Jueves de Yoandy
Hace unos días, hablando de la artista Anna Vaughn Hyatt Huntington, la escultora de la estatua de José Martí en el Parque Central de New York, con réplica en La Habana, recordaba que en Cuba existen otras piezas de la autora. Una de ellas, poco conocida quizá, me ha motivado a escribir estas letras. Ayer visitaba un proyecto que pretende mantener viva la herencia cultural cubana, la memoria histórica y lo mejor de las tradiciones, cultura y nacionalidad cubana. Dos motivos para hablar del relevo, de la encomiable tarea que tenemos todos para “hacer obra noble y perdurable”.
La escultura mencionada, que es el mejor ejemplo gráfico para el tema en cuestión, lleva por nombre: “Los portadores de la antorcha” y está ubicada en la intersección de las calles Ayestarán y 20 de mayo en la capital habanera.
Ella presenta a un hombre visiblemente extenuado, sin fuerza alguna, en el suelo, recostado a una roca, pero con uno de sus brazos extendido hacia arriba. En el brazo porta una antorcha encendida, que está entregando, aun desfallecido, al jinete que viene en busca del relevo. Para que la llama perdure hacen falta, al menos, dos actores con dos intenciones principales: la una de mantener viva la llama, el espíritu de perpetuar un legado, las ganas de que no muera un ideal; la otra, la de estar conscientes de la responsabilidad de lo que nos es entregado, la fuerza para mantener viva la llama y continuar el camino, el rol de la sucesión que nos hace parte, pero no únicos protagonistas.
Además de que la escultura es una joya por la majestuosidad de la técnica, sobre todo en la figura del caballo (deleite de la autora, así como en la pieza de Martí) el valor de la obra se lo da la profunda interpretación que puede hacer el transeúnte cuando pasa y se detiene a contemplarla. Es una catequesis viva, una clase magistral, un mensaje para la posteridad. A partir de la obra se podría estar dando más que una clase, un programa de formación basado en el relevo generacional.
La antorcha, que simboliza la luz, la llama de la sabiduría, podría estar significando esa sucesión de la verdad, la libertad, el conocimiento, la energía que nos impulsa para seguir la marcha. También viene a recordarnos que una sola persona no puede, pero que la fortaleza y el éxito está en el trabajo en equipo, en extender la mano y en que otro reciba nuestro legado.
Eso es, precisamente, el relevo generacional, el proceso que permite traspasar ya sea en vida o después de la muerte, todo el acervo que una generación posee hacia la otra, para garantizar la sucesión, para mantener viva y activa la herencia cultural.
Cuando hablamos de herencia en los procesos culturales y sociales nos referimos al mantenimiento de los rasgos identitarios, del patrimonio histórico-cultural que ha acompañado a nuestros ancestros y que debemos dejar atesorado para el futuro. En este tipo de procesos, que no se refieren a los biológicos, no bastaría con una herencia de tipo recesivo, es decir, que este presente el rasgo pero que no se exprese, sino que el relevo, la llama de la antorcha, la herencia cultural, es necesario que esté presente y que se exprese, de forma predominante de una generación a la siguiente.
El segundo elemento que me ha motivado a escribir este texto, como dije al principio, fue la visita a un proyecto que pretende mantener el alma cubana allende los mares, sin sesgo político, ni interés económico. Su único y principal objetivo es mostrar la riqueza y el potencial de la patria cubana para despertar el interés por lo nacional, valorar más lo que se tuvo y lo que se tiene a través de la conservación del patrimonio material e inmaterial de la nación. Me encantó una frase de quién es uno de los principales promotores del proyecto desde hace muchos años: cuando la persona se dedica a este tipo de trabajos no lo hace para sí misma, no lo hace para alimentar sus egos, dejar su nombre plasmado en infinidad de papeles, noticias o que resuene su nombre en los medios de comunicación, lo hace con el único interés de salvar la memoria de todo lo que nos ha antecedido. Pretende, con su trabajo constante y silencioso, sin aspaviento ni alarde mediático, sembrar la semilla que germina, crece, florece y fructifica, muere, cae en tierra fértil y vuelve a nacer.
Los portadores de la antorcha somos todos y cada uno de nosotros. El relevo generacional nos atañe a todos. Corresponderá, de acuerdo a los intereses de cada quien y al valor que decidamos darle a la llama de la sabiduría, mantenerla apagada o viva para siempre.
Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.