No se puede hablar de medios de comunicación sin tener en cuenta los principios deontológicos que rigen su trabajo.
Esos elementos de la moral aplicados al campo de la comunicación permiten tomar decisiones apropiadas en el ejercicio profesional, primordiales en cualquier circunstancia.
El propósito principal de los medios de comunicación es precisamente comunicar con objetividad, informar, educar, entretener, formar, opinar, enseñar, controlar, etc.
Desde el año 1946, la Organización de Naciones Unidas (ONU) declaró a la libertad de información como un derecho humano fundamental, pero esta conlleva la obligación moral de investigar los hechos sin prejuicios y difundir la información sin malicia de ningún tipo.
Toda información, si es objetiva, tiene su fundamento en la moral y ese aspecto debe ser respetado y nunca transgredido. La ética ayuda a reflexionar sobre las acciones, si son o no correctas. La libertad de expresión tiene que cumplirse con responsabilidad y honestidad. Los voceros de información tienen que reconocer que la ética tiene diversos puntos de vista según el medio en que se comunique.
Por ende, toda investigación debe realizarse de acuerdo con principios éticos básicos como el respeto por las personas, el bien común y la justicia.
Desde el momento en que se selecciona un hecho, se contextualiza, se interpreta y se aborda una información, todo ese proceso pasa, en primer lugar, por el bagaje ético que poseamos. No existe la calidad profesional sin la ética.
Lamentablemente, en los últimos años, como consecuencia del contexto político y social, hemos sido testigos en nuestros medios de comunicación y, sobre todo en la televisión, de faltas a la ética. Noticias en las que los hechos no son expuestos íntegramente, solo con voz a una parte de los implicados en los acontecimientos, linchamientos mediáticos y cero oportunidades de réplica, por solo citar algunos.
Si años atrás, el acceso a la información era demasiado escaso, la llegada del internet a través de puntos wifi y sobre todo de datos móviles dio al cubano la oportunidad de acceder a otras fuentes de información, distanciados de los medios estatales y sus miradas oficialistas.
Por eso se hace hoy más difícil para esos medios separar sus agendas mediáticas de la agenda pública o influir como antes en la sociedad que ahora aprendió a contrastar la información y a no quedarse con una sola versión parcializada de los hechos.
Y es que la dimensión ética de la comunicación no es un asunto que pertenezca solo a los medios. Involucra también a la sociedad como receptora y como protagonista de los acontecimientos que se narran.
El respeto por el código deontológico aumenta el prestigio de la profesión y de aquel que la ejerce por parte de la ciudadanía.
Hay códigos, convenciones, recomendaciones, manuales de estilo, declaraciones y manifiestos que regulan la actividad periodística, pero por el espíritu de imparcialidad, el periodista está obligado a presentar las noticias e informaciones sin prejuicio ni tendenciosidad; a dar la oportunidad de defenderse o replicar a las personas involucradas en alguna crítica, a no inclinarse por una u otra opinión, tendencia o corriente política; a dejar que el público formule sus propios juicios de valor; a no alentar nunca a la discriminación y marginación social, racial, política, de sexos o de otra índole y no influir en el trabajo competente al poder judicial.
Es cierto que ejercer el periodismo en Cuba desde los medios estatales, controlados por el Departamento Ideológico del Partido Comunista de Cuba (PCC) es una tarea que implica subordinación absoluta. Sin embargo, tal cosa no puede determinar la eticidad del trabajo que se realice.
El “me obligaron”, “me coaccionaron”, “tú sabes cómo funciona esto aquí” o “el si no lo hacía, ponía en riesgo mi puesto de trabajo” nunca serán justificaciones válidas para violar algún principio ético. El comunicador tiene el derecho de abstenerse a hacer algo en contra de sus convicciones.
Hoy, quizás más que nunca, se necesitan profesionales de la comunicación y de la información mejor preparados, comprometidos con el presente y futuro de Cuba, con una conciencia clara del papel que ocupan en la sociedad de la que son parte.
Hacen falta profesionales a los que, más allá de intereses personales como perder su comodidad o evitar buscarse problemas, les interpele en todo momento la realidad cubana y sean capaces de contar lo que sucede de manera objetiva y sin medias tintas, con la inteligencia y valentías necesarias para saltar cualquier obstáculo, burlar la censura y desterrar de sus vidas el miedo y la autocensura.
- Manuel A. Rodríguez Yong (Holguín, 1990).
- Productor y Realizador Audiovisual.
- Egresado de la Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de los Baños (EICTV).
- Licenciado en Dirección de Medios de Comunicación Audiovisual por la Universidad de las Artes de Cuba.
- Miembro de la Junta Directiva de SIGNIS-Cuba.