Lunes de Dagoberto
Viviendo lo que estamos viviendo en Cuba hoy, quiero reflexionar sobre lo que el Papa San Juan Pablo II llamó “martirio cívico”, “martirio incruento” y, sobre todo, “martirio de la coherencia”.
No se trata, lo aclaro desde el principio, solo del martirio diario que vivimos los cristianos, sino que es también la vida martirial que vive toda la sociedad cubana. Los creyentes, que formamos parte de nuestro pueblo, somos solo una pequeña parte de la pasión que vive la nación en la Isla y dispersos por el mundo entero en busca de libertad.
El Papa que nació, vivió y sufrió en Polonia la agonía que nosotros estamos viviendo hoy, sorprendió a unos líderes religiosos de un país de Oriente Próximo, en el que habían asesinado a una monja, cuando les dijo: «Y a partir de ahora tienen que aprender a vivir el martirio de la coherencia que será el martirio del siglo XXI».
En efecto, la Iglesia reconoce que además del martirio con derramamiento de sangre de los que mueren ejecutados, existe otro martirio, gota a gota, cotidiano, no sangriento, muchas veces callado y sin ruido, en el que muchas personas van perdiendo, y ofreciendo a diario, sus vidas a causa de las injusticias y represiones a las que están sometidos. El pueblo de Cuba vive hoy este martirio: el hambre, la falta de medicamentos, la falta de agua y de energía eléctrica, el hostigamiento, el fusilamiento de la reputación, la represión física y psicológica, la cárcel, las largas e injustificadas condenas…
El mismo recordado Papa Juan Pablo II presentó al cardenal vietnamita François-Xavier Nguyen Van Thuan como «ejemplo luminoso de coherencia cristiana hasta el martirio». Van Thuan fue presidente del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz, donde tuve el gusto de conocerlo y trabajar con él, había pasado 13 años en las cárceles vietnamitas, después de haber sido nombrado en 1975 obispo coadjutor de Saigón. No murió en martirio cruento. «En la prisión –siguió subrayando el Papa que le acogió en Roma cuando el régimen comunista le deportó– había comprendido que el fundamento de la vida cristiana es «escoger sólo a Dios». «Los mártires –dijo el Papa citando palabras del cardenal vietnamita– nos han enseñado a decir «sí»: un «sí» sin condiciones ni límites al amor del Señor; pero también un «no» a la vanidad, a los compromisos, a la injusticia, justificados quizá con el objetivo de salvar la propia vida» (Juan Pablo II, Homilía en el funeral del Cardenal Nguyen Van Thuan. Roma, 20 septiembre 2002).
Sabemos por experiencia lo que cuesta decir “Sí” a la verdad y a la justicia y también las consecuencias de decir “No” a los fraudulentos contubernios con la injusticia y a las sutiles y engañosas trampas de las justificaciones y las falsas prudencias. El Papa polaco decía claramente: “existe, sin embargo, un testimonio de coherencia que todos los cristianos deben estar dispuestos a dar cada día, incluso a costa de sufrimientos y de grandes sacrificios. Realmente, a veces hace falta un esfuerzo heroico para no ceder, incluso en la vida diaria, ante las dificultades y las componendas, y para vivir el Evangelio sin glosa” (Juan Pablo II. Ángelus, Domingo 29 de agosto de 2004).
También en Cuba debemos vivir el Evangelio sin glosa. Cada nación afronta este reto. Un catedrático de la Universidad de Navarra decía refiriéndose a su país: “la coherencia es incompatible con la esquizofrenia moral, que farisaicamente puede aprobar la financiación de templos, colegios católicos y ONGs bienintencionadas, a cambio de que no salgamos de las sacristías, para impedir así que (demos testimonio cristiano) en los parlamentos, los periódicos, las universidades, las fábricas, las diversiones, los hospitales…” (Javier Paredes, profesor de Historia en la Universidad de Navarra).
Una entrega cotidiana y heroica
Con frecuencia solo vemos las infidelidades, las huidas, el cansancio y hasta las delaciones y traiciones que nos encontramos por el camino. Sin embargo, soy testigo de miles de cubanos y cubanas que, profesando o no una fe explícita, ofrendan todos los días, a toda hora, el sacrificio de sus vidas y, todavía más cruel, padecen los sufrimientos de sus hijos, padres o hermanos, incluso de toda la familia, por el solo hecho de pensar diferente, de decir la verdad, de defender lo justo, de criticar los abusos, de expresar libremente lo que sentimos, pensamos y creemos. Solo por exigir derechos.
Uno de los documentos más importantes del pontificado de San Juan Pablo II es la Carta Encíclica “Veritatis Splendor”, el “Esplendor de la Verdad”. En ella el santo polaco dice: “Si el martirio es el testimonio culminante de la verdad moral, al que relativamente pocos son llamados, existe no obstante un testimonio de coherencia que todos los cristianos deben estar dispuestos a dar cada día, incluso a costa de sufrimientos y de grandes sacrificios. En efecto, ante las múltiples dificultades que, incluso en las circunstancias más ordinarias, puede exigir la fidelidad al orden moral, el cristiano (…) está llamado auna entrega a veces heroica” (V.S. 93). “Y si pensamos que nuestra fe es demasiado débil para afrontar estos tiempos críticos… siempre tenemos la posibilidad de pedir al Señor “la Fe de los mártires”. Ya sea que nos toque un martirio cruento, ya sea el no menor martirio de la cruz de la vida y de cada día” (San Juan Pablo II, Fulda, Alemania, 1981).
El “martirio de la cruz de cada día” en Cuba es aquel que sufren los padres al no tener comida y medicamentos, agua o luz eléctrica para sus hijos y sus familias. Ese martirio se vive cuando los padres no pueden escoger libremente el tipo de educación que desean para sus hijos y sufren impotentes al ver como sus hijos o nietos son adoctrinados diariamente en los círculos infantiles, en las escuelas y universidades.
El “martirio cívico de cada día” es aquel que vivimos los cubanos cuando caemos en la cuenta de que vivimos en la mentira, no solamente que nos engañan puntualmente, sino que vivir en la mentira es la forma cotidiana de ejecutar a la verdad, esa verdad que llevamos dentro por la luz natural que nos indica el engaño como sistema de vida. El sistema de delaciones establecido estructuralmente hasta el último rincón del país es otra forma de martirio que no solo crucifica a las víctimas sino también degenera la catadura moral del delator. El martirio cívico es sufrir cada día programas de televisión y de radio, en la prensa escrita, o ser atacados con las difamaciones y acusaciones falsas en las redes sociales calificando de contrarrevolucionarios, terroristas, mercenarios, y otras ofensas, en ocasiones escondidos en perfiles falsos. Quien vive en este ambiente deshumanizante es ejecutado civilmente, aunque no sea encarcelado, ni golpeado físicamente, ni ensangrentado como otros tantos. La vida en la mentira debe cesar.
El “martirio de la coherencia” ocurre cuando cubanos y cubanas sufren por ser fieles a lo que creen, lo que piensan, lo que sienten, lo que dicen y lo que hacen según los principios, religión u opciones filosóficas o políticas que han elegido libremente. Sufren también este martirio civil todos los cubanos que, sin profesar la ideología y sin simpatizar con el sistema socialista marxista leninista, estamos sometidos a la amenaza cotidiana y legal de Códigos, leyes y decretos, emanados del artículo 4 de la actual Constitución de la República de Cuba que legaliza hasta la lucha armada contra “cualquiera” que intente cambiar el sistema socialista. Todas las normas jurídicas que no respetan alguno de los Derechos Humanos universalmente reconocidos, deben ser abolidas o cambiadas.
Innumerables e innombrables son otras formas de martirio cívico cotidiano que sufrimos los cubanos. Cada cual sabe, y sufre en sus entrañas, el suplicio silencioso, pertinaz, cruel y degradante que sufrimos los cubanos. Ese sistema de vida tiene que cambiar. Todos somos responsables de que cambie ya.
Propuestas
- La primera y principal forma de vivir el martirio cotidiano es ejercer lo que el psicólogo vienés Viktor Frankl llamó “la última de las libertades humanas” que es la libertad de escoger personalmente de qué forma vamos a sufrir esas cruces: si dejándonos aplastar por ellas o si las vamos a asumir irguiéndonos sobre ellas. Usted escoja.
- Para poder erguirnos sobre el martirio cotidiano es necesario la fortaleza interior, cultivar el carácter, superar las blandenguerías cubanas, adecentar el lenguaje y los medios de comunicación. La fortaleza interior se alcanza viviendo una espiritualidad que significa defender lo que Santa Teresa de Ávila llamó el “castillo interior”, vale decir, vivir una mística personal fortificada, es decir, encender dentro de nosotros un motor de vida que no se deje aplastar por los trajines diarios en busca de comida, medicinas, agua, luz, y tantas otras carencias.
- Para vivir por dentro y ser fuertes ante el martirio cívico es necesario informarse bien, aprender a discernir la verdad, establecer una escala de valores personal, cultivar actitudes y virtudes cívicas y religiosas. Aquí recuerdo la conocida frase de José Martí: “Todo pueblo necesita ser religioso. Un pueblo irreligioso morirá porque nada en él alimenta la virtud.”
- Vivir la cruz no es por gusto, no por puro estoicismo, por afición al sufrimiento. Asumir la cruz debe tener en nuestra vida un sentido y un fin. Así nos lo recuerda Martí en uno de sus Versos Sencillos: “Cuando al peso de la cruz el hombre morir resuelve, sale a hacer el bien, lo hace y vuelve como de un baño de luz”. La cruz es una misión: hacer el bien y el premio de la misión es “un baño de luz”.
Estoy seguro que con el testimonio de tantos cubanos coherentes y sacrificados que han optado por permanecer crucificados aquí, hará que cada cruz personal sea redimida y florezca resucitada. Ningún martirio, sea cruento o incruento, será en vano, o quedará ignorado. Recordemos otra vez al Apóstol Martí: “En la cruz murió el hombre un día: pero se ha de aprender a morir en la cruz todos los días.”
Es verdad que hay un refrán popular que dice que “el que se mete a redentor sale crucificado” al que me gustaría agregar: y también sale resucitado.
Cuba crucificada, resucitará.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017. Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007. Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017. Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007. Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006. Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años. Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director. Reside en Pinar del Río.
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