Vivir en la coherencia

Yoandy Izquierdo Toledo
Jueves de Yoandy

Vivir la coherencia en Cuba a veces se puede tornar difícil, pero no imposible. Sobre todo no es imposible cuando nos planteamos ser fieles a nuestra propia esencia, mantenernos en la misma línea de actitudes, ser sistemáticos, constantes y sinceros con nosotros mismos primero, y con los demás después. Ello no significa que no actuemos como las personas de carne y hueso que somos, que no tengamos que adaptarnos, como toda persona humana, a las condiciones cambiantes del ambiente, que en nuestro caso van más allá de los factores bióticos o abióticos, para extenderse al complejo mundo de las relaciones humanas, de la vida en sociedad.

Si no educamos desde las edades más tempranas, en el hogar y en la escuela, para el ejercicio de la verdad, para la búsqueda del bien y sobre todo, para tener comportamientos éticos en cada sitio, sin dobleces ni poses, estaremos contribuyendo al crecimiento humano deforme en cuanto a los valores y virtudes. Desgraciadamente, la formación y promoción humana del cubano se ha visto afectada por un relativismo moral que llega a cumplir la regla a la inversa: el fin justifica los medios. Es decir, se encuentra justificación a cualquier actitud porque la meta así lo requiere, y lo más importante es llegar a la meta. Lo peor de todo es que, actitudes como estas las vemos lo mismo en niños que en adultos.

Cuando los padres hablan e intentan educar libremente en el hogar, pero advierten a sus hijos que lo que se dice en casa, libre de sesgos ideológicos, se queda en casa, van cultivando en los niños la vida en la mentira, la incoherencia entre lo que se es, lo que se piensa y lo que se dice.

Cuando los padres critican el sistema educativo, pero son convocados a una reunión escolar y, por miedo a la autoridad educativa, por intimidación del claustro, o por aquello que “de todos modos para qué plantearlo si nada va a cambiar”, no expresan libremente las inquietudes de sus hijos, no hay posibilidad de solución. Todo puede continuar como hasta el momento porque el silencio y la desidia pueden indicar que el desempeño erróneo pudiera ser evaluado como correcto.

Cuando en nuestros centros de trabajo nos pasamos la jornada laboral criticando los salarios, las condiciones para el desempeño de las funciones individuales y colectivas o las medidas aplicadas, pero llega el tiempo del balance o la reunión del mes y no somos capaces de exponer estas realidades, estamos contribuyendo con nuestra incoherencia a que se acrecienten los problemas y se alejen las soluciones.

Cuando alardeamos por todos lados, en el centro de trabajo, en el barrio o en las redes sociales de una posición extremista y antisistema, pero luego no pasamos de la queja a la propuesta, estamos faltando al deber que supone vivir coherentemente en la búsqueda de una salida viable a aquello de lo que tanto nos quejamos en un espacio cómodo, como puede ser el espacio virtual.

Cuando practicamos la fe el domingo en Misa, pero lo combinamos con la marcha del pueblo combatiente o el desfile por el primero de mayo sin demandas de los trabajadores porque serían tomadas como actos contra la Revolución y el Partido, estamos viviendo la gran incoherencia de combinar la fe y la complicidad con la falta de Derechos en Cuba. No se puede ser católico y ser comunista, según el concepto que se tiene de esto. La fe necesita ser ejercitada a través de las obras y las obras que emanan de la fe colocan a la persona humana en el centro de todo tipo de relación. Los sistemas totalitarios viven la incoherencia de enarbolar las banderas de la dignidad humana, a la vez que atentan sistemáticamente contra ella.

Cuando vamos a Misa diaria y a cuanta actividad de nuestra parroquia o grupo religioso tiene lugar, pero no somos capaces de mantener relaciones afectivas de calidad ni con nuestros propios convivientes, estamos viviendo en la incoherencia. El refrán luz de la calle, oscuridad de la casa, no puede convertirse en el modus operandi del cristiano, ni del cubano, para no caer en la hipocresía y la doble moral que nos hace peores personas ante Dios y ante los hombres.

Cuando se quiere luchar, cuando se quiere entregar todo a una causa, cuando esa causa se convierte en el centro de nuestras vidas, lo más coherente sería actuar en consecuencia con la decisión tomada en su momento y establecer acciones específicas que nos permitan no quedar inmóviles ante la adversidad, la situación o el asunto determinado que se nos presente.

Cuando se vive en relación con la Iglesia se vive para ella, no de ella. Es decir, se trata de una vida al servicio de la misión fundamental que mueve a la Iglesia como institución en los ámbitos de la persona, la familia y la sociedad.

Descubrirse en el camino del autobeneficio y la falta de entrega para los más necesitados constituye un gran signo de incoherencia y ofrece una imagen de lo que no es, precisamente, la vida de un cristiano. Vivir la fe significa ser coherente con la Doctrina Social de la Iglesia y no hacer oídos sordos a la situación en la que vive la Iglesia en Cuba hoy. Una fe encarnada y profética, un compromiso con el Evangelio puesto en práctica, que va más allá de la asistencia a una Misa o la oración paciente sin compromiso con las causas de Dios.

Cuando no somos capaces de manejar nuestros sentimientos, y nuestras decisiones van en contra de ellos, y hoy pensamos de una forma, diferente a la de ayer y a la de mañana, nos descubrimos incoherentes. Es ahí cuando nada nos acomoda y comenzamos a buscar fuera, o en los demás, la causa de nuestros desajustes que está dentro de nosotros y es la fuente de nuestros problemas.

En fin, la coherencia va de mantenernos bajo los principios del compromiso o la consistencia. Es lograr la armonía entre lo que somos, lo que decimos y lo que hacemos, entre lo que guardamos fruto de la experiencia y lo que debemos sacar en dependencia de las circunstancias que se nos presenten. La coherencia genera confiabilidad y es uno de los factores que acompañan la búsqueda de la verdad, tan necesaria para mantenernos, además, en el camino del bien.

 

 


  • Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
  • Licenciado en Microbiología.
  • Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
  • Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
  • Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
  • Responsable de Ediciones Convivencia.
  • Reside en Pinar del Río.
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