar de curar al paciente manteniendo su dignidad como persona, sino atenderle salvando a toda costa y eludiendo la responsabilidad que corresponde, mediante la presentación de pruebas legales que avalan que se ha hecho lo que se ha podido o lo que hay que hacer. Es basarse en normativas, regulaciones, códigos de ética médica cerrados a la casuística o sin una mirada a la bioética principialista (que establece el cumplimiento de los principios de autonomía, beneficencia, no maleficencia y justicia) o la bioética personalista (que prioriza a la persona humana en todo momento).
Aunque podamos entender lo que dicen muchos médicos, o personal de la salud en general, sobre la responsabilidad, traspasada de eslabón a eslabón de la cadena, debemos recordar algunas de las posibles soluciones para superar este mal que supone la medicina defensiva:
1.  El establecimiento de políticas sanitarias que garanticen la seguridad del paciente por encima de cualquier trámite burocrático, sin distinción por creencia religiosa, orientación sexual, ideología política.
2. El desarrollo de protocolos que minimicen los riesgos para el paciente y que no sean un panfleto más capaz de cumplirse a cabalidad.
3. Evitar el uso excesivo del consentimiento informado, considerado como santo y seña de la relación médico-paciente. Este exceso puede conducir al descargo de responsabilidad del médico y se puede considerar como una amenaza a la relación con el paciente que debe recibir un beneficio para su salud.
4. Elaborar Códigos de Deontología Médica que excluyan esta mala praxis y que incluyan una forma adecuada de regular los deberes, traduciéndolos en preceptos, normas morales y reglas de conducta.
No nos asombremos cuando veamos al cardiólogo en una dulcería, al cirujano en una Mipyme o al intensivista rentando un ciclomotor. No nos asombremos del éxodo del personal de la salud. Todavía me resuenan al oído las palabras de quien ha motivado esta reflexión: “Esta no fue la medicina que yo estudié. A mí no me prepararon para la medicina defensiva. Por eso yo me voy pronto de aquí”.

Está en manos de los decisores en materia de salud encontrar las propuestas más efectivas.

 


Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.

Scroll al inicio