Las sociedades actuales que deseen ser una auténtica ecología humana, un hábitat para la democracia y el desarrollo, deben edificar la convivencia sobre unos pilares que garanticen la dignidad y la primacía de la persona humana sobre toda ideología, sobre toda institución, incluso sobre todo mecanismo o sistema económico, político, social e internacional.
Algunos de esos pilares son: la verdad, la libertad, la justicia, el amor y la paz. Así lo refleja uno de los documentos más trascendentales de la Doctrina Social de la Iglesia. Me refiero a la Carta Encíclica del Papa San Juan XXIII, fechada el 11 de abril de 1963, hace ahora 60 años. Es un texto indispensable para el desarrollo humano integral y para edificar sociedades verdaderamente democráticas y prósperas. Lo recomiendo porque mantiene hoy toda su vigencia (www.vatican.va/content/john-xxiii/es/encyclicals/documents/hf_j-xxiii_enc_11041963_pacem-html).
La Verdad: don y tarea de todos
La humanidad ha conocido, en las más variadas etapas de su historia y en las culturas más diferentes, el valor fundamental de la verdad. Podemos decir que la búsqueda de la verdad ha sido el itinerario que más ha dignificado y socializado al ser humano. Ese camino hacia la plenitud de la verdad debería integrar cuatro vías interrelacionadas: Buscar la verdad sobre la propia naturaleza, condición y dignidad humanas. Buscar la verdad sobre las relaciones, la convivencia y la sociedad en que vivimos. Buscar la verdad sobre el universo en el que la persona humana vive. Y buscar el sentido, la trascendencia y en el Otro ser trascendente y absoluto.
Esos cuatro canales en la compleja búsqueda de la verdad no es solo una tarea filosófica o teológica. Debería ser una vocación cívica, una inspiración ética y una tarea ciudadana. Toda persona humana está llamada a descubrir quién es el mismo, a descubrir cuál es la mejor forma de vivir y organizar la convivencia social, a descubrir el mundo en que vive, cómo cuidarlo y desarrollarlo; y a descubrir que todo lo anterior debe tener un sentido, una trascendencia, y la relación de Otro Ser Absoluto que llamamos Dios.
En efecto, la experiencia histórica nos ha demostrado que:
- Cuando no buscamos y no vivimos la verdad de lo que somos como personas, entonces vienen otros y nos imponen lo que debemos ser, pensar, sentir, creer y hacer. Ocurre entonces un proceso de despersonalización, un daño antropológico, una masificación sin identidad, que es la mayor esclavitud: es el reino del totalitarismo de los “iluminados” sobre el resto de los ciudadanos que eligen estar auto-desconectados o son “apagados” por fuerzas exteriores a él.
- Cuando no buscamos la verdad sobre la mejor forma de vivir y organizar, con la libre y responsable participación de todos, la convivencia social como un hábitat de amistad cívica, entonces nos encerramos en nosotros mismos, se atomiza la sociedad, crece el individualismo egocéntrico y reina el sálvese el que pueda: todo lo del otro me es ajeno. Es el reino del egoísmo.
- Cuando no buscamos la verdad sobre el mundo que nos rodea: su origen, su sentido, su cuidado, sus potencialidades y su desarrollo, entonces destruimos la casa común, el equilibrio ecológico, la belleza regalada por el Creador y enriquecida y mejorada por la evolución de milenios y el trabajo del hombre. Es el reino de la Torre de Babel y del Diluvio.
- Cuando no buscamos la verdad sobre el sentido, la trascendencia y la relación con el Otro Ser Absoluto, entonces todo pierde su razón primera y última, se vive en la más radical soledad por falta de Otro interlocutor, se vive en la falta de un referente Absoluto, Creador paternal o maternal. La persona se encierra en su propia limitación, vive la náusea de la finitud de la existencia inmanente, y comienza a morir no solo en el progresivo deterioro de su cuerpo físico sino en la caducidad sin sentido de su vida.
- Pero lo peor es que, cuando no se reconoce una trascendencia de la vida humana más allá de lo material y terreno, se pierde el respeto de la dignidad y la primacía de todo ser humano. Peor aún, cuando no se reconoce a un Ser Transcendente, Absoluto y Referente, que cuida de la dignidad humana y nos ha dado a todos, sin distinción, su Imagen y Semejanza, entonces algunos se constituyen en falsos dioses, aspiran a ser referentes absolutos, y a ejercer las potestades que otros reconocemos solo en Dios. Es el reino del absurdo, la soledad y la orfandad.
Estas son solo algunas de las consecuencias de no vivir en la verdad, de organizar la sociedad como vida en la mentira. No se trata de las mentiras que nos dicen o que decimos, por muy grandes que sean, se trata de vivir en la gran mentira de lo que no somos, de no querer convivir como hermanos, de desguazar la naturaleza, de negar la condición trascendente de todo ser humano y de rechazar al Otro trascendente y personal que llamamos Dios.
Libertad y responsabilidad
Jesucristo, el Trascendente hecho hombre para redimir nuestra naturaleza humana caída, nos dice en la Biblia: “conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Juan 8, 31-32). En efecto, buscar la verdad no es, ni debería ser, solo un ejercicio de curiosidad intelectual. El ansia que acunamos en nuestro interior por descubrir la verdad en sus cuatro dimensiones interrelacionadas es para que, conociendo y viviendo esa Verdad, poder descubrir que todo ser humano nace libre, está llamado a crecer y desarrollarse en la libertad que es inherente a su naturaleza humana y que, esa libertad, no puede ser aplastada ni amputada por ninguna fuerza política, económica o social. La libertad humana solo debe ser limitada por la responsabilidad de respetar la libertad de los otros seres humanos.
En efecto, la libertad no es libertinaje. La libertad no es ir por la vida sin freno y sin tener que responder por todos nuestros actos. No hay verdadera libertad sin responsabilidad. Son inseparables y mutuamente ventajosas.
Propuestas
De la reflexión anterior podemos deducir algunas propuestas:
- Si conocemos la verdad sobre la persona humana aprendamos a ser libres y responsables desde nuestro interior, al mismo tiempo que aprendemos a respetar, cuidar y promover, la libertad y la responsabilidad de los demás.
- Si conocemos la verdad sobre la convivencia social aprendamos a ser libres y responsables, ejerciendo libremente nuestros derechos humanos y nuestros deberes cívicos al mismo tiempo que aprendemos a reconocer, cuidar y promover los derechos humanos y los deberes ciudadanos de los demás, construyendo sobre la verdad y la libertad una amistad cívica con justicia, amor y paz.
- Si conocemos la verdad sobre el mundo en que vivimos aprendamos a cuidar, cultivar y desarrollar todo lo creado poniéndolo al servicio de la persona y de la sociedad de hoy y de mañana, sin destruir, ni dilapidar ni maltratar.
- Y como sentido englobante y motivador de todo lo anterior, si conocemos la verdad sobre un único Dios, un Ser Personal, Maternal y Trascendente, aprendamos a respetar, cuidar y promover el desarrollo de su imagen y semejanza en cada persona humana; aprendamos a cuidar la obra de sus Manos y de las manos humanas en la Creación; y aprendamos a construir una sociedad basada en la verdad y la libertad, en la justicia, en el amor y la paz.
Cuba necesita verdad y libertad.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
- Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
- Ingeniero agrónomo. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
- Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
- Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2007.
- Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
- Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
- Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
- Reside en Pinar del Río.