Discernir para permanecer en la verdad

Yoandy Izquierdo Toledo

Jueves de Yoandy

Discernir nunca ha sido fácil, sobre todo cuando confundimos este proceso con simples reflexiones o discusiones sobre un tema determinado. Cuando vivimos en sistemas totalitarios el discernimiento se enreda en una maraña de suposiciones y miedos que suprimen la claridad con la que debemos dar los pasos para entender mejor la realidad y proyectarnos hacia el futuro.

El discernimiento requiere de algunos elementos que le son intrínsecos para que pueda ser considerado como eficaz. Entre los más indispensables se encuentra la libertad, que es la que ayuda a elegir entre distintas opciones lo que la razón nos indica. Coartar la libertad es impedir que la persona humana se realice plenamente por donde cree que es correcto, prudente o por donde le indique la voluntad para elegir hacer el bien. De otro lado, tenemos la experiencia, que ayuda a discernir mejor si se ha vivido directa o indirectamente el efecto de una acción, la consecuencia de una decisión, o se ha vivido, en primera persona, la experiencia de tener que tomar partido ante las múltiples encrucijadas del camino.

El desequilibrio entre la inteligencia racional y la inteligencia emocional, en conjunción con la carencias educativas en cuanto a principios, valores y virtudes y el adoctrinamiento que no conoce de la pluralidad de opciones, dificulta el discernimiento. Podemos decir que no hemos sido educados para, a través del discernimiento, determinar nuestra opción fundamental y ser consecuentes con ella. Por eso vemos que los proyectos de vida son raquíticos y sin ningún asidero. La vida, como una veleta, lo mismo está en una dirección que en otra y, en el momento de sentarse a analizar qué queremos, a ciencia cierta entran las dudas, se flaquea, no sabemos escoger ni siquiera nuestro propio destino.

Es así que tropezamos con personas que van por la vida sin encontrar dónde echar raíces, sin definir cuál es su vocación real, si laico o religioso, si ateo o creyente, si de las ciencias o las artes, si demócrata o republicano, si miembro de la sociedad civil o de un partido político, y así un sinnúmero de oportunidades que se presentan para discernir, mientras nos quedamos en lo cómodo que puede resultar la ambigüedad. Las alternativas son la ambigüedad o la emergencia de los “todólogos”, término que puede ser empleado para reconocer aquellas personas que no han definido su rol y su carisma e incursionan, sin saber cómo hacerlo, en todo a la vez. Discernir, lo mismo puede ayudarnos tanto en el plano espiritual como en el plano funcional. Hay decisiones que se corresponden con los sentimientos y los actos de voluntad, en tanto otras tienen que ver con el posicionamiento ante determinada situación y la coherencia de vida.

Se podría realizar un sondeo simple en una pequeña muestra del pueblo cubano sobre la capacidad de discernimiento. Y si los resultados son fieles a las actitudes que vivimos y sufrimos en la cotidianidad, constataríamos, desgraciadamente, lo endeble que resulta esta capacidad humana para analizar primero, filtrar y elegir después, y lo más difícil, mantenerse coherente con lo que hemos podido elegir en un acto de total libertad.

En la actualidad podemos hablar de ciertas “tentaciones” de la cultura moderna que atentan contra el correcto discernimiento. Entre ella tenemos:

  1. La miopía moral y la tendencia a la mixtificación, es decir, mezclar, diluir y confundir cosas contrarias.

Por un lado, el fenómeno de “hacerse el ciego”, es decir, dejar de ver las cosas que son evidentes ante nuestros ojos para no tener que caer en la obligación de tomar partido, emitir un juicio moral o actuar en correspondencia con el dictado de la conciencia, que es una actividad seria y requiere la sincronización de alma, corazón y vida. Algunos conciben que es más fácil no implicarse tanto y se les va la vida sin encontrar el sentido de su existencia. Por otro lado está ese integrismo relativista que pretende mezclarlo todo en lugar de desmenuzar el asunto para comprenderlo mejor. También es una actitud que combina con la ceguera: si todo está “integrado”, es decir, mezclado y confundido, y no estamos preparados para discernir, es más fácil justificar esa insuficiencia con aquello de no ver las cosas, no percibir lo que está pasando.

  1. El intimismo.

Sumergirnos en un discernimiento exhaustivo no significa desarrollar un proceso que nunca llega a su final o que posee una eficacia relativa. El discernimiento es puntual, concreto y tiende a reforzar la seguridad en la toma de decisiones. El intimismo, entendido como un fenómeno de introspección, puede provocar ciertos efectos adversos como la evasión de la realidad, justificante de nuestra incapacidad y ausencia de voluntad para aprender a decidir.

  1. Sacar partido de las situaciones.

El discernimiento no debe ser entendido en el sentido utilitarista que supone orientar la toma de decisiones hacia la obtención de un beneficio personal o grupal. Esto es muy diferente a la tendencia de ver en cada situación una oportunidad de crecimiento. Por muy adversas que se presenten las circunstancias, estas podrían resultar en catalizadores del salto cualitativo al que nos convoca el crecimiento humano.

  1. La crisis de la esperanza.

Esta tentación contemporánea tiene un alcance mayor. Sobrepasa al discernimiento para irradiar negativamente en ese sentido de la vida referido anteriormente. La desesperanza se traduce en falta de interés, ausencia de compromiso y debilitamiento de la voluntad.

El discernimiento más que un simple proceso de toma de decisiones es, y debe ser, un estilo de vida. Es, en palabras de san Juan Pablo II: “el don de estar en la verdad para poner por obra la verdad”.

He aquí una tarea para los cubanos y para Cuba en tiempos de incertidumbres y crisis, de relativismo y desesperanza. ¡Empecemos ya el ejercicio del discernimiento ético!

 


Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.

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