Comienza un nuevo año. Ya sabemos que las formas de medir el tiempo son una invención humana. No obstante, al finalizar cada giro de nuestro pequeño planeta alrededor del Sol, los humanos paramos, hacemos fiesta cuando se puede, hacemos balance del año que termina y hacemos planes o formulamos deseos para el año que comienza.
Cuba, que parece varada en el tiempo, hundida en la mayor crisis de su historia, necesita tomar conciencia del tiempo, saber que la única vida que tenemos es breve y se esfuma. Creo que los cubanos necesitamos comenzar este año 2023 previendo que, con mucha probabilidad, sea un año que comience muy mal pero que esta misma crisis terminal solo puede desembocar en un cambio en lo esencial de la forma de vivir, un cambio del sistema político, económico y social, y el comienzo de la reconstrucción del país destruido y de la nación desintegrada.
La crisis cubana por más de seis décadas tiene dos consecuencias principales: la deshumanización de nuestra existencia y la paralización de la voluntad de cambio. Vale decir: el daño antropológico y la anomia social, que es la anemia de la voluntad para actuar y transformar la realidad.
No tengo dudas de que 2023 será un año terrible y determinante, por imperativo de la tozuda realidad. Por eso me atrevo a sugerir, como cubano, solo dos actitudes, que como dos railes fundamentales pudieran servir de dirección y sendero para una transición pacífica, ordenada, ágil y eficaz en Cuba, protagonizada por los cubanos de la Isla y de la Diáspora. Esas dos actitudes serían: buscar lo esencial y hacer el cambio.
Buscar lo esencial
Es mucho el ruido existencial, nos distraen con una vida en la mentira y no solo diciéndonos mentiras aisladas. Toda la existencia en la que vivimos los cubanos es una mentira. Quieren que cambiemos nuestra vida real por una falacia inducida. La lucha cotidiana por la existencia nos hace perder el foco de nuestra vida. Cuando no hay proyecto de vida futuro perdemos el rumbo, se bifurcan los caminos, deambulamos por la existencia, la dispersión es la dinámica que marca la desintegración de nuestras vidas.
Por todos estos factores de desorientación, vivimos en lo circunstancial, en lo perentorio, en lo accidental. En medio de la lucha por la supervivencia no queda tiempo ni concentración para hacer silencio, mirarnos por dentro y buscar qué es lo esencial de nuestras vidas. Esta podría ser una buena pregunta para todos los cubanos. Muchas veces creemos que cambiar de geografía, vivir en otro sistema político o asumir otra cultura, vale decir, un estilo de vida extraño, pudiera hacernos felices y reconstruir nuestra vida. El destierro es un castigo terrible.
Es verdad que cambiar de sistema o de lugar puede arreglarnos la economía, darle valor a nuestro trabajo, incluso darnos la libertad. Esto es indiscutible y patente en muchos cubanos. El triunfo de muchos de nuestros hermanos en la Diáspora, lo demuestra fehacientemente. Sin embargo, la experiencia de los últimos años nos está diciendo que otros cubanos que llevan en sí el daño antropológico acumulado y sufren la anemia debilitante de su voluntad, no logran transformar su vida, adaptarse a otras culturas ni ser felices. Sencillamente porque no saben vivir la libertad, no aprendieron a ejercer la responsabilidad, no buscaron lo esencial en su proyecto de vida. Eso pasa aquí y pasa en cualquier latitud.
Por eso creo que la pregunta es pertinente para los cubanos que vivimos en la Isla y para los que luchan por progresar en cualquier lugar del mundo: ¿Qué es lo esencial en nuestras vidas? ¿Qué es lo circunstancial que puede mejorar o empeorar sin que se quiebre nuestra vida?
Lo esencial en la vida humana es aquello que es imperecedero e inmutable, y que constituye la substancia de nuestro ser, es decir, lo que es sujeto y no objeto. Lo que “subsiste” y está “por debajo” y como fundamento y sujeto de lo circunstancial y de los fenómenos que vivimos. Lo esencial es lo que define nuestra naturaleza y condición humana.
Según la antropología filosófica de inspiración cristiana, que es la matriz de la cultura occidental y de nuestra identidad nacional, lo esencial en todo ser humano, aquello sin lo cual deja de ser lo que es, lo constituye la “Imago Dei”, es decir, la “imagen y semejanza de Dios” que aparece al inicio mismo de la Biblia, en ese hermoso poema lleno de verdad y metáfora, en el libro del Génesis, capítulo 1, versículo 26.
Otra versión de ese “origen” se narra en el capítulo 2 del Génesis, versículo 7, como “el soplo de un aliento de vida” por lo cual “el hombre fue un ser viviente”. Siglos más tarde San Ireneo de Lyon, obispo y mártir, Padre de la Iglesia, en el siglo II después de Cristo, alrededor del año 180, escribió: “La gloria de Dios es que el hombre viva, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios”.
Entonces podemos decir, incluso en lenguaje laico, que la esencia de todo ser humano es su carácter trascendente, es decir, que su ser trasciende toda circunstancia terrenal y toda crisis. Ese carácter trascendente hace de todo ser humano un ser “sagrado”, con una dignidad inviolable, que lo hace ser-sujeto y protagonista de su propia vida en libertad y responsabilidad. Todo ser humano es el sagrario de ese soplo de vida superior, es un alma encarnada, es espiritualidad, aquella condición que trasciende y atraviesa todo su ser: cuerpo, inteligencia, sentimientos, voluntad, carácter sociable y convivencia cívica.
José Martí, el apóstol de nuestra independencia, logró formular esa esencia humana y esa vida superior cuando sintetizó su aspiración suprema de esta forma: “Yo quiero que la ley suprema de nuestra República sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre” (Tampa, 26 noviembre 1891). El mismo Martí expresa de otra manera el mismo principio esencial: “Dígase hombre y ya se dicen todos sus derechos… Todo lo que divide a los hombres, todo lo que especifica, aparta o acorrala, es un pecado contra la humanidad”.
Entonces la vida, el alma-soplo trascendente, la dignidad inviolable, su libertad y responsabilidad son la esencia inmutable e inherente de toda persona humana. Y todo lo que vaya contra esa esencia subsistente, trascendente y sagrada es “un pecado contra la humanidad” y debe ser cambiado.
Hacer el cambio en Cuba
Esencia y cambio entran en relación cuando lo que vivimos se opone a lo esencial de la vida humana. El cambio es, quizás, el mayor anhelo de la mayoría de los cubanos al comenzar este año 2023. Pero hay algo tanto o más importante que el cambio mismo: se trata de ¿hacia dónde queremos cambiar? ¿Qué es lo que queremos que cambie? y ¿Cómo debe ser ese cambio?
Dejo estas preguntas para “dar que pensar” a mis compatriotas, y también, como siempre, comparto, con todo respeto, mis propias respuestas. Como nos enseñó el Venerable Padre Varela, lo primero es pensar… por tanto, el cambio comenzará cuando logremos abstraernos de la distracción inducida desde el poder, cuando logremos trascender la angustia de la vida cotidiana y podamos identificar lo “esencial” de la condición humana y a partir de esa esencia imperecedera saber hacia dónde enrumbar el cambio en Cuba.
Cambio sin esencia es falacia. Cambio únicamente de lo circunstancial es gatopardismo. Cambio de lo económico sin cambio de lo político, lo social y lo espiritual, es reducir la esencia del ser humano a lo material, casi a lo animal. “No solo de pan vive el hombre” y resulta una ofensa a la esencia del ser humano y de todo cubano pensar que mejorando la comida, la luz, el agua y las “cosas”, lograremos cambiar la vocación de todo ser humano que es la libertad, el amor, la vida plena y la felicidad.
Propuestas para el cambio
- El cambio en Cuba debe ser un cambio integral hacia lo esencial de la persona humana. Ese cambio debería ser una transición pacífica, ordenada, ágil y eficaz.
- Si lo esencial en la persona humana es su carácter trascendente, su vocación de crecer en el Amor e ir al encuentro del Otro que llamamos Dios y de los otros que son hermanos, entonces el cambio debe eliminar todo obstáculo para el desarrollo de esa vocación, de todo lo que seque la espiritualidad de los cubanos, de todo lo que viole su libertad de conciencia y de su libertad religiosa, fuente y sentido de todas las demás libertades.
- Si lo esencial de la persona humana es la dignidad plena a causa de la imagen de Dios grabada en su ser, entonces el cambio en Cuba debe ser alcanzar un pacto social, una convivencia civilizada, un marco legal y un “hábitat humano” que sea el “culto de los cubanos” a esa sagrada dignidad inviolable.
- Si lo esencial de la persona humana es la libertad y la responsabilidad, el cambio en Cuba debe transformar toda ley que restrinja la libertad y la responsabilidad, debe eliminar todo adoctrinamiento de toda ideología que vaya contra la condición humana trascendente.
- Si lo esencial de la persona humana es el amor, que nos recuerda aquella pregunta del Génesis: “¿Dónde está tu hermano?”, entonces el cambio en Cuba debe crear un ambiente de fraternidad, justicia, solidaridad y cuidado de los más vulnerables para tratar de superar la tendencia individualista constituida en estilo de vida que lesiona la identidad social de todo ser humano.
- Si “todo lo que divide a los hombres, todo lo que especifica, aparta o acorrala es un pecado contra la humanidad”, como dijo Martí, entonces hay que cambiar el sistema que va contra la naturaleza humana, es decir, contra su esencia, vocación y fin último.
Al comenzar el año 2023, he querido vislumbrar y sugerir la relación entre esencia y cambio, tanto en el ser humano que debe ser centro, sujeto y fin de todo cambio, como en la convivencia cívica que es parte indisoluble de la imagen del Dios trinitario del que hemos recibido el “soplo de vida”.
Este pudiera parecer un tema filosófico que nos sitúa fuera de la realidad. Ojalá que no sea así. Que reflexionar sobre la esencia del ser humano sea brújula y medidor de los cambios que Cuba necesita.
Que se hagan en este nuevo año 2023.
- Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
- Ingeniero agrónomo.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
- Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
- Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
- Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
- Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
- Director del Centro de Estudios Convivencia (CEC).
- Reside en Pinar del Río.