En la vida son muchas las situaciones por las que tenemos que atravesar, algunas más agradables que otras, pero muchas en sentido general. Los que tienen en común estas situaciones que se nos presentan en nuestra cotidianidad, es que todas exigen una respuesta de nuestra parte, un posicionamiento, una decisión que nos haga ignorarla, enfrentarla de una forma u otra, escondernos ante ellas por miedo, etc.
Tomar decisiones no es nada sencillo, es probablemente el mayor de los retos al que nos tenemos que enfrentar. Dios nos hizo libres, nos dio la opción de decidir qué hacer o qué no hacer, y esa oportunidad aunque fascinante es también difícil y conlleva esfuerzos. Especialmente cuando las decisiones a las que nos enfrentamos están asociadas a contextos convulsos, de crisis, cuando son decisiones radicales que implican cambios importantes para la vida.
Este es el caso de la realidad cubana, un contexto en el que la toma de decisiones puede ser bastante dura. ¿Me hago o no partícipe de la corrupción, me voy o no del país, apoyo o no al gobierno, ejerzo o no mis derechos, me olvido de los otros y trato de resolver mi problema o trato de vivir al servicio de otros, tiro la toalla o persevero? Estas son solo algunas preguntas por las que muchos cubanos hemos pasado, estamos pasando o pasaremos.
Para tomar decisiones, especialmente cuando son decisiones de peso, hemos de estar preparados, y una herramienta fundamental es el discernimiento. Es decir, la reflexión sosegada y profunda acerca de lo que se nos plantea, para entender, distinguir, apreciar, conocer, ver las diferentes opciones que tenemos y luego entonces tomar decisiones guiados por nuestra escala de valores. El discernimiento ético nos invita a buscar siempre el bien, el discernimiento espiritual a dejarnos iluminar por el Espíritu Santo para hacer la voluntad de Dios. En cualquier caso, se trata de un ejercicio que nos permita una toma de decisiones más efectiva y coherente con lo que queremos.
Algunas reglas para el discernimiento que invito a reflexionar y que podríamos intentar poner en práctica son las siguientes:
– No tomar decisiones en tiempos de tormenta. Cuando escuchamos esta frase a menudo identificamos los tiempos de tormenta con los malos tiempos, los de angustia, tristeza, dolor, etc., pero también es válida la frase para aquellos momentos en los que estamos demasiado animados, agitados, contentos, emocionados. Las decisiones importantes deben siempre tomarse con la razón, y para ello es importante que podamos controlar nuestras emociones sean positivas o negativas.
– Acudir al consejo de otros, compartir las cosas que nos suceden con otros para que podamos escuchar diferentes puntos de vista, enriquecer la discusión y tomar decisiones más informadas. Al igual que en el punto anterior, es importante caminar junto a otros tanto en los momentos de alegría como en los momentos de dificultades.
– Hacer pausa de las cosas en las que estamos, para dedicar tiempo a la reflexión, al discernimiento, a valorar las opciones que se nos presentan, pensar en los escenarios que podrían resultar de nuestras decisiones, en las implicaciones para nosotros y para los otros.
- Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.