Escuchamos, cada vez con más frecuencia: “es que pasa el tiempo y aquí no cambia nada”. También escuchamos “yo tengo una sola vida y para mí el tiempo se acaba”. Y otros dicen: “es que se me acaba el tiempo de esperar por un cambio, yo me voy”.
Hoy quisiera reflexionar sobre la libertad humana y la libertad de Cuba en relación con el tiempo. Pudiera parecer una reflexión filosófica alejada de la realidad que vivimos. Creo que, si profundizamos, esta puede ser una de las claves más prácticas y cotidianas de nuestra vida personal y nacional.
La libertad
La libertad es al mismo tiempo esencia y anhelo, don y tarea. Nadie en la plenitud de sus facultades quiere ser esclavo. Toda persona necesita aires de libertad sin libertinaje. Sin un hábitat de libertad la persona humana se asfixia, fenece, se daña por dentro, es reprimida por fuera. Dios nos creó libres, porque nos creó a “su imagen y semejanza”. Dios es libre. Aún más Dios es la Libertad. Todo hombre y mujer está llamado a vivir “la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Romanos 8,21).
José Martí dijo sobre la libertad:
“Como el hueso al cuerpo humano, y el eje a una rueda, y el ala a un pájaro, y el aire al ala, así es la libertad la esencia de la vida. Cuanto sin ella se hace es imperfecto” (O.C. Tomo 9, p. 451).
Martí no niega el cuerpo, pero el cuerpo sin “hueso” no se sostiene ni se yergue. No niega la rueda, pero una rueda sin “eje” no tiene dirección ni sentido. No niega la posibilidad de la vida, pero dice que la libertad es su “esencia”.
Si aplicamos a la vida de los cubanos que vivimos en esta Isla este pensamiento martiano, de honda inspiración cristiana, podemos decir que nuestra vida cotidiana está “invertebrada”, sin “hueso”, sin sostén. Podemos decir, siguiendo a Martí, que la vida de los cubanos hoy sin un eje, sin un proyecto de vida, va dando tumbos, sin rumbo y sin estabilidad. Parafraseando al Apóstol de nuestra Independencia podemos afirmar que la vida de los cubanos hoy, en esta Isla sin ala y sin aire, es una vida que no puede levantar el vuelo, que se asfixia por la falta de libertad.
La vida de la nación cubana va a la deriva, sin velas ni aires de libertad, va sin visión, sin horizonte creíble y posible, va sin lógica ni sentido. Esto lo podemos comprobar todos los días. Esta es la esencia de la desgracia de nuestra vida actual. Todo lo demás que falta, que se nos quita, que se nos reprime, que no alcanzamos, tiene una “causa primera”, una raíz, un origen, que causa todo lo que sufrimos: la falta de libertad.
Por eso todo sale mal. Por eso empeoramos, por eso malvivimos. Porque “cuanto sin ella se hace es imperfecto”. Esta es la principal causa del daño antropológico causado por el totalitarismo en Cuba. Y, debemos decirlo, una y otra vez, nos referimos a la libertad inseparablemente unida a la responsabilidad, no al libertinaje salvaje.
El tiempo
La otra variable es el tiempo. Me refiero al tiempo de la vida humana que es finito, irrefrenable, único. El tiempo de la vida tiene el valor de la misma vida. El tiempo es la oportunidad única e irrepetible que nos regala Dios por medio de nuestros padres para ser libres y responsables, para amar y ser amado, para crecer y desarrollarnos “de condiciones menos humanas a condiciones más humanas” (San Pablo VI. P.P. 20).
A cada persona se nos ha dado un tiempo de vida limitado y sagrado. Es decir, inviolable e irremplazable. Por eso, hacerle perder el tiempo de vida a los demás es un crimen. Quienes imponen sus planes y proyectos, su ideología y su poder, sin importarle el tiempo de vida de cada cubano gastado, oprimido, quitándoles el hueso, el eje, el ala, el aire y la esencia, está violando la dignidad de todo ser humano, sus derechos, su único tiempo de vida. Es lo peor que puede pasarle a un pueblo y a una persona.
El pueblo cubano no puede, no debe tener que malgastar su tiempo y toda su vida en un proyecto sin presente y sin futuro. Todos los servidores públicos, en todos los países libres, se les permite un tiempo limitado: cuatro, cinco o seis años, en algunos lugares reelegibles. Eso no es solo por la alternancia en el poder, que es intrínseca a las democracias. Es, sobre todo, porque el tiempo de los ciudadanos debe ser respetado. Nadie debería disponer de “toda la vida”, propia y ajena, para hacer experimentos con humanos. Los experimentos económicos, políticos y sociales tienen que respetar la vida de los ciudadanos. Por eso su tiempo es y debe ser muy limitado. El fracaso no puede ser ilimitado en el tiempo. No se puede ir de fracaso en fracaso sin importar la vida de cada cubano.
La libertad llegará inexorablemente
Nada de lo constatado antes en esta columna debe llevarnos al desánimo ni a la huida. Emigrar es un derecho humano. Lo respetamos. No obstante, creo que es necesario también decir que si la libertad es parte de la esencia del ser humano. Nada ni nadie podrá destruir completamente esa esencia. Ningún experimento, ninguna ideología, ningún sistema económico o político podrá subsistir para siempre.
Por tanto, se trata de tener la convicción profunda y perseverante de que la libertad llegará a la sociedad cubana inexorablemente. Y la primerísima razón de que llegará sin dudas es que no tiene que venir de fuera, está dentro de nosotros mismos, como esencia, eje, ala y aire de nuestra naturaleza humana. Por eso, se trata de crear conciencia recta, verdadera y cierta, de que toda persona lleva dentro de sí la libertad, aunque las libertades cívicas y políticas, económicas, sociales, culturales y religiosas sean reprimidas, incluso suprimidas.
Siempre, tarde o temprano, aquí y en cualquier lugar del mundo, la libertad interior de cada ciudadano triunfará. La historia de la humanidad nos indica, con sus luces y sus sombras, con sus vueltas y revueltas, con sus giros y regresiones, que al final la libertad saldrá del hondón de la naturaleza humana y desatará todas y cada una de las cadenas que la atan.
Es necesario, sin embargo, decir que si la libertad está intrínsecamente unida a la responsabilidad, entonces, acelerar la llegada de la libertad depende del ejercicio de la responsabilidad ciudadana de cada cubano. Al releer las breves frases del comienzo de esta columna podemos constatar que en todas hay una postura común: esperar a que los demás conquisten la libertad. Esperar que la libertad venga sola. Eso es lo contrario de la responsabilidad. No se trata de organizar nada, ni siquiera de hacer cosas extraordinarias. Se trata de ejercer siempre y en todas partes la gloriosa libertad de cada persona que es hueso, eje, viento y ala de nuestra naturaleza humana. Estoy convencido que eso aceleraría la llegada de la libertad porque saca a la luz de cada día, en cada cubano, lo que el mismo Martí llamó: “el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre.”
El tiempo depende de nosotros. Pero la última palabra será de la libertad y la responsabilidad.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
- Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
- Ingeniero agrónomo. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
- Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
- Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2007.
- Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
- Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
- Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
- Reside en Pinar del Río.