Desde los primeros años de la revolución de 1959 los cubanos huyen hacia otros horizontes. Este drama del exilio permanente comenzó cuando la primera promesa fue: esta es una revolución de los humildes, con los humildes, para los humildes.
Sin embargo, lo terrible ha sido que tanto a los humildes como a los poderosos les fue arrebatado con otra promesa incumplida: que esas intervenciones y nacionalizaciones eran para poner en las manos del pueblo las estructuras de producción y poder crear riqueza para distribuir entre todos. Nunca se indemnizó lo intervenido ni lo nacionalizado. Otra promesa incumplida.
Según esa promesa, el Estado totalitario administraría todas las empresas creadoras de riqueza y se encargaría además de compartir dichas riquezas con su pueblo argumentando que los ricos nunca lo harían por egoístas y avariciosos. Teniendo todo en poder del Estado todas las riquezas del país estarían en mejores manos. Así se fueron repitiendo las promesas de un paraíso terrenal que nunca se cumplió, pero ellos siguieron prometiendo hasta hoy sabiendo que ya nadie cree en promesas.
El resultado del experimento hecho en Cuba está a la vista de todo el que quiera ver. Se fueron los ricos y sus riquezas desaparecieron. Nunca el pueblo vio un país más próspero. Hemos tenido que sobrevivir mendigando la ayuda de otros países, especialmente de la extinta Unión Soviética y de Venezuela.
Hoy, cuando no hay nada, ni esperanzas de ningún progreso porque ningún país presta dinero, ni fía, ni invierte, el pueblo cubano está decepcionado de todo, los salarios son risibles y la inflación galopante. Y, además, con los cientos de miles de personas que han huido del país, la canasta básica de los que nos quedamos en lugar de redistribuir lo que consumían los que se marcharon, es cada vez más escasa y más cara.
Pienso que la población cubana haya disminuido sensiblemente aunque el Censo de Población y Viviendas se ha suspendido por la crisis económica y, quizá, por otras razones. Lo más triste de estos éxodos masivos imparables es que también los de clase media que podían vivir de su trabajo honrado y hasta los más humildes que serían los mayores beneficiados de las intervenciones y nacionalizaciones que realizó el Estado, esos humildes venden sus casas, todo lo que tienen y también se marchan de este país que nunca les dio el paraíso de las promesas.
El destierro ha sido y es uno de los más terribles castigos. Recordamos a los desterrados por la metrópoli española. Hoy cuando supuestamente deberíamos ser más libres y prósperos pero somos más oprimidos y pobres, nos mata poco a poco la nostalgia, y nos martiriza siempre el recuerdo y la ausencia de nuestros hijos, de los compañeros de aula, de los vecinos de toda la vida, de tantos amigos. Nada de esto se borrará jamás de nuestra memoria, pero al mismo tiempo nos recuerda todo el mal de las falsas promesas.
Qué equivocados están los poquísimos que aún aguardan por las cada vez más falsas y escasas promesas, o de los que creen que esta vida anormal y empobrecida será para siempre. Son muchas las señales que hoy indican lo contrario. Esa es la fuente de mi esperanza.
Luis Cáceres Piñero (Pinar del Río, 1937). Pintor.
Reside en Pinar del Río.