La vida es un regalo de Dios, pero vivir –es decir, tomar decisiones, construirnos un futuro, utilizar los dones y talentos con los que hemos sido dotados, ser protagonistas de nuestra propia existencia, relacionarnos con los otros, desarrollarnos en todos los sentidos posibles, etc.– es una responsabilidad que Dios deja en nuestras manos al hacernos seres libres.
De la idea anterior se puede inferir que es importante la pregunta por el cómo vivimos, cómo decidimos vivir. ¿Hacemos algo o no, usamos o no la libertad con la que todos los seres humanos estamos dotados, nos sentamos a ver la vida pasar o nos ponemos a trabajar para ser los dueños y diseñadores de nuestro futuro? No es difícil encontrar ejemplos en ambos lados, hay quienes viven, y quienes no, aunque biológicamente hablando sí tengan vida.
Obviamente, opino que todos estamos llamados a vivir a plenitud, todos estamos llamados a movernos, a trabajar, a no ser indiferentes, a no dejarnos ganar por la desesperanza y la desilusión. Estamos llamados a educarnos, a aprender, a desarrollarnos, a compartir, a servir, a dejar una huella positiva en este mundo. Estamos llamados a transformar las realidades concretas que nos han tocado vivir. Este llamado, para algunos viene de la fe en Dios, y para otros no, pero creo que está presente en la vida de todos, de una forma u otra, como también está la posibilidad de responder con un sí o con un no.
Ahora bien, un elemento importante sobre el que quisiera detenerme, es el referido a nuestras virtudes y defectos. Vivir a plenitud, implica ser conscientes y disponer de ellos, para lograr los objetivos que nos propongamos. Sobre cada uno de estos dos elementos, invitaría a que reflexionemos en lo siguiente:
Sobre mis virtudes:
– ¿Cuáles son mis virtudes, cómo las descubro, cómo hago uso de ellas, dedico tiempo a cultivarlas, a lograr que florezcan en mí?
– ¿De dónde vienen mis virtudes, por qué yo soy bendecido con estas cosas buenas, son un regalo en mi vida?
– ¿Qué hago con mis virtudes, las uso solo para mi beneficio, las pongo al servicio de los demás?
– ¿Qué tan consciente soy de ellas, dejo que me ciegue el ego y la prepotencia de creerme superior debido a las virtudes que identifico en mi vida?
Sobre mis defectos
– ¿Soy capaz de reconocerlos, los acepto, los intento encontrar, los ignoro y hago como si no estuvieran, logro tomar consciencia de ellos?
– ¿Qué hago con mis defectos, me esfuerzo día a día para combatirlos? ¿Pido ayuda para superar mis defectos o miserias humanas? ¿Trato de justificarlos para sentirme mejor conmigo mismo, trato de ocultarlos a la vista de los demás?
– ¿Soy capaz de rectificar cuando me equivoco, pido perdón en mi cotidianidad, estoy atento a los momentos en los que hago daño a quienes me rodean e intento reparar dicho daño?
– ¿Dedico tiempo a mi formación, busco recursos que me ayuden a moldear mi carácter, intento crecer cada día un poco más y superar aquellas cosas negativas que hay en mi vida?
La vida es un regalo demasiado valioso como para ser vivido como quiera. Es importante vivir bien, vivir intentando ser cada día mejores personas, intentando crecer y desarrollarnos plenamente. Para ello vale la pena hacernos las preguntas anteriormente señaladas, y muchas otras que seguramente podemos agregar a esta lista.
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
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