En los sistemas totalitarios la violación de la intimidad, la intromisión en los asuntos privados y el uso de elementos personales para poner al descubierto los mecanismos de vigilancia y seguimiento, son clásicas estrategias que buscan como objetivo amilanar a los ciudadanos, disminuir el activismo y dividir a la sociedad civil.
El largo camino que supone trabajar por la democracia y los derechos humanos está plagado de situaciones difíciles, experiencias de vida que evidencian la presencia silenciosa, pero perenne, de alguien que te vigila, te delata y en ocasiones te presiona. Siempre queda del lado de cada persona la opción de mantener la ecuanimidad, conocer desde el inicio los riesgos a los que se expone, tener bien clara la meta y ser fieles a ella hasta el fin.
Cuando un grupo de trabajo o proyecto se erige, en sus momentos fundacionales, deben quedar bien claros los objetivos que persigue y la misión para la que ha sido creado. Mantenerse en la misma línea, ser coherentes con lo que se dice y lo que se hace, y trabajar seria y sostenidamente, a la vez que da idea de la veracidad de cada proyecto, supone quizá riesgos mayores. En ese análisis de riesgos que se hace inicialmente es imposible comprender la intromisión en la vida personal que llega hasta límites insospechados. Cualquier proyectista puede plantear como riesgos para un proyecto la disminución del número de miembros, la pérdida de la identidad, el local, otros recursos; pero en el caso cubano también debe tenerse en cuenta el asedio constante que va desde los asuntos personales hasta el desempeño público.
Estos mecanismos son los que en reiteradas ocasiones han provocado la salida de Cuba de un número considerable de activistas. Ceder ante las presiones es una opción, pero mantenerse aún con las presiones, conservando el mismo carisma y desempeñando el mismo rol en la sociedad civil, es otra igualmente digna. No significa ingenuidad, ni desconocimiento de esos posibles daños previamente planteados, ni fanatismo, sino pura resiliencia porque, aun padeciendo en carne propia los efectos negativos del sistema totalitario, existe la decisión libre de continuar.
Más allá de las dinámicas de policía bueno y policía malo, debemos desterrar el policía que llevamos dentro. Dejar fuera la paranoia. Creer en la eficacia de las pequeñas cosas que podemos hacer en función de la cosa grande que es el Bien Común. Arriesgar un pedacito de nuestra zona de confort si de verdad estamos convencidos que vale de algo lo que hacemos. La verdad sale a flote por su propio peso. La mentira tiene patas cortas. ¡Que nada ni nadie nos quite la paz si de verdad estamos en paz con nosotros mismos trabajando para el bien de Cuba!
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
- Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
- Responsable de Ediciones Convivencia.
- Reside en Pinar del Río.