La familia, la escuela y la Iglesia deben formar una comunidad educativa
donde los hijos de Cuba puedan crecer en humanidad.
Juan Pablo II. Santa Clara, 22 de enero de 1998
La formación ética y cívica es una de las necesidades más urgentes y uno de los desafíos más difíciles para Cuba en la hora presente y en el futuro.
Es una realidad, reconocida por todos, la existencia en Cuba de un analfabetismo cívico y político, así como de una crisis de los valores y las virtudes morales en la sociedad actual. Se hace necesario no solo reconocerlo y lamentarlo, sino ponerle remedio efectivo con el único medio adecuado: la educación.
En efecto, ni la dejación de la responsabilidad familiar, ni la represión institucional, ni la queja inútil, resolverán estas dos deficiencias tanto en las personas como en la sociedad cubana. Precisamente, para que una nación sea civilizada, y se desarrolle como tal, el único método para alcanzar tal empoderamiento personal y tal grado de convivencia social es la educación.
Todos los ámbitos y protagonistas implicados en la educación moral y cívica deben cooperar y ayudar a salir de este tipo de ignorancia racional, emocional y volitiva, de manera que se forme una comunidad educativa, con pilares en la educación familiar, escolar, eclesial, comunitaria, informal, autodidacta y a través de los Medios de Comunicación Social (MCS), especialmente con el uso de las nuevas tecnologías.
En algunas familias, en las iglesias y en algunos maestros antiguos, aún permanece la impronta educativa que nos legaron el Padre Félix Varela, José de la Luz y Caballero, el Apóstol José Martí, pero es urgente y necesario volver a estas raíces de cubanía en las que se valoraba, en toda su dimensión, “la utilidad de la virtud”.
Es esencial refundar la educación cubana sobre estas bases éticas. Es más importante que nunca antes en nuestra historia, un sistemático y coherente Programa de Educación Ética y Cívica. Con la Educación Ética y Cívica se forman las tres columnas de toda nación libre, próspera y feliz: el ciudadano, la sociedad civil y las instituciones democráticas. Un sistema educativo que nos sirva a todos para crecer como personas libres, responsables, justas y fraternas, buscadores de la verdad, hacedores de la justicia y artífices de la paz.
La falta de Educación Ética y Cívica ha provocado la ausencia de virtudes y valores que se siembran en la familia, se deben cultivar en la escuela y se deben promover en la sociedad. Se pierden así las virtudes del respeto por la propiedad ajena, el cuidado de la privacidad y la buena fama, la preservación del medio ambiente y se provoca el desarraigo patrio, la pérdida de la memoria histórica, nacional, latinoamericana y universal. Se incrementa el desaliento, se pierden los valores de la esperanza y la confianza interpersonal.
Se requiere un Proceso de Enseñanza-Aprendizaje (PEA) que permita la búsqueda de vías y acciones educativas que contribuyan a implantar por consenso en nuestros centros, una formación de carácter personalista, humanista, no manipuladora, participativa y corresponsabilizadora, empoderada y empoderadora, abierta a todos e incluyente, dialogante y no autoritaria ni fundamentalista; es decir, basada en la escuela pedagógica del destacado pedagogo brasileño Paulo Freire.
Entendiendo la educación como un proceso de desarrollo integral de la persona, debiera resultar obvio que los primeros y principales educadores involucrados directamente en el mismo son los padres, a quienes corresponde, natural e institucionalmente, el inalienable derecho y consiguiente deber de ofrecerla, gestionarla o promoverla y orientarla en todos los aspectos de la vida.
Es urgente trazar nuevas rutas de formación para lo sociedad en general, con enfoques educativos diversos, flexibles, abiertos y de calidad, en los cuales se recabe la colaboración de todos los actores educativos, se recupere el papel de los padres de familia y de otras instancias educadoras, como las comunidades y las iglesias, en la decisión del tipo de educación e instrucción que han de recibir sus hijos y se trasmitan los valores del espíritu, como dijo Juan Pablo II, en el mensaje a los jóvenes en Camagüey, durante su visita a Cuba en enero de 1998.
Nuestro tiempo requiere una intensa actividad educativa y un compromiso correspondiente por parte de todos, para que la búsqueda de la verdad, que no se puede reducir al conjunto de opiniones o a alguna de ellas, sea promovida en todos los ámbitos y prevalezca por encima de cualquier intento de relativizar sus exigencias o de ofenderla.
Las situaciones de insatisfacción e incertidumbre por las crisis sociales pueden generar desesperanza y parálisis si se quedan en la crítica por rechazo inconforme. Pero no debemos quedarnos en el análisis de la realidad. Debemos proponer soluciones para facilitar un ambiente favorable, aprender a hacer un proyecto de vida, una escala de valores, una opción fundamental y entrenarnos para ser coherentes con ese proyecto.
Lo esencial del problema de la educación en Cuba no es el acceso a la instrucción sino la falta de pluralismo. Debemos analizar las opciones de una educación paternalista y manipuladora y una pedagogía liberadora y respetuosa de la dignidad y los derechos de la persona. La educación paternalista garantiza que todos los “alumnos-hijos” reciban del “Estado-padre” una instrucción segura cuya finalidad es repetir y continuar en los hijos ideas y actitudes idénticas a las de los mayores; esto también ocurre en el ámbito de una familia autoritaria, o una institución religiosa paternalista o no participativa. La educación paternalista y manipuladora conlleva fácilmente a la indecisión y la corrupción. La educación liberadora y pluralista, en cambio, es riesgosa e insegura hoy, pero es la garantía de la adultez cívica y la autonomía de la persona humana mañana. La educación liberadora no es apertura al libertinaje sino a la responsabilidad personal y social. La educación pluralista no es apertura al relativismo moral y a la cultura del “todo vale” es descubrir la riqueza de la diversidad y respetarla como garantía del aprecio a los derechos de cada persona. Elegir el contenido ético y cívico de la educación es otro de los derechos de la persona humana. Se trata de que la educación vaya más allá de la instrucción y llegue a la transmisión de valores y actitudes.
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
- Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
- Responsable de Ediciones Convivencia.
- Reside en Pinar del Río