Cambio y compromiso: recuerdos de la primera visita papal a Cuba

Foto tomada de Internet.

Con 15 años como adolescente católico, fui testigo y participé de la expectativa de un cambio significativo en nuestro país a partir de la visita del Santo Padre San Juan Pablo II en aquel enero de 1998. Aunque fui a la misa celebrada en la Plaza Cívica José Martí, seguí junto a mi familia todas las noticias y actividades. Lo hicimos con la misma expectativa con la que, salvando la diferencia de la naturaleza religiosa que la visita de un Papa tiene, vimos en el año 1994 cuando sucedía el llamado “Maleconazo”, o hechos similares en nuestro pasado reciente como lo ha sido el 11 de julio de 2021, distinguiendo siempre el carácter religioso, festivo y pacífico del acontecimiento papal.

Juan Pablo II representaba una verdadera expectativa y fue una experiencia de lo que debía ser, un principio del fin, en cuanto a promover desde el protagonismo de la fe, el compromiso de la Iglesia cubana en su seguimiento de Cristo y el cambio a la libertad que tanto ha deseado la Nación Cubana.

La historia personal del Papa polaco y su antagonismo con el comunismo representaron para el sistema cubano y su liderazgo uno de los más osados desafíos: se trataba de acoger un símbolo del fin de la era soviética y de oposición al comunismo. No fue un reto fácil.

El paso del tiempo parece reforzar más la idea de que el sistema estuvo a la altura y pudo ganar más que perder, en aras de su supervivencia y naturaleza política. Pudo refrescar sus melodías de tolerancia en la fe. Reforzar sus esencias ideológicas en lugar de verles caer y por demás calar la solidez y resistencia de una institución que, a juicio de estas dos décadas y media de historia posterior, ha mostrado haber resistido mejor la etapa de la intolerancia y el martirio que las mieles de un acercamiento desde la tolerancia, la complacencia y las negociaciones pactadas, que cada vez se alejaron más, a mi criterio, de un compromiso y una visión de las bases, que apuntara a una verdadera libertad religiosa y un cambio social y político de inclusión a lo diverso como lo representó el fin de la Unión Soviética.

Aquellas palabras de San Juan Pablo II “Sean protagonistas de su propia historia”, el discurso de Mons. Meurice frente al Papa en Santiago de Cuba, y tantos otros mensajes durante su visita, constituyeron una gracia inspiradora que aún vive en el espíritu de la Iglesia cubana si tenemos en cuenta que “Iglesia somos todos los fieles”. Sin embargo, no podemos decir que con excepción de algunos espacios y proyectos posteriores, el mensaje y los gestos del Papa se concretaran en una realidad y sirvieran de inspiración para el crecimiento del compromiso de los cristianos en todos los ambientes a nivel social y político, sino que ha sido lo contrario, especialmente en lo estructural y lo jerárquico con respecto a la inspiración de cambios sociales.

La virtud de este acontecimiento, su impacto y posibilidades de cambios, fueron muy valiosos y profundos. También fueron significativos los esfuerzos del sistema en función de construir un nuevo modo de coactar el progreso de la Iglesia y reducir su impacto en nuestra sociedad. Se sucedieron los intentos de un diálogo de acercamiento pero sus resultados no se corresponden en el pasar de los años, con las mejores expectativas de cambio en lo eclesial, lo social y lo político, tan anhelado por muchos.

A pesar de la pesada cruz de la intolerancia ideológica y estructural del sistema, maquillada de una libertad de culto y de otros espacios y proyectos “dialogados” posteriores a su visita, el Papa Juan Pablo, mensajero de la verdad y la esperanza, nos siguió impulsando a un compromiso mayor con nuestra realidad, siempre inspirado en Cristo.

Agradezco de corazón cada palabra, gesto e intención que tuvo San Juan Pablo II hacia nuestra Nación y creo que su legado fue una entrega sincera de amor a nuestro pueblo para nutrir la virtud del mismo. Celebremos este aniversario anclados en la esperanza de un cambio significativo para todos, ese cambio que tanto necesita Cuba. Estamos muy agradecidos de la generosidad y el compromiso del Papa polaco con nuestro país y el mundo. Agradezco especialmente sus esfuerzos por superar, desde la fe y el actuar cristiano, en todas sus dimensiones, a la ideología comunista por lo que esta es y representa de daño para la libertad de cada hombre en el mundo y por la opresión que esta ideología ejerce incluso sobre sus adeptos.

Gracias a San Juan Pablo II nuevamente por su espíritu generoso. Aspiramos, un día, a disfrutar del sueño hecho realidad de una Cuba libre, y de una Iglesia renovada en la liberación y la fe que se fortalece y vive en Cristo y, por tanto, en la dignidad que esto proporciona a cada persona en ese protagonismo de transformar nuestra propia historia.

Gracias Juan Pablo II.

 


  • Néstor Pérez González (Pinar del Río, 1983).
  • Obrero calificado en Boyero.
  • Técnico Medio en Agronomía.
  • Campesino y miembro del Proyecto Rural “La Isleña”.
  • Miembro del Consejo de Redacción de Convivencia.
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