Jueves de Yoandy
El próximo 13 de enero, como cada año, se celebra el Día Mundial de la lucha contra la depresión. El objetivo de esta jornada de celebración es concientizar a la población mundial sobre los efectos de esta patología, dada su creciente incidencia afectando aproximadamente a 280 millones de personas alrededor del mundo. Estas cifras deben ser muy conservadoras porque con tan solo incluir a los cubanos aumentaría considerablemente. Y es que al ser un trastorno asociado no solo a factores psicológicos y biológicos, sino también en interacción con factores sociales, aumenta la probabilidad de que, por las circunstancias en las que vivimos, nos encontremos frecuentemente con personas deprimidas.
Los especialistas establecen diferentes tipos de depresión, desde un trastorno bipolar, depresión con síntomas de psicosis, depresiones mayores, hasta trastornos adaptativos que conducen a estados depresivos prolongados. Yo creo que si hacemos un sondeo en la población, esta última clasificación aplica, desgraciadamente, a muchos cubanos que viven en la zozobra del día a día esperando un mañana mejor. Esto es lo que llamamos morir cada día inmersos en la cotidianidad que absorbe, destruye la creatividad y limita los sueños, si no somos capaces de “bailar bajo la lluvia” de problemas que se nos avecinan.
Resulta bastante difícil entender, y eso también podría ser considerado otro trastorno, que la realidad mediática refleje un país que avanza, solucionador de todos los problemas del pueblo, solidario con los países hermanos, defensor de los derechos y cumplidor de sus deberes como Estado “democrático”, mientras el receptor que es el ciudadano común es capaz de censar una situación al límite, que nada tiene que ver con “el país de las maravillas” que sale en la televisión. Esa no es la única, pero la situación del país es, sin dudas, una de las principales causas del estilo de vida agitado, amargado, preocupado y deprimido del cubano. El daño repercute en las relaciones humanas, en el seno de la familia, con los amigos, en el ámbito laboral y, por supuesto, genera ciudadanos apáticos con escasa participación en el debate público. La frase más común: “¿para qué? si ellos no se enteran”.
La depresión social, a la vez que está asociada a eventos estresantes (que abundan y hacen llover sobre lo mojado) también tiene su génesis en situaciones traumáticas de la vida como el acceso limitado a los recursos básicos de vivienda, salud y alimentación (archiconocidos problemas de Cuba).
La falta de apoyo social, al tratar esta patología como un trastorno más bien personal que de responsabilidad colectiva, enmascara parte del origen y, por tanto, podría evitar encontrar la solución. Este tipo de depresión es inducido por una situación de la que es responsable el Estado al no velar por el bien común del ciudadano que es el soberano y no fomentar un verdadero Estado de Derecho donde pueden aparecer otros problemas, pero no la depresión excesiva como reacción inmediata y directa a las políticas públicas que exprimen cada vez más el cuerpo social.
Basta salir a la calle y dialogar con los amigos, los vecinos, los compañeros de trabajo para sentir que el pueblo cubano vive sumido en la depresión. Tener las mentes ocupadas en qué poner en la mesa para alimentar a los que dependen de uno, o alimentarse uno mismo, puede ser un mecanismo de control por parte del Estado. La vorágine de estas acciones cotidianas puede hacer que la persona caiga en la espiral de la inmediatez y, quedándose en ese primer círculo de problemas personales, esté impedido de ver más allá de su estado propio. Pensar en otros asuntos trascendentales como la democracia, el progreso y hacer un análisis exhaustivo de la realidad, que no es un rosario de quejas y ejemplos específicos, sino problemas concretos por sectores, ayudaría a entender que, aquellos primeros problemas personales, los que nos agobian y ciegan porque, obviamente, son asuntos de supervivencia, y están supeditados a esos que no nos detenemos a pensar. Esa es la idea, es toda una estrategia de manipulación social: si estás deprimido por el pan diario, cómo será posible que pienses en sociedad civil, políticas públicas y derechos ciudadanos.
Pues ahí creo que está la clave. Debemos ser conscientes de nuestros problemas inmediatos porque de lo contrario estaríamos inmersos en la enajenación que tampoco es saludable. Pero no debemos agregar a la depresión esa anomia social que inmoviliza, frena toda iniciativa para salir del bache y limita la generación de propuestas que, precisamente, hagan salir de la depresión no solo personal, sino nacional.
Escribiendo este texto me han venido a la mente muchos momentos y muchas personas relacionadas con la depresión. Algunas personas que la han padecido, otras que han sido la causa y otras tantas que no se han dado cuenta que la sufren o que la propician. Sin embargo, no debemos confundir depresión con los “tantos palos que te dio la vida” porque aun así, parafraseando al poeta, “debemos seguir dándole a la vida sueños”. No sé por qué, porque nada tiene que ver con la depresión, o sí lo sé, porque es una persona resiliente, un hombre equilibrado, un guerrero incansable, hoy he recordado al amigo pintor Pedro Pablo Oliva. Ha venido a mi mente por dos razones: una, como él dice y te recibe en la puerta de su casa-taller, “a pesar del estrés, el “escuatro” y el “escinco”, prohibido terminantemente dejar de soñar”; y dos, porque en su serie “Utopías y Disidencias”, a través de las extrañas divagaciones de Utopito, nos muestra un personaje que compartimos todos en algún momento de nuestras vidas. Hoy repetimos el diálogo de la obra que ilustra esta columna:
– “¿Oyes algo, Uto?
– Mucho, mucho, pero no veo el camino”.
Desterremos la depresión, saquemos fuera los fantasmas de la utopía para enfrentar esta realidad difícil y cambiante, de la que solo saldremos si somos capaces de dar el salto de la depresión a la esperanza, de la desidia a la participación comprometida y consciente y de la queja a la propuesta. Que la depresión social no sea la causa del hundimiento de nuestras vidas, sino el muelle de la resiliencia para saltar hacia un estado de paz interior y fe en el cambio, que viene de nosotros mismos, a pesar del vendaval. ¡Que así sea!
Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.