Jueves de Yoandy
La situación de Cuba es insostenible. Casi todos los analistas de dentro y de fuera de la Isla, así como los ciudadanos que vivimos aquí el día a día, coincidimos con ese criterio. Cuando se trata de hacer diagnósticos no hay problemas con la diversidad, pero quienes han trabajado durante décadas en la sociedad civil saben bien el sacrificio que cuesta llegar a unos mínimos consensuados.
Tengo un amigo italiano que hace muchos años me decía, refiriéndose a los cubanos: “tienen muy buen perfume, pero poco fijador”. Desgraciadamente, cuando comenzaba a desarrollar su teoría sobre la constancia en el obrar, la sistematicidad en las actividades de cada proyecto, la capacidad de resiliencia, caer, levantarse y seguir, la proyección hacia el futuro, ofrecía un análisis tan certero que no se podía negar la veracidad de su planteamiento.
El Centro de Estudios Convivencia, que se ha especializado en un itinerario de pensamiento y propuestas para el futuro de Cuba, compara esta actitud con el “síndrome de Alicia”. Se trata de estar, como el personaje de Carroll, en el laberinto, pero sin saber hacia dónde queremos ir. Esa gran confusión, resulta que es esencial: si no sabemos cuál es la meta, no tenemos idea de qué sentido queremos darle a nuestra vida. Entonces, los males cotidianos que crecen hasta límites insospechados nos pueden llegar a absorber y hundir en la más profunda desesperanza.
El ciudadano cubano, harto de un estilo de vida que parece ir consumiendo a la persona en lugar de elevarla a mayores niveles de bienestar en correspondencia con la dignidad plena, se ha cansado de hacer diagnósticos, está decepcionado por creer en falsos mesías y permanece abrumado a consecuencia de una educación adoctrinada y alienante, en lugar de cultivar la inteligencia racional y emocional. Con todo esto, parece ser que se agotó la habilidad de hacer propuestas.
Ante cada queja, que es una reacción legítimamente humana, deberíamos tener una forma de solución o, al menos, un intento visible por dar buen cauce a la situación. “Echarse tierra encima”, como se dice coloquialmente, o “hacer leña del árbol caído”, no nos conducirá a salidas viables, más bien, empeorará el tránsito hacia la meta. El paternalismo en el que hemos sido educados desde la enseñanza estatal y el desconocimiento de deberes y derechos (cabe decir que a veces también es debido al desinterés personal) genera ciudadanos pasivos que esperan lo que viene “de arriba” o lo que otros hacen para ver hacia dónde moverse.
Esa habilidad de acomodarse nada tiene que ver con la adaptación a la que algunos se refieren. Confundir los términos es no entender que acomodarse es acoplarse a “lo que toca”, asumir todo sin poner empeño para revertir la situación; mientras que adaptarse, incluso desde la concepción biológica más básica de los seres vivos, implica un proceso de transformaciones para vivir mejor en el medio circundante.
En este sentido, que comparte la persona humana por ser un ser biológico, psicológico y social, podemos hablar también de tres tipos de adaptación:
En primer lugar, tenemos la adaptación de las formas y las estructuras: ¿cómo debemos desarrollarnos en sociedades con sistemas autoritarios? ¿De qué forma o en torno a qué estructuras, grupos, organizaciones, se puede articular el pensamiento y la propuesta? Aquí podríamos responder con la infinidad de iniciativas que se nos puedan ocurrir. Si cada una de ellas respetara su rol y trabajara desde su nicho, contribuyendo a una meta superior que es el bien común, entonces podríamos decir que la realidad ya no nos aplasta. Si la persona se lo propone, es capaz de buscar una salida, sin la llamada “resistencia creativa”, sino con algo más humano que es superar las dificultades con resiliencia.
En segundo lugar está la adaptación fisiológica o funcional. Ella nos permite, de acuerdo a las estructuras transformadas y transformadoras que han sido generadas, desarrollar funciones que antes no eran necesarias o no resultaba posible realizarlas, sin perder de vista que las funciones esenciales no varían. Esto, traducido a la sociedad civil y al caso Cuba, significa que los diferentes grupos de trabajo pueden modificar sus funciones específicas, pero deben mantener su misión y función general. No es posible mantener la esencia de un proyecto dentro de Cuba cuando la mayoría de sus miembros se encuentra en el exterior. Es primordial tener claridad en los objetivos (funciones) para no caer en nuevos mesianismos que desde fuera vengan a resolver el problema nacional. La función es complementaria, de adentro y de afuera, sabiendo que en el terreno se actúa de una manera, con una función específica y muy bien localizada, y desde la otra orilla se puede trabajar de otra forma, aumentando la visibilidad, favoreciendo la capacitación, haciendo mayor incidencia política, articulando redes de intercambio y colaboración de conocimientos, potenciando las investigaciones locales. En fin, que se abre un sinnúmero de posibilidades sin olvidar, y respetando, la función de cada parte.
En tercer lugar, por último, nos podemos referir a la adaptación etológica o de comportamiento. Como su nombre lo indica, este tipo de adaptación está relacionado con los cambios comportamentales que se experimentan ante determinadas situaciones económicas, políticas y de la sociedad en sentido amplio. Es en este aspecto, quizá, donde mayor número de cambios experimentamos los cubanos. Con pesar, podríamos desarrollar una larga lista de comportamientos a veces ni tan dignos, ante la adversidad de las situaciones que vivimos.
Por solo mencionar algunos comportamientos: tenemos a los que cambian, pero solo el discurso para aparentar, para indicar que no se identifican con este o con aquel grupo, se trata de los todo-terrenos, hoy aquí, mañana allá y pasado donde sea. Están los que critican al que disiente, llamándole inadaptado y atreviéndose incluso a lanzar la conocida propuesta de “si no te adaptas, vete”; sin embargo, en la sombra, acomodan su huida buscando cualquier resquicio para escapar porque no se habían adaptado a “esto”, sino estaban “viviendo de esto” mientras podían. También están los que se dicen adaptados por el mero hecho de diferenciarse de los inadaptados, criticando cualquier iniciativa venida del otro, justificando actitudes negativas, manteniendo ambigüedad de criterios y, sobre todo, acomodando el discurso a lo que más guste escucharse en cada momento.
Es necesario adaptarse, para seguir, pero debemos hacerlo de forma digna y crítica, desterrando la mentira y siendo versiones mejoradas de nosotros mismos. No podemos ser diferentes manteniendo las mismas estructuras, desarrollando las mismas funciones y compartándonos de forma camaleónica.
Pasar de la queja a la propuesta implica concientizar que nada lograremos si no somos capaces de hacer algo para transformar nuestra realidad. Proyectar conduce a la esperanza. Proponer es creer que, más que adaptarnos, podemos empujar aquí y ahora hacia el cambio que tanto necesitamos.
Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.