Por estos días se han dado varios hechos de protestas en Cuba, algunos muy significativos como los sucesos acontecidos en la localidad de Nuevitas, Camagüey. Las causas, además de las de siempre agravadas ahora por la falta de fluido eléctrico y las trágicas consecuencias que ello tiene para la vida cotidiana de la gente.
La respuesta de las autoridades sigue siendo la misma. Al igual que el 11 de julio de 2021 y otros momentos de crisis, en lugar de escuchar a la gente y generar condiciones para un diálogo y la solución pacífica de los problemas que se presentan, las autoridades cubanas siempre optan por la respuesta violenta. La represión, la intimidación, la manipulación de la verdad, las campañas ideológicas, y muchas otras formas de violencia física y psicológica.
Para mí que en algún momento he sido protagonista de este tipo de protestas ciudadanas, y que he vivido en carne propia cada momento, las emociones que experimento siempre son las mismas. Alegría y tristeza. Tanto el 27 noviembre de 2021, el 11 de julio de 2021, el 15 de noviembre de 2021, como ahora con esta nueva ola de protestas en respuesta –principalmente– a los apagones que se están produciendo en toda la Isla, esos son los sentimientos que se quedan en mí.
– La alegría de ver las protestas, y sobre todo de ver lo que eso significa: un pueblo que ya no teme alzar la voz, que está cada vez más empoderado, que es cada vez más consciente de sus derechos y libertades, y que en actitud cívica y pacífica exige a las autoridades –quienes deberían representar sus intereses– un cambio que permita la satisfacción de necesidades básicas, elevar el nivel y la calidad de vida, y avanzar hacia una sociedad libre y democrática.
Realmente es muy positiva la sensación que deja ver a miles de cubanos coreando libertad o patria y vida por las calles de la Habana y otros poblados a lo largo de la isla. Así también el hecho de que en la mayoría de los casos estas demostraciones se producen de forma pacífica y con voluntad de diálogo.
– La tristeza que generan, al mismo tiempo, es totalmente desconcertante. Tristeza de ver como el gobierno cubano no le importa para nada escuchar a su pueblo, responder a las legítimas demandas del mismo, entablar un diálogo sincero y abierto en el que superando ideologías y extremos maniqueos se logre avanzar en la solución de los problemas de la nación.
Tristeza al ver la respuesta violenta, al ver cómo unos hijos de la nación se enfrentan a otros y los agreden como respuesta a su grito de libertad. Genera tristeza que no se acometan reformas sustanciales que solucionen los graves problemas económicos, políticos y sociales que hoy padecemos, que siga primando el empecinamiento en mantener un sistema, una élite, una ideología al mando del futuro de la nación. Es muy doloroso que no nos escuchemos como cubanos y no seamos capaces de reconocer que todos, absolutamente todos, tenemos derechos a sentirnos representados por quienes gobiernan, y que por tanto, un diálogo verdadero ha de producirse como respuesta auténtica a las crecientes muestras de inconformidad por una parte significativa de la población.
Ojalá que el pueblo cubano siga protestando pacíficamente, pero ojalá –sobre todo– que las autoridades escuchen el legítimo reclamo de libertad, derechos, justicia, patria y vida. Para que de esta forma podamos avanzar con pasos firmes hacia una nación más próspera, democrática y desarrollada, en la que quepamos todos y cada uno de los cubanos.
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
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