La unidad debe ser en la verdad

Yoandy Izquierdo Toledo

Jueves de Yoandy

Durante muchos años, alardear de la unidad de los cubanos ha sido un fuerte de la “Revolución”. En este caso la unidad se refiere a la masificación o colectivización de una idea, no solo que prima sobre las demás, sino que anula la diversidad y excluye otras que no son afines. Unidad no es uniformidad y hay que seguir aclarándolo en Cuba y aprendiendo a construir otro tipo de unidad sobre los firmes cimientos de la verdad y la diversidad.

Si analizamos el significado de unidad podemos decir que es la propiedad de todo ser que le impide dividirse o separarse sin que su esencia se altere o se destruya. Justo sucede todo lo contrario en un país como Cuba donde, para mantener la supuesta unidad se modifica la esencia de la convivencia personal intentando destruir la policromía de la vida, pasando todo por un estrecho tamiz de un solo color. En nombre de la unidad, que es un arma para adoctrinar y un escudo para neutralizar cualquier iniciativa privada que se “escape” del guión oficial, se va dejando al borde del camino lo mejor de la esencia de un pueblo que es, precisamente, la riqueza de la diversidad.

Ni todos los criterios de una pareja, ni de una familia, ni de un pueblo, son los mismos, ni su pensamiento es de un solo color, ni el pensamiento colectivo puede ser considerado como un monolito. Es la búsqueda de consensos la que puede ocasionar que no se pierda la esencia individual y colectiva. Pero esto es muy diferente a que, en nombre de una supuesta unidad, se destruyan los verdaderos principios de la democracia, la participación ciudadana, las libertades fundamentales como son, entre otras, la libertad de expresión, de reunión y de asociación. La mencionada combinación de unidad en la diversidad sigue siendo la fórmula indispensable para evitar la confrontación entre los diferentes hijos y grupos de la nación cubana, porque con respeto, espíritu pacífico, inclusión y búsqueda de mínimos consensuados, ningún grupo y ninguna persona pierde su dignidad ni la esencia de su vocación a la convivencia. Así puede aportar más a la construcción de una fraternidad universal.

Otra acepción de unidad establece esta como el valor humano de mantenerse unido y cercano a las demás personas. Cuando el “alma desmigajada de la nación” se dispersa por las diferentes geografías a consecuencia, entre otras muchas, de esa propia uniformidad impuesta que no es unidad verdadera, sí se está desintegrando un ethos nacional que tiene una matriz y un devenir común, unas raíces que nos unen y un ideal de libertad para vivir y desarrollarnos en el mismo suelo que nos vio nacer. El bien personal y el bien de todos necesita de esa unidad que no tiene apellidos ideológicos, ni condicionamientos políticos.

La unidad como valor se relaciona con la armonía, la buena voluntad, la paz, la concordia, la comprensión mutua. Estas prácticas no solo son útiles y necesarias en el plano personal, sino que deben ser compartidas en los ambientes familiares y de trabajo, en grupos más pequeños y en la sociedad civil como conjunto de organizaciones intermedias.

En función de esgrimir la muchas veces malinterpretada unidad, no se puede tener miedo al disenso y a la exposición de ideas o proyectos que parezcan, en un principio, descabellados; pero que después justamente pueden contribuir a la generación de un clima de pluralidad de ideas y opciones para el bien de todos los cubanos.

En tercer lugar, la unidad puede ser entendida como cierta homogeneidad que otorga identidad a las cosas. Así como las cosas se agrupan de acuerdo a características semejantes para su clasificación en una categoría determinada, sin embargo, cuando se trata de la persona humana existen ciertas características, comportamientos e ideales que dan unidad y pueden definir un rasgo identitario. Por ejemplo, cuando decimos que los cubanos somos hospitalarios y alegres en su mayoría, nos referimos a un criterio de unidad; o cuando decimos que los cubanos somos por naturaleza emprendedores, es un rasgo que unifica; o cuando se habla de la resiliencia de un pueblo para sobreponerse a los efectos de un sistema totalitario, mantener la sonrisa a pesar del temporal y seguir creando para el bien de sus hijos y de la patria, también estamos abordando un punto en común, un rasgo de unidad.

Alcanzar la unidad es un requisito necesario para lograr muchas metas colectivas. Debemos desterrar de nuestro pensamiento esa asociación que, inevitablemente, por las experiencias de vida, nos vienen a la mente, y que nos inducen a hacer entre la unidad y la política, la unidad como criterio cerrado, uniformado y militar. Unidad como estrategia defensiva, atrincheramiento, unidad forzada, unidad falsa porque no es espontánea, no es verdadera unidad.

El día que la unidad deje de ser uno cliché o una mera palabra o una consigna política, le daremos más importancia a esta propiedad de la persona o el grupo, a este valor humano y a este ingrediente que da identidad a la comunidad, pero que conserva la riqueza de su diversidad.

Que nos una la esperanza de una Cuba mejor, que nos unan las ganas de hacer entre todos, respetando la pluralidad de opciones, para que todo no se quede solo en la esperanza, y que nos una la verdad por sobre todas las cosas. Porque la verdad nos hará libres. Y un pueblo libre sabrá valorar más la unidad en la diversidad de pensamiento que, como expresó el más universal de los cubanos, José Martí, “… de ningún modo quiere decir la servidumbre de la opinión, es sin duda condición indispensable del éxito de todo programa político”. Cuba necesita unificar propuestas para llegar al cambio político esperado.

 

 

 

 


Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.

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