MARTÍ DESDE FRONT STREET

Foto cortesía de la autora.
  • Para Carlos Ripoll y Pedro Pablo Rodríguez, con todo mi agradecimiento y cariño.

Empecé a conocer la obra de José Martí cuando trabajaba en una tesis doctoral sobre crónicas de viaje del siglo XIX, de latinoamericanos que viajaron en Estados Unidos y de estadounidenses que viajaron en América Latina. Martí era de lejos la figura más destacada entre todo el espejismo americano decimonónico que investigaba. Y no era un mero viajero, claro. Vivió catorce años en Nueva York y, como ha señalado Pedro Pablo Rodríguez, director de la monumental Edición Crítica de las Obras Completas en el Centro de Estudios Martianos, se convirtió durante estos años en neoyorquino.[1] No en estadounidense, por supuesto, que sería otra cosa enteramente. Pero en neoyorquino, sí.

Cuando por fin conocí La Habana en 2000, había leído y traducido numerosas crónicas de Martí y sabía algo de su vida, incluso que durante varios años tenía un despacho en el bajo Manhattan donde escribía y se reunía con gente. Visité el Museo Casa Natal en calle Leonor Pérez durante ese viaje inicial y allí, debajo de una foto borrosa y desteñida del edificio, leí la dirección: 120 Front Street. A lo mejor la había visto ya en el libro Ámbito de Martí de Zendegui (1954), donde no me había llamado mucho la atención. En la Casa Natal, la foto estaba cerca del escritorio donde trabajaba Martí en Front Street. En presencia de este mueble tan íntimamente asociado con él y su vida neoyorquina, me di cuenta que, sin lugar a dudas, Martí, que llevaba una existencia sumamente peripatética desde su más temprana edad, pasó más tiempo en su pequeño cuarto de Front Street que en cualquier otra casa, vivienda, o habitación en su vida.

Escritorio de Martí, Museo Casa Natal, La Habana

Este hecho ya se había reconocido por muchos, entre ellos mi querido y distinguido colega de City University of New York, el profesor Carlos Ripoll, quien, con la esposa, me recibió con un almuerzo inolvidable en su casa cuando estuve en Miami en 2002 para la salida de José Martí: Selected Writings. Entre otras cosas hablamos de Front Street. Ripoll no había podido hacer nada para impedir la demolición del viejo edificio durante los sesenta, remplazado por el rascacielos imponente de 100 Wall Street que abrió sus puertas en 1969 y todavía se alza en la esquina de Front y Wall.  El año de la apertura, en nombre de un grupo de profesores cubanos y latinoamericanos y otros profesionales, Ripoll escribió a la empresa dueña de 100 Wall, pidiendo que se instalara una placa en la entrada para conmemorar la presencia de Martí. Seis semanas después le contestó el Director de Relaciones Públicas. Lo sentían, pero habían recibido varios pedidos de este tipo, incluso uno para una placa conmemorando el desembarco de George Washington en un sitio cercano, le escribió el señor Bernard Felson de Arlen Properties, Inc. Dada la circunstancia, no podían dar preferencia al “Father of Cuban Independence”.

Ripoll intentó de nuevo en 1995 con una carta al New York Landmarks Preservation Foundation que nunca tuvo respuesta. Como era el centenario de la muerte de Martí se organizó un acto conmemorativo en la estatua ecuestre de Central Park South. El ahora notorio y entonces célebre y poderoso Rudy Giuliani aceptó la invitación de acompañar a los cubanos el 19 de mayo para colocar una corona de flores en el monumento. Aprovecharon su presencia para ofrecer al entonces alcalde de Nueva York un libro bilingüe de pensamientos de Martí y una petición con muchas firmas pidiendo que “declarara 120 Front Street como Landmark y que así constatara con algún distintivo.” Como el proyecto no le ofrecía ninguna perspectiva de enriquecimiento personal, Giuliani nunca le hizo caso.

Víctima de una enfermedad mortal que enfrentaba con gran valentía, Ripoll se quitó la vida en 2011 a sus 89 años. El año anterior aún perseguía su meta de siempre. En enero de 2010, escribió al Landmarks Preservation Commission, pidiendo que evaluaron la importancia cultural de 120 Front Street, incluyendo una foto del edificio desaparecido, un libro bilingüe de aforismos de Martí, y un libro suyo reciente sobre Martí y Lincoln.  Esta vez sí hubo respuesta: negativa. Como el edificio no se había preservado, el Landmarks Preservation Commission no podía hacer nada.[2]

El edificio que Martí frecuentó durante casi diez años no era muy alto. El despacho 13

era el suyo, en el cuarto piso, debajo del techo. Medía cinco varas cuadradas (196 pies) y tenía ventana que daba al sur. En tiempo despejado, el cuarto se llenaba de una luz que acogía calurosamente a los visitantes que acababan de subir la escalera oscura, estrecha y sucia cuando Martí les abría la puerta.

Una foto publicada en un número de la Revista de Cayo Hueso, impreso en 1897 por Sotero Figueroa en su casa editorial cercana de 284 Pearl Street, permite apreciar una particularidad que seguramente resultaba útil para los consulados y negocios que allí instalaron sus sedes. El dueño de 120 Front poseía otro edificio a la vuelta de la esquina en 100-102 Wall Street, separado del de Front Street por el edificio de la esquina, pero conectado por un pasillo interior. Uno podía entrar por Wall Street, dejando que el espía o policía o acreedor que pisaba sus talones le esperara en esa entrada, para después escaparse saliendo por Front Street.[3]

Martí empezó a frecuentar el edificio en el curso de su largo trabajo con el consulado de Uruguay, ubicado en William Street cuando le nombraron cónsul interino en 1884 durante una ausencia de seis meses del cónsul, su gran amigo Enrique Estrázulas. Dos años después, el consulado se mudó a 120 Front. Aún sin ser cónsul interino Martí veía a menudo a Estrázulas en el consulado y así empezó a conocer el edificio.  Era su costumbre servirse de cualquier papel que encontraba a mano para escribir, y una sección de sus cuadernos de apuntes que alude a acontecimientos y publicaciones de 1886 fue escrita en papel de membrete del “Anglo Spanish American Naval Agency, 120 & 122 Front Street or entrance at 100 & 102 Wall”.[4]

La primera carta de Martí firmada en120 Front es fechada 3 de septiembre de 1887. La pone como dirección del consulado de Uruguay y puede ser que todavía no tenía despacho propio. Poco después sí lo tuvo, y fue donde el pintor Herman Norrman lo retrató al óleo en1891. Detrás del retratado se ven las estanterías llenas de libros y papeles que Martí construyó de pino blanco con sus propias manos. “Yo era gran amigo de Martí”, Norrman dijo años después a un periodista en su Suecia natal, añadiendo que el cubano era la persona más inteligente que había conocido en su vida.[5]  Su retrato parece al lado de una imagen de 120 Front en un timbre postal cubano de 2006.

En su primera llegada a Nueva York en 1888, el ingeniero y diplomático argentino Miguel Tedín visitó el despacho de Front Street para conocer en persona a Martí, cuyas crónicas en La Nación leía desde años. Dos años después, los dos participaron en la Conferencia Monetaria Internacional Americana, Tedín como delegado de Argentina, Martí de Uruguay. Acordándose en 1909 de ese primer encuentro con un hombre que pronto se convirtió en gran amigo suyo, el argentino dibujó detalladamente el espacio donde Martí trabajaba, en un pasaje citado por Ripoll con gran cariño. Notó en particular el gran contraste entre los objetivos de Martí y la inmensa búsqueda de riqueza que se llevaba alrededor de él en lo que era ya desde hace mucho el distrito financiero principal de una de las capitales financieras del mundo.

En aquel modesto despacho mantuvo por muchos años el fuego sagrado de la Independencia cubana, sin que por un momento le hicieran desfallecer ni las disidencias entre sus propios amigos, muchos de los cuales creían utópica la revolución, ni el espectáculo de las fortunas que se acumulaban a su alrededor por todos los que consagraban su inteligencia y su autoridad a los negocios comerciales.[6]

De vez en cuando paso por el distrito financiero en mi vida diaria neoyorquina y siempre me paro en Front Street, más o menos a la altura de 120, donde hay, entre el rascacielos de 100 Wall en la esquina y el próximo edificio de Front, un espacio vacío que comparte el nombre de “Wall Street Plaza” con un rascacielos en Pine Street que corre paralela a Front.  Entre todos los espacios públicos de Nueva York, esta plaza, que pertenece a los dueños de 88 Pine Street, es uno de los menos acogedores. Del lado de Front Street, un muro bajo de ladrillo, tal vez rescatado de los edificios derrumbados que una vez estuvieron allí, finge ser una suerte de mini-catarata, aunque ha estado seca y sin agua en la mayoría de mis visitas. Del lado de Pine Street, hay una escultura abstracta de 16 pies de altura en acera pulida de Yu Yu Yang, artista taiwanés. Esta plaza estéril sí está asociada con un monumento, aunque sólo lo descubrí en Internet porque está dentro del lobby de 88 Pine. Conmemora el transatlántico británico Queen Elizabeth I, destruido por incendio intencionado en Hong Kong en 1972. Era propiedad de los dueños de 88 Pine.[7]

En 2016 el Latin American Studies Association (LASA) festejó sus cincuenta años con un congreso en Nueva York. El año anterior, llevando la antorcha pasada por Ripoll, fui con el historiador Gil Joseph, entonces presidente de LASA, a hablar en City Hall con Lilliam Barrios-Paoli, entonces sub-alcalde para salud y recursos humanos en la administración de Bill de Blasio. Hablamos durante media hora de Martí, su larga presencia en la ciudad, y la importancia que tiene en la historia de Nueva York y de sus comunidades hispanas. Presentamos el proyecto tan contemplado por Ripoll y tantos otros de hacer algo para conmemorar a Martí en Front Street, con una placa, algún monumento, o sencillamente un cambio de nombre de la cuadra a “José Martí Way”. Barrios-Paoli nos escuchó con gran interés y simpatía, pero la reunión no tuvo resultados porque un mes después renunció a su puesto gubernamental.

A Martí sí se le ha monumentalizado en la ciudad donde vivió catorce años. Aparte de la estatua ecuestre de Central Park South, hay también una placa de bronce que forma parte del “Library Walk” del escultor Gregg Lefevre, instalada en 1998 en la acera de la calle 41, frente a las escaleras y leones de la gran Biblioteca Pública de Nueva York. En realidad, esta placa ofrece una imagen más clara de quién era José Martí que el guerrero civil al momento de su muerte retratado en la estatua de Central Park. Debajo de una cita de Martí está dibujado un estante de libros escritos en japonés, español, árabe, vietnamita, holandés, italiano, francés, hindú e inglés.

La cita es de la crónica que Martí escribió en enero de 1882 cuando Oscar Wilde estaba de gira y dio una conferencia en Chickering Hall (esquina de la 18 con la Quinta Avenida). Empieza con una queja acerca del mundo intelectual hispanófono: “[P]arece que las fronteras de nuestro espíritu son las de nuestro lenguaje”. Esta limitación intelectual era, para Martí, una suerte de tiranía. “Conocer diversas literaturas es el medio mejor de liberarse de la tiranía de alguna de ellas: así como no hay manera de salvarse del riesgo de obedecer ciegamente a un sistema filosófico, sino nutrirse de todos, y ver cómo en todos palpita un mismo espíritu, sujeto a semejantes accidentes, cualesquiera que sean las formas de que la imaginación humana… haya revestido esa fe en lo inmenso y esa ansiedad de salir de sí, y esa noble inconformidad con ser lo que es, que generan todas las escuelas filosóficas”.[8]

Fue en el mismo espíritu de inclusión, apertura, y diversidad que, con los historiadores Ada Ferrer y Lisandro Pérez y el Centro Cultural Cubano de Nueva York, logramos incluir a José Martí en el New York State Writers Hall of Fame, fundado en 2010 para reconocer la rica herencia literaria del estado de Nueva York. Martí se admitió en una cena de gala en el Princeton Club, el 5 de junio de 2018, al lado del compositor Ira Gershwin, el historiador Russell Shorto, el novelista Colson Whitehead, y las escritoras E. L. Konigsburg y Jacqueline Woodson, ambas conocidas por sus libros para niños y jóvenes adultos. Cabe notar que en un lugar tan lingüísticamente diverso como es y ha siempre sido Nueva York, entre los 96 miembros admitidos a este Writers Hall of Fame entre 2010 y 2022, solo cuatro escribieron su obra en otro idioma que el inglés: el premio Nobel Isaac Bashevis Singer, Miguel Piñero, Julia de Burgos, y José Martí.

La placa de la calle 41 no establece ninguna conexión entre Martí y la ciudad donde está. En cambio, los paseantes que se paran para leer la inscripción en la estatua ecuestre que corona la Avenida de las Américas aprenden que Martí “Vivió quince años de su destierro en la ciudad de Nueva York”. La primera versión de la inscripción, propuesta por Nicolás Arroyo, entonces embajador de Cuba en Washington D.C., no mencionó los años que pasó Martí en Nueva York. Cuando se enteró, Gonzalo de Quesada y Miranda, de la Asociación de Antiguos Alumnos del Seminario Martiano, Fragua Martiana, se quejó inmediatamente con Robert Moses, quien aceptó cambiarla.[9]

Cuánto a la señora Huntington, nunca tuvo gran interés en quién era José Martí. Lo que le interesaba era la ubicación central, en el corazón de Manhattan, que sus amigos Nelson Rockefeller y Robert Moses habían designado para una estatua culminante de su “Avenida de las Americas.” La escultora era esposa de uno de los hombres más ricos del mundo, Samuel Huntington que heredó dos fortunas ferrocarrileras inmensas y fundó en 1904 la Hispanic Society of America. Antes de casarse a sus 47 años en 1923, Anna Hyatt se ganaba la vida como artista exitosa, vendiendo sus obras—un logro enorme para una mujer de su época o de cualquier época.

Después de su matrimonio, vivía en medio de un privilegio casi inimaginable. En febrero de 1930, sólo dos meses después del “crac de ’29”, la más terrible caída de la bolsa de valores en la historia de Estados Unidos, estaba viajando por el Caribe con su esposo de siete años en su yate privado, el Queen Anne. Hicieron una vuelta por Cuba, bajándose para pasear en La Habana, Cárdenas, Sagua la Grande y otros lugares. El país le gustó.  Si vio algún que otro monumento a Martí durante su visita, no lo menciona. La historia de Cuba no le interesaba, sólo sus recursos naturales. “[N]early everything can be obtained here. A great variety of vegetables—potatoes maturing in seventy days. And also fruits.” El 6 de febrero, la escultora notó, en su diario del viaje, “I see no reason why this island should not become the playground of our country.”[10]

Sin cualquier necesidad de dinero después de 1923, se complacía creando estatuas de bronce inmensas que daba como regalos (y puso como gastos deducibles en los impuestos de la familia) a ciudades, países e instituciones en todo Estados Unidos y el mundo. Tanto España como Cuba aceptaron estatuas suyas; tanto Francisco Franco como Fulgencio Batista la hicieron ciudadana honoraria de sus respectivos países en símbolo de agradecimiento.

Cuando no estaban en sus haciendas enormes de Connecticut y de South Carolina (ahora Brookgreen Gardens), los Huntington vivían en Nueva York. Sin duda por eso le interesaba sumamente a la señora poner obras suyas en lugares públicos de esta ciudad. En 1915, cuando se inauguró su monumental Jeanne d’Arc en Riverside Drive y W. 93rd, Anna Hyatt fue la primera mujer comisionada para hacer un monumento público que representara a una mujer en Manhattan. Después de su matrimonio, cuando todo—diseño, fundición de la obra, y transporte—era absolutamente gratis para los beneficiarios agradecidos de sus obras, tuvo aún más éxito en situar obras suyas a través de Manhattan. Un mapa hecho por la profesora Anne Higonnet para una exposición del Wallach Gallery de Columbia University incluye sólo las obras de Hyatt instaladas en Nueva York entre 1902 y 1936: en el Bronx Zoo (1906), el Hall of Fame for Great Americans en el Bronx Community College (1927), Audobon Terrace, frente al Hispanic Society of America (varias fechas), la Cathedral of Saint John the Divine (1922), Columbia University (1934), y también en el Metropolitan Museum of Art (varias fechas), el National Academy of Design (1922) y el New York Historical Society (1922).[11] Cuando por fin se inauguró la estatua de Martí en 1965, la señora Huntington sin duda había ubicado muchas obras más en el pasaje urbano de Nueva York.

Desde principios del siglo 20, la comunidad cubana de Nueva York tenía la ambición de alzar una estatua de Martí. Según el New York Times, uno de los proyectos iniciales era ponerla en un triángulo entre la calle 156 y Riverside Drive, donde en 1923 se festejaron los veinte años de la independencia de Cuba en presencia de un cuerpo de Marinos cubanos del barco de guerra Cuba que pasaba por Nueva York. La idea era que “The statue will be a gift to the city of New York” —regalado por la comunidad cubana de la ciudad.[12]

Treinta años después, la preferencia de Anna Hyatt Huntington hubiera sido regalar su estatua de Martí a la República de Cuba, para que ésta después la regalara a la Ciudad de Nueva York. Pero sus contadores y abogados le informaron que así no podría deducir el gasto de los impuestos. El gobierno de Bautista pagó la construcción del pedestal donde la estatua se iba a inaugurar en 1959, pero quedó vacío durante casi siete años. Cuando por fin se inauguró la estatua el 19 de mayo de 1965, era un regalo personal de Anna Hyatt Huntington, y por su generosidad la viuda de 89 años recibió un medallón de honor de la ciudad.

Últimamente en Estados Unidos se habla mucho de los monumentos, y de cómo hay que cambiarlos, renovarlos. Martí también pensaba mucho en eso, en lo que decían nuestros monumentos de nuestros valores históricos. En una visita relámpago a Nueva Orleans en agosto de 1893 apuntó rápidamente sus impresiones, incluso de una estatua que “es de Lee”, notó.[13] En mayo de 2017, esa misma estatua del general Confederado Robert E. Lee, gran defensor de la esclavitud, fue desmontada de la columna alta donde Martí la vio. Desde entonces, lo mismo ha pasado con muchas estatuas de Lee y de otros Confederados.

El Monument Lab, situado en Philadelphia, publicó en 2021 un National Monument Audit de todos los monumentos públicos de Estados Unidos, con una lista de los cincuenta individuos más monumentalizados del país.[14] El número uno es Abraham Lincoln, con 193 monumentos. El 20 es William Shakespeare (24 monumentos). Y el 21 es José Martí, con 23 monumentos públicos en Estados Unidos. A pesar de estos muchos monumentos erigidos por comunidades cubanas y latinoamericanas para conmemorar a Martí y enseñar a sus hijos y vecinos quién era, los que prepararon el Audit no sabían, como atestigua la foto que incluyeron al lado del número 21: la del General José Francisco Martí y Zayas Bazán en uniforme, tomado en Washington D.C. en 1917, 22 años después de la muerte de su padre.  A fines de 2023, por fin corrigieron el error en el sitio digital, pero persiste en el documento impreso que se puede bajar como .pdf del sitio. Los del Monument Lab no han sido los únicos. He observado ese mismo error ya varias veces: en un video del American Museum of Natural History, en el sitio de la revista Lapham’s Quarterly, en el documental Manifest Destiny de 2011, etc.

“Siempre han cambiado los monumentos”, dice el National Monument Audit con razón, pero a veces no cambian muy rápidamente. Más de un siglo después de la instalación de la Jeanne d’Arc de Anna Hyatt en Riverside Drive, se han instalado sólo cuatro estatuas públicas más en Nueva York de mujeres históricas y no meramente alegóricas. Pero puede que este sea el momento propicio. A una cuadra de Washington Square, se acaba de inaugurar un memorial extraordinario en la fachada de un edificio en la esquina de Green Street y Washington Place, donde en 1911 tuvo lugar el terrible incendio de la fábrica de camisas Triangle Shirtwaist Co.[15]

El memorial nuevo lleva los nombres de todas las 146 víctimas, la mayoría (129) mujeres jóvenes, algunas de 15 ó 16 años. También hubo víctimas de 38 ó 40 años, y quién sabe si alguna que otra de ellas se haya cruzado con Martí en las calles de Manhattan.  Las inscripciones del memorial están en los idiomas que hablaron las que murieron: inglés, italiano y yiddish. El diseño ingenioso se hizo en colaboración con comunidades italianas y judías de Nueva York y con los descendientes de las familias que perdieron gente en el incendio. El memorial conmemora un desastre, sí, pero también conmemora a las comunidades que sobrevivieron al desastre.

Es posible imaginar algo parecido en Front Street: un monumento que no sólo conmemore la presencia de Martí, sino de toda la comunidad hispana en sus alrededores. “Con todos y para el bien de todos”, decía, y el monumento que hace falta podría evocar el mundo hispano neoyorquino de su tiempo, con sus librarías, prensas, revistas, periódicos, escuelas, fábricas de tabacos, hoteles, libros, artistas, actores, profesores y músicos, así como sus aspiraciones y sus contribuciones. Esta comunidad se ha documentado en recientes proyectos importantes, como el sitio www.c19latinonyc.com de Kelly Kreitz, dedicado a “Recovering New York City’s 19th-century Spanish-Language Press”. Se ha retratado en libros como Sugar, Cigars and Revolution: The Making of Cuban New York (2018), de Lisandro Pérez, ganador del Herbert H. Lehman Prize for Distinguished Scholarship on New York City History, y Racial Migrations: New York City and the Revolutionary Politics of the Spanish Caribbean, de Jesse Hoffnung-Garskoff (2019), enfocado en el grupo de afrocaribeños destacados, entre ellos Rafael Serra y Sotero Figueroa, que fundaron La Liga de Instrucción en un edificio de Greenwich Village (ahora un Dunkin Donuts) donde Martí dio clases de noche.

Como bien sabía Carlos Ripoll, a Nueva York le hace falta un monumento que atestigüe que las raíces de su gran comunidad hispana son largas y profundas. Existe, por supuesto, la Avenue of the Americas, proyecto clave del panamericanismo de Nelson Rockefeller, con sus muchas estatuas de próceres latinoamericanos, muy queridas por las comunidades neoyorquinas originarias de los países asociados con estos líderes. Pero la Avenue of the Americas era y es un proyecto diplomático, de relaciones exteriores, como atestiguan los medallones recién renovados, con los escudos de todos los países del hemisferio que cuelgan de sus faroles.[16]  A pesar de su inscripción, la estatua de Martí que corona la Avenida también lo retrata como extranjero, con una planta tropical a los pies de su caballo—este caballo que era, en realidad, para Anna Hyatt Huntington, la parte más interesante de su obra.

Front Street, donde tanta gente de la comunidad hispana de Nueva York ha pasado y dejado su huella, debe ser reconocida. Allí, en el cuarto piso de un edificio desaparecido hace mucho tiempo, se albergaba el pequeño despacho lleno de libros de un señor muy querido y significativo de esa comunidad. Front Street, calle emblemática, bien podría ser el lugar indicado para ese monumento necesario.

  • [1] “El neoyorquino,” De todas partes: perfiles de José Martí. Pedro Pablo Rodríguez (Centro de Estudios Martianos, 2012), 55.
  • [2] Ripoll, “Salvación,” en Nueva York: forja de la patria de José Martí (Editorial Dos Ríos, 2010), 113-122.
  • [3] “La oficina de Martí en New York,” Revista de Cayo Hueso, Num. 6, septiembre 26 de 1897, 7.
  • [4] José Martí, Obras completas (Editorial Ciencias Sociales, 1972), Vol 21: 277.
  • [5] Ulf Hard af Segerstadt, Herman Norrman ( Norstedt, 1948), 109.
  • [6] Citado de un texto de Tedín en el Homenaje a Martí de Revista Cubana XXIX (Julio 1951-Diciembre 1952); Ripoll, Nueva York (op. cit), 101.
  • [7]Jerold S. Kayden, “88 Pine Street,” Privately-Owned Public Space in New York City. https://apops.mas.org/pops/m010010/
  • [8] “Oscar Wilde,” Obras completes edición crítica (Centro de Estudios Martianos, 2004) 9: 234. Salió en La Opinión Nacional (Caracas) el 11 de febrero 1882, y después en La América (Madrid), el 8 de noviembre, y La Nación (Buenos Aires), el 10 de diciembre del mismo año (OCEC 9: 247). La primera traducción al inglés salió en The America of José Martí: Selected Writings of José Martí, ed. Federico de Onis, trans. Juan de Onis (Noonday Press, 1953).
  • [9] Robert Moses to Gonzalo Quesada de Miranda, August 26, 1958. Box 48, New York Department of Parks Folder, Anna Hyatt Huntington Papers, University of Syracuse Special Collections.
  • [10] “Journal of 1930 sailing trip aboard the Queen Anne, Oversize 5, Anna Hyatt Huntington Papers.
  • [11] Ver Stephanie Strasnick, “The Most Famous New York Sculptor You’ve Never Heard Of,” Artnews.com, January 21, 2014. https://www.artnews.com/art-news/news/celebrating-anna-hyatt-huntington-2371/
  • [12] “Cubans Celebrate Independence Day.” New York Times, May 21, 1923.
  • [13] “Un cubano en New Orleans,” Patria, 8 de mayo de 1893. OC 4: 439.
  • [14] Disponible en monumentlab.com/audit
  • [15] Ver rememberthetrianglefire.org/memorial
  • [16] Ximena Hidalgo Ayala, “Culmina restauración de escudos americanos en la Sexta Avenida,” Impactolatino.com, noviembre 16, 2023. https://impactolatino.com/culmina-restauracion-de-escudos-americanos-en-la-sexta-avenida/

 


  • Esther Allen (Auburn, California, 1962).
  • Admirable estudiosa de José Martí, cuyos libros y artículos han sido esenciales para dar a conocer la vida y obra del Apóstol entre el público angloparlante.
  • Es profesora de los programas doctorales en francés y culturas latinoamericanas e ibéricas del Graduate Center y Baruch College de la City University of New York.
  • Ha recibido reconocimientos de la National Endowment, el Cullman Center y la Guggenheim Foundation, y ha sido galardonada por el gobierno francés con la Orden de las Artes y las Letras.
  • Además de numerosos artículos sobre Martí, es autora del volumen,
    José Martí: Selected Writings, considerado una de las mejores antologías martianas en inglés.
  • Recién acaba de terminar una biografía del Apóstol cubano, de próxima aparición.

 

 

 

 

 

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