La votación sobre el código de las familias en Cuba ha generado amplia polémica a lo largo y ancho del archipiélago, así como en la diáspora alrededor del mundo. Unos a favor y otros en contra, cada cual ha expresado y defendido lo que consideran correcto de acuerdo a su escala de valores. Después de concluida la consulta popular y de haberse publicado los resultados son muchos los aspectos sobre los que se puede seguir reflexionando.
Específicamente, propongo pensar un poco ya no en los resultado en sí, sino en la actitud que asumimos ante ellos. En la forma como decidimos reaccionar a los resultados de las consulta popular, y en particular creo urgente dicha reflexión para quienes no estamos de acuerdo con la aprobación del código y hemos visto como se ha aprobado (en teoría, los que perdimos). En teoría, porque precisamente hay muchas formas de interpretar, leer, entender y posicionarnos ante tales resultados.
En primer lugar, me gustaría señalar un par de elementos en los que creo que no deberíamos caer, (no debimos antes del día del referendo, y no debemos ahora que ya son públicos los resultados. Estos son:
– El enfrentamiento y el ataque entre cubanos. Discrepar, ser diversos, criticar constructivamente la realidad o las actitudes y razonamientos de otros, está bien, pero lo que sí no podemos dejar que gane espacio en nuestra vida es la violencia de unos a otros. Todos somos cubanos, la mayoría tenemos buenas intenciones y aqueremos construir un mejor país. El hecho de que no estemos de acuerdo en un tema –importantísimo como lo es el código de familias– no justifica los ataque y descalificaciones entre cubanos.
– Ya los resultados son públicos, ya el código se ha aprobado. Otro error que creo deberíamos evitar en este importante momento es el de prestar más atención a lo negativo que a lo positivo, a la queja que a la propuesta, al pesimismo que al optimismo. Siempre es posible elegir con qué ojos y cómo juzgamos las realidades que se nos presentan. Es nuestra elección ver la copa media vacía o media llena, y en esta difícil pero importante elección nos jugamos la posibilidad de cambiar las cosas que no nos gustan, la posibilidad de ser resilientes, la posibilidad de mantener viva la esperanza y mantener los esfuerzos por cambiar la realidad.
Al mismo tiempo, creo que al menos hay un par de elementos que podemos señalar como positivos:
– El debate generado, las discusiones sobre el tema, lo múltiples medios y personas que han dedicado esfuerzos a pensar sobre estos importantes asuntos para la vida de la gente. Más allá de que se haya aprobado el código de la familia y de que nos guste o no dicho hecho, es significativamente importante el debate que generó tal circunstancia. El debate público es siempre una ganancia para la sociedad, es una base importantísima para la democracia, y es una asignatura que debemos ir ejercitando los cubanos. En este contexto lo hemos hecho y eso es bueno.
– El ejercicio ciudadano en sí de movilizarse y de participar cívicamente (ya sea votando o no, marcando SÍ o marcando NO. Los cubanos necesitamos aprender a participar en este tipo de procesos. La discusión sobre la legitimidad del referendo es otra (importante, pero otra), lo que trato de resaltar es la importancia de que nos familiaricemos con lo que es un referendo, que nos enfrentemos a la decisión de votar o no, que nos movilicemos para apoyarlo o para rechazarlo. Eso ha pasado en este contexto, y creo que indiscutiblemente hay algo positivo en ello.
– Por último, los resultados del referendo más que una victoria para el gobierno cubano son una preocupación, y para los cubanos todos son motivo de celebración en la medida que muestran una mayoría cada vez más creciente de cubanos que se atreven a disentir, a discrepar, a votar en contra de lo que “papá Estado” indica que se debe hacer. Esto es algo nuevo en Cuba, y es absolutamente positivo.
Finalmente me gustaría, terminar con una invitación a que miremos el lado positivo de este proceso que acaba de concluir. Que sigamos denunciando aquello que es injusto y con lo que no concordamos, pero que al mismo tiempo no caigamos en la trampa del pesimismo y de la falta de esperanzas. Cada uno de nosotros podemos seguramente encontrar otros aspectos positivos que resaltar.
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
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