Jueves, 7 de septiembre de 2023
“¡Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba! ¡Dios te salve, María, llena de gracia! Tú eres la Hija amada del Padre, la Madre de Cristo, nuestro Dios, el Templo vivo del Espíritu Santo”.
Queridos Hermanos y Hermanas,
Con dichas palabras, hace 25 años, San Juan Pablo II concluyó su homilía en Santiago de Cuba. Durante aquel inolvidable encuentro, Su Santidad coronó la milagrosa imagen de Nuestra Señora de la Caridad, proclamándola oficialmente Reina y Madre de todos los cubanos. Este título, con el que vuestros antepasados durante años inmemorables aclamaron a la Virgen de la Caridad de Cobre, fue solemnemente reafirmado por el sucesor del Apóstol Pedro. Lo hicieron posteriormente también los otros Papas: Benedicto XVI y Francisco. Siguiendo el ejemplo de cientos y miles de peregrinos, al visitar Cuba rindieron homenaje en el hermoso santuario de la Virgen que durante siglos cuida de todos los habitantes de nuestra querida Isla. De esta manera, los tres Papas nos dieron un signo fuerte de a quién debemos dirigir nuestras oraciones y súplicas, a quién acudir, a quién pedir ayuda. Siguiendo sus pasos, nosotros también venimos por la noche a esta iglesia parroquial, que mañana será oficialmente proclamada santuario diocesano, para presentarnos humildemente ante nuestra Madre más excelsa en la víspera de su solemnidad. Queremos invitarla de nuevo a nuestras vidas y a nuestros corazones. Como Santa Isabel, deseamos orar desde lo más profundo de nuestra ánima: “Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre”.
Recordando la visita de María a Sacarías e Isabel, San Juan Pablo II dijo en la homilía anteriormente mencionada: “Has venido a visitar nuestro pueblo y has querido quedarte con nosotros como Madre y Señora de Cuba, a lo largo de su peregrinar por los caminos de la historia. Tu nombre y tu imagen están esculpidos en la mente y en el corazón de todos los cubanos, dentro y fuera de la Patria, como signo de esperanza y centro de comunión fraterna”. Hace cien años, la Virgen de la Caridad quiso convertirse en un signo de esperanza también para los pinareños. Llegó aquí en esta hermosa réplica de la milagrosa figura, tan maravillosamente restaurada y adornada, que nos mira desde lo alto del altar. A este lindo templo, ubicado casi en el centro de la ciudad, Mons. Manuel Ruiz y Rodríguez, obispo de Pinar del Río durante muchos años, invitó a María exactamente hace un siglo, y el 7 de septiembre de 1923 consagró esta iglesia. Se podría decir que Mons. Manuel de alguna manera está presente entre nosotros también hoy. Es su cruz pectoral, el símbolo de la victoria a pesar del dolor y el sufrimiento, lo que sostiene en la mano derecha la Virgen María. Creemos que en los acontecimientos que estamos viviendo en los días jubilares, a través del misterio de la comunión de los santos, también nos acompaña Padre Cayetano Martínez Sánchez, tan vinculado a este lugar desde el día de su primera misa. Dichos sacerdotes, tan destacados para la diócesis y la ciudad de Pinar del Río, son solo un ejemplo entre cientos y miles de fieles que han rezado fervientemente en esta iglesia durante los últimos cien años. Con certeza, entre ellos también estaban vuestros padres, abuelos, amigos y vecinos. Hoy nos unimos a esta multitud centenaria.
Todos deseamos rendir homenaje a la Madre del Salvador. Ella es, de hecho, la verdadera “Mater Charitatis“, es decir, “Madre de la Caridad”, como reza la inscripción sobre la puerta de entrada de este templo. Y, como una Madre llena de amor misericordioso, nos acoge a todos. Nos acoge a nosotros, que venimos con varias debilidades, pecados, dificultades y problemas; con el equipaje de nuestras experiencias de vida, preocupados por lo cotidiano y un futuro incierto. De esta manera, la Bienaventurada Virgen imita perfectamente a su Hijo, quien también supo inclinarse hacia los pecadores, “la gente de mala reputación”; quien llamó a un recaudador de impuestos, una persona acusada por los judíos de colaborar con el régimen imperante, para ser parte de su círculo íntimo de los doce Discípulos. Es muy significativo, que la imagen de la Virgen de la Caridad sostiene al Niño Jesús en sus brazos. Mostrando a su Hijo, María repite, en cierto sentido, Sus palabras de la lectura del Evangelio que acabamos de escuchar: “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos”. Y quizás es por eso que buscamos consuelo, apoyo y fuerza en los brazos de nuestra Madre Celestial. Es a Ella a quien le pedimos la gracia del arrepentimiento, liberación del pecado y adicciones; oramos por la valentía para reconciliarnos con un vecino enemistado, la fortaleza para admitir nuestros errores, la perseverancia para cambiar nuestras vidas para mejor, y un futuro feliz para nuestros hijos y nietos que se aventuran hacia lo desconocido. La Madre de Dios siempre señala a Jesucristo y nos dice que Él es el médico de todos aquellos que están enfermos. Probablemente por eso que en el frontón de esta iglesia se coloca la inscripción en latín: “Arse verse“, que se traduce literalmente como “¡Aléjate Fuego!”. En su sentido alegórico, estas palabras expresan algo mucho más profundo. Es una súplica, una oración por la protección de nuestra alma contra el fuego del pecado, contra el poder destructivo del mal, contra la pérdida de nuestra humanidad. La Bienaventurada es el mejor ejemplo de que nuestra vida puede ser santa, buena y valiosa si la vivimos con Cristo, si depositamos nuestra confianza en Él. La Madre de Dios nos enseña que cada tormenta pasa, que cada huracán se calma, que después de cada Viernes Santo viene el Domingo de Resurrección. Al igual que una vez ayudó a los Tres Juanes durante la tormenta en la bahía de Nipe, Ella está siempre lista para venir en nuestra ayuda cuando estamos perdidos en la rutina, desprovistos de esperanza y sumidos en la desesperación.
La Virgen de la Caridad es aquella que nos acoge a todos. A todo lo largo y ancho de Cuba encontramos sus cuadros y esculturas. Casi todos nosotros tenemos su imagen en casa, en la cartera o en un collar.
Y quizás no sea una coincidencia que en la catedral de la lejana Bayamo, en la provincia de Granma, haya una escultura que representa a la Virgen de la Caridad de Cobre, que probablemente proviene del mismo taller artístico que la de Pinar del Río. Sí, la Madre de Dios une en lugar de separar, invita en lugar de rechazar, abraza en lugar de empujar. Para cada uno de nosotros, sigue siendo madre, en cuyos brazos encontramos paz en medio de una realidad incierta. Por eso le damos gracias por su presencia entre nosotros. Le agradecemos que durante 100 años también nos ha acogido en esta iglesia, que desde el altar mira a todo Pinar del Río y constantemente señala a Aquél que es nuestro camino, verdad y vida: Jesucristo, su Hijo. En este último día de la novena antes de la solemnidad de mañana, desde Pinar del Río hasta Bayamo, desde La Habana hasta Santiago de Cuba, desde Matanzas hasta Camagüey, elevamos hacia el Cielo nuestro himno de alabanza por la presencia de la Virgen de la Caridad en nuestra vida privada, familiar, social y nacional. Especialmente cuando nos resulta difícil, mal y pesado, cuando las preocupaciones cotidianas y las inquietudes nos agobian, cuando es difícil encontrar la luz de la esperanza para el futuro, clamamos con San Juan Pablo II: “¡Madre de la reconciliación! Reúne a tu pueblo disperso por el mundo. Haz de la nación cubana un hogar de hermanos y hermanas para que este pueblo abra de par en par su mente, su corazón y su vida a Cristo, único Salvador y Redentor, que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén”.
- Mons. Przemystaw August Lewiński.
- Primer Secretario
- Nunciatura Apostólica en Cuba.