En estos tiempos de redes sociales y avances tecnológicos inimaginables, la política como todas las facetas de la vida en sociedad experimenta cambios, algunos muy positivos y edificantes, otros, sin embargo, nefastos para la convivencia ciudadana. Uno de esos cambios, que si bien no es nuevo, sí se ha hecho más evidente en las últimas décadas, el auge de la política del show en detrimento de la política real. Una situación que se ha dado tanto en democracias del primer mundo como en sociedades mucho más atrasadas como la cubana.
Este fenómeno ha sido estudiado y analizado por intelectuales y académicos alrededor del mundo. Sin embargo, alejado de conceptualizaciones altamente rigurosas, propongo reflexionar sobre la política del show y la política real, entendiéndolas de forma simple, en un lenguaje que nos llegue a todos y que nos permita entender la cuestión para intentar luego hacer algo para transformar lo de malo que hay en ella.
La política del show en pocas palabras la podemos definir como la política del espectáculo, de la apariencia, de la estimulación de los sentidos, de la simpatía y la devoción desenfrenada hacia una figura. Se trata de una forma de hacer política en la que importa más la forma que el contenido, donde lo más importante es entretener, complacer, responder a las expectativas de los seguidores, no de los ciudadanos, porque este tipo de enfoque no necesita de ciudadanos sino individuos manipulables.
Por otro lado la política real, es aquella que aunque a veces parece utópica, se centra en la satisfacción de las demandas de los ciudadanos, se concibe como un servicio a la sociedad y no como un método de manipulación. La política verdadera se preocupa tanto por la forma como por el contenido, se compromete con la búsqueda del bien común, se caracteriza por tener líderes que sirven, que unen al pueblo, que potencian el diálogo, la amistad cívica, la democracia, la participación ciudadana y otros valores fundamentales para la vida en sociedad.
Los políticos del show y sus seguidores también dicen y se presentan como promotores de la democracia, la justicia, la libertad y otros principios de la política real, solo que en el primer caso el discurso se usa para manipular, para confundir, para polarizar, y así gobernar. Mientras que la política real, solo existe cuando el compromiso con estos valores y principios es auténtico, es verdadero.
Los ciudadanos somos los principales agentes políticos de una sociedad, y es por ello que esta reflexión no solo importa a quien se dedica a la política partidista. Cada uno de nosotros en un momento de la vida nos encontramos con situaciones en las que tenemos que elegir si nos comportamos de acuerdo al “show” o si decidimos en cambio la autenticidad a pesar de las consecuencias que ello pueda traer.
La Cuba de hoy, y tristemente la de mañana, se enfrentará a este problema que también otros países sufren. Los populistas, los autócratas, los dictadores de Cuba y del resto del mundo a menudo usan el show como forma de hacer política. Crean una realidad paralela y la defienden con fanatismo, manipulan a las masas y se ganan su apoyo por medio de la mentira, del espectáculo tramposo y basado en la polarización de la sociedad.
Pensar en estas cuestiones y comenzar a desarrollar una mente crítica es un ejercicio que urge para los cubanos, tanto para los que viven en la Isla como para quienes vivimos en la diáspora. Ojalá podamos avanzar como sociedad libre y democrática guiados por políticos y movimientos políticos que se fundamentan en la verdad, que son reales, y que superan el show y la manipulación como formas de gobernar.
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
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