Ante tantos problemas que afectan a los cubanos en su día a día, son diversas las actitudes que asumimos. Unos se quedan en la queja, otros intentan transformar la realidad y algunos se quejan y denuncian pero también ponen manos a la obra para intentar cambiar las cosas en la medida de lo posible.
En cualquiera de estos casos, la indiferencia siempre está presente, como arma de doble filo que bien puede ayudarnos a responder de una forma u otra, más bien o peor, a los retos que se nos presentan. La indiferencia, nos ayuda y al mismo tiempo nos somete, todo depende de cómo la interpretemos y cómo la apliquemos a la realidad que vivimos. A continuación, invito a que reflexionemos algunos casos en los que es posible apreciar lo anterior.
La indiferencia como problema: se trata de la actitud que asumimos en la que nos da lo mismo una cosa que otra, no tomamos partido, no actuamos, nos dejamos ganar por el inmovilismo. Ejemplos: cuando nos da igual el sufrimiento de los otros, cuando nos quedamos inmovibles ante las injusticias, cuando no hacemos nada para transformar la realidad que vivimos.
En Cuba se sobran los ejemplos de este tipo de indiferencia. Lo vemos en los centros laborales, en las escuelas, en las colas de la guagua, en las familias, en cada espacio en el que nos desenvolvemos. Tristemente, muy a menudo nos gana la indiferencia, y lejos de asumir la responsabilidad que nos demanda el contexto, damos la espalda o simplemente nos quedamos de brazos cruzados. En este tipo de posturas, podemos encontrar una de las causas por las cuales en sesenta y tres años de gobierno autoritario, hemos sido incapaces de cambiar el sistema, incluso cuando es el deseo de muchos que se produzca un cambio.
La indiferencia como solución: Por otro lado, es posible entender la indiferencia como solución, dependiendo de a qué seamos indiferentes. En este sentido, si nos hacemos las preguntas correctas, la indiferencia puede ser determinante para que una persona sea libre y pueda transformar su realidad.
Se trata de no ser indiferente a la injusticia, al sufrimiento de otros, a quienes nos rodean y nuestra responsabilidad de hacer el bien. Pero sí serlo a la tentación del poder, a los impulsos de las emociones, a las cosas que nos alejan de la búsqueda del bien común y que nos conducen por caminos de mal. En pocas palabras, ser indiferentes al mal, para que no nos domine y podamos escoger el bien.
Esta idea, de la indiferencia ante las cosas que nos tientan y que nos pueden alejar de lo que es bueno para nosotros, es uno de los fundamentos más importantes de la Espiritualidad Ignaciana, pero no sólo es válida para los cristianos, sino que cualquier persona puede aplicarla a su vida y con ello lograr una transformación verdadera en lo personal y en lo social.
El futuro de Cuba demanda que cada uno de los cubanos demos pasos para prender a vivir la indiferencia en este sentido. Los cubanos necesitamos despertar, aprender a ser ciudadanos, participar en la vida de la nación en todas sus esferas, como nos invitara el Papa Juan Pablo II en su visita a Cuba, debemos ser protagonistas de nuestro futuro personal y social. Y por otro lado, hemos también de abandonar la indiferencia en el sentido de que nos dé lo mismo una cosa que otra.
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
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